Saga: La Marca del Eclipse

La Marca del Eclipse Capítulo 13: El Legado Compartido

El Santuario flotaba sobre Umbra como una isla suspendida por la voluntad de los clanes.

Desde la ruptura del ciclo, la luna compartida brillaba con una luz suave, constante. No era mágica. Era viva. Y cada noche, los aprendices se reunían bajo su luz para entrenar, para meditar, para escuchar los susurros que aún llegaban desde el Otro Lado.

Lyra observaba en silencio. Su marca ya no era una sola. Era múltiple. Fragmentada. Viva. Y con cada día que pasaba, sentía que podía estar en más de un lugar a la vez.

—Estás dividiéndote —dijo Kael, mientras la ayudaba a canalizar energía—. No en cuerpo. En conciencia.

Lyra lo miró. —¿Y si eso es lo que el eclipse quería desde el principio?

Kael frunció el ceño. —¿Que fueras todos?

Lyra sonrió. —O que todos fueran parte de mí.

*

Los aprendices comenzaron a mostrar habilidades nuevas.

Neris podía proyectar su sombra a otros planos. Tocaba el suelo… y desaparecía.

Solan podía encender fuego en lugares que no existían. Su magia cruzaba dimensiones.

Eira soñaba con mundos paralelos. Y al despertar, traía fragmentos de ellos.

Thalen podía volar entre portales. No caminaba. Navegaba el aire como si fuera agua.

Lyra los reunió. —El legado no es mío. Es nuestro. Y ahora… debemos expandirlo.

Kael se acercó. —¿Cómo?

Lyra señaló el cielo. —Viajando. No por Umbra. Por los planos. Por los ecos. Por los mundos que aún no saben que existen.

*

El primer viaje fue al plano de los reflejos.

Un mundo donde todo lo que existe… tiene un doble.

Lyra dividió su conciencia. Neris la acompañó. El portal se abrió en el Santuario, y la luna compartida vibró.

Al cruzar, lo entendieron.

Todo era igual.

Pero distinto.

Las calles de Umbra estaban allí. Pero vacías.

El Santuario flotaba. Pero estaba roto.

Y en el altar… una figura.

Lyra.

Pero sin marca.

—¿Quién eres? —preguntó Neris.

La figura sonrió. —La que no eligió. La que no cruzó. La que dejó que el eclipse la consumiera.

Lyra se acercó. —¿Y qué quieres?

La figura respondió. —Que recuerdes. Que no olvides. Que el legado… también puede fallar.

*

Mientras tanto, Kael comenzó a cambiar.

No por la luna.

Por sí mismo.

Su reflejo apareció en sueños. No como sombra. Como cuerpo. Como voz.

—¿Quién eres? —preguntó Kael.

La figura respondió. —El guardián que no protegió. El que eligió poder. El que perdió a Lyra.

Kael despertó gritando.

Lyra lo encontró temblando. —¿Qué viste?

Kael la miró. —A mí. Pero sin ti.

*

El Consejo se reunió. Los viajes entre planos comenzaban a afectar la estabilidad de Umbra. Los portales se abrían solos. Las lunas compartidas se multiplicaban. Y los ecos… hablaban.

—¿Qué hacemos? —preguntó el líder Solari.

Lyra se puso de pie. —Aceptarlo. No resistirlo. El legado no es control. Es expansión.

Kael se acercó. —Pero si nos expandimos demasiado… podemos rompernos.

Lyra lo miró. —Entonces debemos aprender a unirnos. No por magia. Por voluntad.

*

El segundo viaje fue al plano de los olvidados.

Un mundo donde todo lo que fue… aún existe.

Eira y Thalen acompañaron a Lyra. Al cruzar, sintieron el peso de los recuerdos. Cada paso era una historia. Cada sombra, una emoción.

Encontraron una biblioteca infinita. Y en ella, un libro.

El título: La Marca del Eclipse.

Lyra lo abrió. Estaba vacío.

—¿Qué significa? —preguntó Thalen.

Eira respondió. —Que aún estamos escribiéndolo.

*

Kael, mientras tanto, enfrentó su reflejo.

No en sueños.

En Umbra.

La figura apareció en el Santuario. Igual a él. Pero sin alma.

—¿Qué quieres? —preguntó Kael.

La figura sonrió. —Ser tú. Pero sin dolor. Sin amor. Sin Lyra.

Kael lo enfrentó. —Entonces no eres yo.

La figura atacó.

La batalla fue brutal. Magia contra magia. Instinto contra voluntad.

Lyra regresó justo a tiempo. Canalizó su conciencia. Se dividió. Se multiplicó.

Y entre todos sus fragmentos… abrazó a Kael.

La figura gritó.

Y desapareció.

*

El Santuario vibró. La luna compartida brilló. Los portales se estabilizaron.

Lyra cayó de rodillas. Kael la sostuvo.

—¿Estás bien? —preguntó él.

Lyra sonrió. —Soy muchas. Pero sigo siendo yo.

El Consejo se acercó. —¿Y ahora qué?

Lyra se puso de pie. —Ahora… enseñamos. No a controlar. A aceptar. A compartir.

Y en el cielo, las lunas compartidas se alinearon.

El legado… era de todos.

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