El bosque de Umbra estaba en silencio. No el silencio de la calma, sino el de la espera. El altar de piedra, aún marcado por el juramento de Lyra y Kael, vibraba con una energía que no pertenecía a este mundo. La grieta abierta en su centro era más que una herida: era una puerta.
Lyra se acercó con cautela. El aire que salía del portal era frío, pero familiar. Como si una parte de ella siempre hubiera vivido al otro lado.
—¿Estás segura? —preguntó Kael, con la voz tensa.
Lyra no respondió. En su pecho, la marca brillaba con fuerza. No como antes. Ahora parecía llamar a algo. O a alguien.
—Ella está allí —dijo finalmente—. Mi madre. Lo sé.
Kael la tomó de la mano. —Entonces vamos juntos.
Y cruzaron.
*
El mundo al otro lado no tenía nombre. No tenía cielo, ni suelo, ni tiempo. Era un espacio suspendido entre realidades, donde la magia era materia y los recuerdos flotaban como estrellas rotas. Lyra sintió que su cuerpo se deshacía y se reconstruía al mismo tiempo. Kael, a su lado, parecía más lobo que hombre, su forma adaptándose al entorno.
—Este lugar… —susurró él—. Es donde fui creado.
Lyra lo miró. Su piel brillaba con tonos lunares. Su mirada era más profunda. Más antigua.
—¿Y mi madre?
Una luz apareció en la distancia. No caminaba. Flotaba. Era una figura envuelta en un manto de sombras y fuego. Cuando se acercó, Lyra reconoció el rostro.
—Madre…
La mujer sonrió con tristeza. —Has llegado. Y has despertado.
Lyra corrió hacia ella, pero su madre levantó una mano. —No puedes tocarme. No aún. Este mundo exige equilibrio. Y tú… aún estás dividida.
Kael se interpuso. —Ella merece respuestas.
La madre lo miró con dureza. —Y tú, Kael, mereces juicio. Fuiste creado como arma. Pero elegiste amar. Eso rompe las leyes de este mundo.
Lyra gritó. —¡Basta! No quiero más secretos. ¿Por qué me dejaste? ¿Por qué me marcaste?
Su madre bajó la mirada. —Porque eras la única capaz de contener el eclipse. Porque tu padre me traicionó. Y porque si no lo hacía… el mundo habría caído.
Lyra temblaba. —¿Y ahora qué?
La mujer se acercó a la grieta flotante. —Ahora debes elegir. Este mundo puede sanar el tuyo. Pero solo si entregas algo a cambio.
Kael se tensó. —¿Qué exige?
La madre lo miró. —Tu alma. Tu vínculo con Lyra. Si te quedas aquí, el portal se cerrará. Umbra estará a salvo. Pero Lyra… estará sola.
Lyra sintió que el aire se volvía más pesado. —No. No puedo perderlo.
Kael la tomó de las manos. —Tú eres más fuerte que yo. Si mi sacrificio salva tu mundo… lo haré.
Lyra lo besó. Fue un beso desesperado, lleno de fuego y lágrimas. Su marca brilló con fuerza. El mundo tembló.
—No —dijo ella—. Hay otra forma.
Su madre la miró. —¿Cuál?
Lyra se acercó al altar flotante. —Yo soy la marca. Yo soy el eclipse. Si canalizo mi magia… puedo sellar el portal sin perderlo.
Kael gritó. —¡Eso te destruirá!
Lyra sonrió. —Entonces que arda el mundo.
Extendió los brazos. Su cuerpo se elevó. La marca se expandió, cubriendo el cielo. El portal comenzó a cerrarse. Las criaturas huyeron. El equilibrio se restauraba.
Pero Lyra caía.
Kael corrió hacia ella. La sostuvo entre sus brazos. Su cuerpo estaba frío. Su marca, apagada.
—Lyra —susurró—. No me dejes.
Su madre se acercó. —Hay una última opción. Pero exige un nuevo pacto.
Kael la miró. —Lo haré.
La mujer colocó sus manos sobre Lyra. La magia fluyó. La marca volvió a brillar. Lyra abrió los ojos.
—Kael… —susurró.
Él la abrazó. —Estoy aquí.
El mundo comenzó a desvanecerse. Volvían a Umbra.
Pero algo había cambiado.
Lyra ya no era solo humana. Ni solo mágica. Era ambas cosas. Y Kael… ya no era solo guardián. Era su igual.
El eclipse había dejado de ser una maldición.
Ahora era su poder.
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