Saga: La Marca del Eclipse

La Marca del Eclipse Capítulo 3: El Guardián Caído

El santuario oculto bajo el bosque de Umbra era más antiguo que la ciudad misma. Las paredes estaban cubiertas de símbolos lunares, y el aire olía a ceniza y memoria. Lyra caminaba entre las raíces como si el suelo la reconociera. La caja de obsidiana que Kael le había mostrado aún temblaba con energía residual.

—¿Por qué me ocultaste esto? —preguntó Lyra, con la carta de su madre en la mano.

Kael no respondió de inmediato. Su mirada estaba clavada en una figura tallada en piedra: un eclipse rodeado por lobos. Su voz, cuando habló, era apenas un susurro.

—Porque temía que me odiaras.

Lyra se acercó. —¿Por qué?

Kael cerró los ojos. —Porque fui creado para protegerte… pero también para destruirte si perdías el control.

El silencio se volvió pesado. Lyra sintió que su marca ardía, no por magia, sino por rabia.

—¿Mi madre te hizo eso?

Kael asintió. —Ella sabía que el eclipse podía corromper. Que si tu poder despertaba sin equilibrio, podrías romper el mundo. Así que me ató a ti. Si caías… yo debía detenerte. A cualquier costo.

Lyra retrocedió. —¿Y lo harías?

Kael la miró con dolor. —No ahora. No después de conocerte. No después de amarte.

Lyra temblaba. La carta en sus manos parecía arder. Las palabras de su madre eran claras: “No le digas que el eclipse fue creado para separarnos.”

—¿Qué significa eso? —preguntó.

Kael se acercó a una pared cubierta de símbolos. Tocó uno, y la piedra se abrió, revelando un mural oculto.

Lyra lo observó. Era una escena de guerra. Magos enfrentando lobos. Un eclipse en el cielo. Y en el centro… una mujer con la marca en la espalda. Su madre.

—Ella fue la última portadora —dijo Kael—. Su poder era absoluto. Pero los clanes querían dividirlo. Así que crearon el eclipse. Un ritual para fragmentar su alma. Una parte quedó en ti. Otra… en mí.

Lyra sintió que el mundo se rompía. —¿Entonces somos…?

Kael la interrumpió. —Dos mitades de un mismo poder. Unidos por magia. Separados por destino.

Antes de que pudiera responder, un estruendo sacudió el santuario. Las raíces se retorcieron. El aire se volvió denso. Y desde la entrada, una figura descendió.

Lucien Vescari.

Pero no era el hombre que Lyra recordaba. Sus ojos eran rojos. Su piel, marcada por símbolos oscuros. Y su voz… ya no era humana.

—Has despertado demasiado, hija —dijo—. Y ahora, el eclipse debe ser mío.

Kael se interpuso. —No la tocarás.

Lucien sonrió. —Tú eres parte de ella. Si tomo uno… tomo ambos.

Lyra sintió que su marca ardía. El santuario respondía. La magia se elevaba.

—¿Qué hiciste, padre? —gritó.

Lucien levantó una mano. —Acepté lo que siempre fui. El equilibrio es una mentira. El poder… es eterno.

Kael gruñó. Su cuerpo comenzó a transformarse. Pero Lyra lo detuvo.

—No. Esta vez… luchamos juntos.

La batalla fue brutal. Lucien invocó Sombras más poderosas que antes. Criaturas hechas de traición y magia corrupta. Kael luchaba con furia, pero cada golpe parecía debilitarlo. Lyra canalizaba su poder, pero la marca comenzaba a fracturarse.

—¡Lyra! —gritó Kael—. ¡Tu alma se divide!

Ella lo miró. —Entonces que se divida. Pero que él caiga.

Lyra se elevó. Su cuerpo brilló con luz negra. El eclipse apareció en el cielo, completo. La magia estalló. Lucien gritó. El santuario tembló.

Y entonces… silencio.

Lucien cayó. Su cuerpo se desintegró. Las Sombras desaparecieron. El eclipse se fragmentó.

Lyra cayó en los brazos de Kael. Su marca… estaba rota.

—¿Qué hiciste? —preguntó él.

Lyra sonrió, débil. —Lo que mi madre no pudo. Rompí el ciclo.

Kael la besó. Fue un beso de fuego y ceniza. De amor y pérdida.

Pero algo más había cambiado.

La magia… ya no era solo de ellos.

El mundo… comenzaba a despertar.

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