Umbra era una ciudad que respiraba oscuridad. Dividida entre el poder brutal de la mafia y los susurros invisibles de la magia, sus calles estaban marcadas por pactos antiguos y sangre derramada. Nadie cruzaba la línea entre ambos mundos. Nadie… excepto Lyra Vescari.
A sus 24 años, Lyra era la hija del capo más temido del norte. Hermosa como una tormenta, letal como una daga. Dirigía operaciones clandestinas, negociaba con fuego y mantenía el respeto de hombres que temían incluso pronunciar su nombre. Pero había algo que ni las balas ni el dinero podían controlar: la marca que ardía en su espalda cada vez que la luna desaparecía.
Un eclipse. Perfecto. Grabado en su piel desde que nació.
Su padre lo llamaba maldición. Su madre, desaparecida desde que Lyra tenía ocho años, lo había llamado legado.
Esa noche, Lyra cerraba un trato en las afueras de la ciudad. El aire estaba denso, como si el bosque respirara junto a ella. Los hombres que la acompañaban eran leales, pero nerviosos. Algo no estaba bien.
—¿Lo sientes? —preguntó uno de ellos.
Lyra asintió. La marca ardía. No como siempre. Esta vez… quemaba.
Antes de que pudiera reaccionar, figuras encapuchadas emergieron de la oscuridad. No eran mafiosos. No eran humanos. Eran brujos del clan Umbrae, cazadores de sangre antigua.
El ataque fue rápido. Silencioso. Letal.
Lyra luchó con todo lo que tenía. Pistola, cuchillo, fuego. Pero cuando uno de ellos la tocó, su marca estalló en luz.
—La heredera está despierta —susurró uno de ellos antes de desaparecer.
Lyra cayó al suelo, jadeando. Su espalda ardía. Su visión se nubló. Y entonces lo vio.
Un lobo negro. Enorme. Con ojos plateados. No era un animal. Era un hombre. O algo más.
—No estás lista —dijo él, con voz grave—. Pero el eclipse se acerca. Y tú me perteneces.
Lyra despertó en su habitación, sudando. La marca seguía ardiendo. En la ventana, una rosa negra. Nadie sabía lo que significaba… excepto ella.
Fue directo al archivo secreto de su padre. Allí, entre documentos de operaciones y pactos mafiosos, encontró una carta. Antigua. Sellada con cera lunar.
> “Lyra, si estás leyendo esto, significa que la marca ha despertado. Tu sangre es mitad mafia, mitad magia. Y hay alguien que te espera. Su nombre es Kael. Él es el guardián del eclipse. Y tu destino está atado al suyo.”
Lyra cerró los ojos. Kael. El lobo. El hombre de sus sueños. El peligro que la llamaba.
Esa misma noche, fue al bosque de Umbra. Donde la magia aún respiraba.
Lo encontró junto a un altar de piedra. Su cuerpo era humano, pero sus ojos no. Cuando la vio, sonrió con tristeza.
—Has venido.
—Quiero respuestas —dijo Lyra—. Y quiero saber por qué siento que te conozco.
Kael se acercó. —Porque nuestras almas están unidas desde antes de nacer. Porque tu madre hizo un pacto. Y porque tú… eres la llave que puede liberar o destruir este mundo.
Lyra lo miró con rabia. —¿Y qué quieres de mí?
Kael la tocó. Su mano ardía como fuego. —Quiero que elijas. Entre el poder… o el amor.
La tensión entre ellos era eléctrica. Lyra sentía que su cuerpo respondía a él como si lo conociera desde siempre. Su marca brillaba. El aire vibraba.
Kael la besó. No fue suave. Fue como si el eclipse se desatara dentro de ella. Magia, deseo, furia. Todo explotó.
Pero justo cuando el momento se volvía eterno, Kael se apartó.
—Si seguimos… el pacto se completará. Y no habrá vuelta atrás.
Lyra lo miró. —Entonces que arda el mundo.
Y lo besó de nuevo.
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