Saga Morfus 1: Éter Humano

Capítulo 4: El Mundo Bajo la Piel de la Tierra

La cueva, que la noche anterior había sido un refugio, se sentía ahora como una jaula. Samara observaba a Zabatho mientras él terminaba de consumir los pequeños peces que había cazado. Sus movimientos eran precisos, casi rituales, y la forma en que sus músculos se tensaban bajo la piel nacarada era hipnótica. La revelación de que él era su "Éter", que su vida dependía de ella, resonaba en su mente como un eco constante. Era una verdad tan monumental que su cerebro apenas podía procesarla. El miedo seguía ahí, un nudo en su estómago, pero la curiosidad, esa fuerza motriz que la había impulsado toda su vida, era más fuerte. Y la atracción. La innegable, inexplicable atracción que sentía por este ser de otro mundo.

"¿Qué significa 'Éter' exactamente?", preguntó Samara, rompiendo el silencio. Su voz sonaba más firme de lo que se sentía.

Zabatho detuvo su movimiento, sus ojos ámbar se fijaron en ella con una intensidad que la hizo contener la respiración. "Es el vínculo más profundo para nuestra especie. La otra mitad de nuestra esencia. Sin un Éter, un Morfus se desvanece. Lentamente. Dolorosamente." Su voz, normalmente resonante, adquirió un tono sombrío. "Eres mi sustento. Mi vida."

"¿Y yo?", Samara sintió un escalofrío. "¿Qué soy para ti, aparte de tu... sustento?"

Los ojos de Zabatho se suavizaron, un cambio sutil pero perceptible. "Eres mi Éter. Eres... mi todo." La posesividad en su voz era innegable, pero también había una vulnerabilidad que Samara no esperaba. "Mi especie ha esperado siglos por el regreso de los Éteres, pero nunca imaginamos que uno sería... humano."

"¿Por qué es un problema que sea humano?", Samara sintió la necesidad de entender la magnitud de la situación.

Zabatho se levantó, su altura imponente llenando la cueva. "Nuestra vida es larga. La suya... es breve. Y frágil." Se acercó a ella, y Samara no retrocedió. La necesidad sexual que emanaba de él era una corriente subterránea, una presión constante que no era agresiva, sino un hambre profunda, ancestral. Su mano se extendió, y esta vez, no se detuvo. Sus dedos nacarados rozaron su mejilla, un toque tan ligero que apenas lo sintió, pero que envió una descarga eléctrica por todo su cuerpo. "Si mi Éter se rompe... si mi Éter muere... yo también muero. Y tú... tú eres tan delicada." Había una desesperación en su voz, una verdad cruda.

Samara sintió el calor de su piel, la extraña energía que irradiaba. La atracción era innegable. Su cuerpo respondía a la suya de una manera que la asustaba y la excitaba a partes iguales. "Pero... ¿por qué yo? ¿Cómo sabes que soy tu Éter?"

"Lo siento", Zabatho se retiró, su mano cayendo. "Es una resonancia. Una conexión que no se puede negar. Desde el momento en que te vi... el vacío en mí se llenó. Tu esencia es la mía."

La conversación continuó durante horas. Samara, con su mente analítica y curiosa, bombardeó a Zabatho con preguntas sobre su especie, sus costumbres, sus habilidades. Él, a su vez, le reveló fragmentos de su mundo, siempre con la cautela de un líder que guarda secretos vitales. Le habló de la bioluminiscencia de sus ciudades subterráneas, de su conexión con la tierra, de su longevidad. Le explicó que el Vínculo del Éter era la base de su sociedad, la razón de su existencia, y que la consumación era el último paso, el que sellaba la conexión para siempre, permitiendo una fusión de esencias que los hacía uno. Por eso, era tan vital y tan sagrado. Y tan peligroso si el Éter era humano.

"Necesito verlos", dijo Samara de repente, la curiosidad superando cualquier temor. "Necesito ver tu mundo. Si soy parte de esto, necesito entenderlo".

Zabatho la miró, sus ojos ámbar brillando con una mezcla de sorpresa y una profunda satisfacción. Era lo que había esperado, lo que había anhelado. "Es peligroso. No confiamos en los humanos."

"Pero tú sí", replicó Samara, su mirada firme. "Me salvaste. Y me necesitas. Si voy a ser tu... Éter, necesito saber dónde estoy. Y con quién."

La determinación en sus ojos era innegable. Zabatho sopesó los riesgos. La Nación Morfus era un lugar de reglas estrictas, de desconfianza ancestral hacia la superficie. Pero su Éter lo pedía. Y el Vínculo, que se fortalecía con cada interacción, lo impulsaba a satisfacerla.

"Muy bien", dijo Zabatho, su voz baja y resonante. "Pero serás mi sombra. No te revelarás. No hablarás. Observarás. Y si te digo que te escondas, lo harás sin dudar." La posesividad en su tono era absoluta. Era una orden, no una petición.

Samara asintió, su corazón latiendo con una mezcla de miedo y emoción. Estaba a punto de entrar en un mundo que solo existía en leyendas.

Zabatho la guio por pasajes estrechos, apenas visibles, que se abrirían en la roca. El aire se volvió más denso, cargado con un aroma a mineral y algo eléctrico. A medida que avanzaban, una luz tenue comenzó a filtrarse desde las profundidades, una bioluminiscencia suave que pulsaba con vida. El sonido del goteo de agua se hizo más fuerte, mezclándose con un zumbido bajo y constante.

De repente, el túnel se abrió. Samara contuvo el aliento. Ante ella se extendía una vasta caverna, una ciudad entera tallada en la roca viva. Columnas de cristales gigantes se alzaban hacia el techo arriba dado, emitiendo una luz suave y cambiante: azules profundos, verdes esmeralda, púrpuras vibrantes. La piel de los Morfus, que se movían con una gracia etérea por la ciudad, reflejaba esa luz, brillando con tonos nacarados y sutilmente iridiscentes. Eran más de lo que había imaginado, más hermosos, más... alienígenas.




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