Saga: La Marca del Eclipse

La Marca del Eclipse Capítulo 7: El Llamado del Otro Mundo

El cielo sobre Umbra había cambiado.

Desde que Lyra selló el portal, la luna ya no era constante. A veces aparecía doble. A veces no aparecía en absoluto. Y en las noches más silenciosas, una sombra cruzaba el firmamento como si algo —o alguien— estuviera observando desde el otro lado.

Lyra lo sentía en la piel. En la marca. En los sueños.

—No es solo magia —dijo una noche, mientras Kael encendía el fuego en el Santuario—. Es algo más. Como si el eclipse hubiera dejado una grieta… en mí.

Kael la miró con preocupación. Su forma humana era más estable desde la batalla, pero sus ojos seguían brillando con ese tono ámbar que revelaba su naturaleza. Se acercó, se sentó a su lado, y tomó su mano.

—¿Sueños?

Lyra asintió. —No son míos. Son de alguien más. Como si me llamaran. Como si me buscaran.

Kael frunció el ceño. —¿Crees que sea tu madre?

Lyra negó. —Ella está en paz. Lo sé. Esto es distinto. Más frío. Más… roto.

El fuego crepitó. Las raíces del altar se movieron levemente, como si escucharan. Kael se levantó y caminó hacia el borde del Santuario, donde el bosque comenzaba a oscurecerse.

—Entonces hay que encontrarlo —dijo—. Antes de que nos encuentre a nosotros.

*

La investigación comenzó en los archivos del Consejo. Lyra, ahora reconocida como líder espiritual de Umbra, tenía acceso a los textos prohibidos. Manuscritos que hablaban de eclipses anteriores, de portadores que no sobrevivieron, y de mundos que se deshicieron al intentar cruzar el umbral.

Uno de los textos, escrito en una lengua que solo los Umbrae comprendían, hablaba de un fenómeno llamado La Fractura del Velo. Según la leyenda, cuando un eclipse se completa por voluntad propia —no por ritual— se abre una grieta entre planos. Una grieta que no se cierra. Una grieta que llama.

—¿Y si eso fue lo que hice? —preguntó Lyra, mientras Kael leía sobre su hombro.

—Entonces no solo sellaste el portal —respondió él—. Lo convertiste en un faro.

Lyra se estremeció. —¿Y quién responde a ese faro?

Kael cerró el libro. —Alguien que quiere lo que tú tienes. O lo que tú eres.

*

Esa noche, Lyra soñó con fuego.

No el fuego cálido del Santuario, sino uno negro, que no iluminaba. Estaba en un bosque que no era Umbra. Los árboles eran altos, pero sus hojas eran espejos. Y en cada reflejo, ella veía versiones de sí misma: una Lyra sin marca, una Lyra con alas, una Lyra que lloraba sangre.

Y al fondo, una figura.

Alta. Delgada. Con una marca incompleta en el pecho.

Su hermano.

—No eres la única —dijo él, sin mover los labios—. El eclipse no te pertenece. Nunca lo hizo.

Lyra intentó hablar, pero su voz no salía. La figura se acercó. Su rostro era el mismo que el de Kael, pero distorsionado. Como si el eclipse hubiera jugado con su forma.

—El otro lado está abierto —susurró—. Y tú lo abriste.

Lyra despertó gritando.

Kael estaba a su lado en segundos. —¿Qué viste?

Ella lo abrazó. —Él. Pero no como antes. Era… más. O menos. No sé. Pero me habló. Y dijo que el otro lado está abierto.

Kael la sostuvo con fuerza. —Entonces tenemos que cerrarlo. O cruzarlo.

*

El Consejo se reunió al amanecer. Los líderes de los clanes mágicos estaban presentes: Umbrae, Solari, Noctis y Aetherion. Cada uno con su símbolo, su poder, y su miedo.

Lyra se puso de pie en el centro del círculo. —El eclipse no terminó. Solo cambió. Y ahora, algo viene desde el otro lado. Algo que no entiende pactos. Ni magia. Ni sangre.

El líder de los Solari, un hombre de ojos dorados y voz firme, habló primero. —¿Y qué propones?

Lyra respiró hondo. —Cruzar. Ver qué hay. Y cerrarlo desde dentro.

Hubo murmullos. El líder de los Umbrae se levantó. —Eso es suicidio. Nadie ha vuelto del otro lado.

Kael se adelantó. —Ella no es nadie. Es la portadora. Y yo soy su guardián.

El líder de los Noctis, una mujer de cabello plateado y mirada estelar, se acercó. —Si cruzan… deben llevar un ancla. Algo que los traiga de vuelta.

Lyra asintió. —¿Y qué puede ser más fuerte que el eclipse?

La mujer sonrió. —El amor.

*

El ritual se preparó en el Santuario. Los cuatro clanes ofrecieron su magia. Los Umbrae, sombras. Los Solari, luz. Los Noctis, sueños. Los Aetherion, aire.

Lyra se colocó en el centro del altar. Kael a su lado. Ambos con las marcas brillando. El cielo comenzó a oscurecerse, aunque era mediodía. El eclipse se formó, no en el cielo, sino sobre el altar. Una esfera de luz y sombra que giraba lentamente.

—¿Estás lista? —preguntó Kael.

Lyra lo miró. —No. Pero eso nunca me detuvo.

Se tomaron de las manos. La esfera los envolvió. El mundo desapareció.

*

El otro lado no era un mundo.

Era una idea.

Todo estaba suspendido. No había suelo. No había cielo. Solo fragmentos flotando: recuerdos, emociones, pedazos de magia. Lyra caminaba sobre luz. Kael sobre sombra. Pero estaban juntos.

—Esto es… —susurró Lyra.

Kael la interrumpió. —Tu alma. O la de todos los portadores. No lo sé.

Una figura apareció. No caminaba. Flotaba. Era el hermano. Pero no como antes. Ahora tenía alas. Su marca brillaba con un tono púrpura. Y su voz… era la de Lyra.

—Bienvenida —dijo—. Este es el origen. Y el final.

Lyra se adelantó. —¿Qué eres?

La figura sonrió. —Lo que tú podrías ser. Si dejas de resistirte.

Kael gruñó. —No la tocarás.

La figura lo miró. —Tú eres parte de ella. Pero no eres suficiente.

Lyra sintió que su marca ardía. El mundo respondía. La esfera giraba más rápido.

—¿Qué quieres? —gritó.

La figura se acercó. —Que el eclipse sea completo. Que tú y yo seamos uno. Que el mundo… se reinicie.

Lyra retrocedió. —No.

La figura extendió una mano. —Entonces… que arda.

El mundo comenzó a fracturarse. Los recuerdos se rompían. Las emociones se deshacían. Kael gritó. Lyra cayó.




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