El tiempo en la cueva transcurría de forma extraña para Samara. Los días se fundían en noches bajo la atenta y constante mirada de Zabatho. La revelación del Éter había desmantelado sus barreras, y ahora, cada momento era una inmersión más profunda en la psique del Morfus. Él era un enigma en constante despliegue, una mezcla de fuerza ancestral y una sorprendente vulnerabilidad nacida de su conexión con ella. Samara notaba cómo su piel nacarada parecía vibrar con más intensidad cuando ella estaba cerca, cómo el tenue brillo de sus ojos ámbar se hacía más vívido. El vacío que él decía haber sentido se estaba llenando con su presencia, y ella lo sentía, una corriente sutil de energía fluyendo entre ambos.
La necesidad sexual de Zabatho, aunque contenida, era una tensión palpable en el aire, una cuerda invisible que los unía. Se manifestaba en su proximidad constante, en la forma en que sus ojos la recorrían con un hambre silenciosa, en el roce accidental de sus cuerpos en el espacio limitado de la cueva. No era un acoso, sino una fuerza fundamental de su especie, un instinto primario que él luchaba por controlar. Samara, para su propia sorpresa, sintió una respuesta. Una curiosidad latente se mezclaba con una innegable atracción por el ser que la había salvado y que ahora la necesitaba para vivir.
"¿Siempre has estado aquí, bajo tierra?", preguntó Samara una mañana, mientras Zabatho le ofrecía algunas bayas dulces.
Zabatho ascendió. "Mi linaje ha morado en las profundidades por milenios. Protegemos el velo entre nuestro mundo y el suyo." Su voz era un susurro resonante, casi un cántico. "Observamos. Estudiamos. Pero rara vez interactuamos."
"¿Y tú?", insistió Samara. "¿Has tenido otros Éteres? ¿O has estado solo todo este tiempo?"
Una sombra cruzó los ojos ámbar de Zabatho. "He estado solo. El Vínculo con una Éter Morfus se forma al nacer, o en la juventud temprana. Si no se manifiesta, como en mi caso, un Morfus puede pasar toda su existencia en un vacío. Una melancolía perpetua. Hasta que se desvanecen." Su confesión era cruda, revelando una soledad de siglos que conmovió a Samara. "Por eso... tu llegada es un milagro. Y un peligro."
La confianza entre ellos crecía con cada revelación. Samara empezó a hablarle de su vida, de su familia, de su pasión por la exploración. Él escuchaba con una intensidad devoradora, absorbiendo cada palabra, fascinado por la complejidad de la vida humana. Era como si, a través de ella, estuviera experimentando el mundo de la superficie por primera vez.
En un momento, Samara notó un arroyo subterráneo cerca de la cueva, un hilo de agua fresca que se filtraba por las rocas. "Necesito lavarme", dijo, sintiendo la incomodidad de días sin higiene. La idea de estar sucia en presencia de un ser tan prístino como Zabatho la hizo sentir cohibida.
Zabatho la observó, una extraña comprensión en su mirada. "Este arroyo es puro. Nace de las venas de la tierra." Se apartó, dándole espacio. "Esperaré aquí." Era una prueba de confianza, una que Samara apreció profundamente. Se bañó rápidamente en el agua fría, sintiendo cómo la suciedad y parte de la tensión de los últimos días se disolvían. Al salir, envuelta en una manta que Zabatho había dejado para ella, se sintió renovada, no solo esencialmente, sino también en su espíritu. Esa pequeña concesión, ese espacio de privacidad, significaba mucho.
El vínculo entre ellos comenzó a manifestarse de formas más sutiles. Samara notó que, a veces, podía sentir las emociones de Zabatho como un eco en su propia mente: una oleada de preocupación, un destello de fascinación, una punzada de posesividad. Y a su vez, Zabatho era más receptivo a sus pensamientos y sentimientos, aunque ella no los expresaba. Una conexión telepática rudimentaria comenzaba a formarse, un intercambio de sensaciones que trascendía las palabras.
Mientras Samara se adaptaba a su nueva y extraña realidad, en las profundidades de la Nación Morfus, las semillas de la duda plantadas por Vespera y Thorne comenzaban a germinar. Zabatho había regresado, sí, pero su aura no era la misma. Su esencia, que siempre había sido una fuerza controlada y singular, ahora vibraba con una frecuencia dual, una armonía extraña que los Morfus más sensibles no podían ignorar.
En la Cámara de Resonancia, Vespera había convocado a un grupo de ancianos Morfus, sus ojos de amatista brillando con una desconfianza palpable. "La impureza se ha acercado a nuestro líder", su voz telepática resonaba en sus mentes. "Una esencia humana. Siento su presencia, débil pero persistente, en el aura de Zabatho."
Los ancianos murmuraron, sus pieles palideciendo con la inquietud. Las leyes eran claras: el contacto con los humanos era una amenaza. El Vínculo del Éter con uno de ellos, una condena.
Thorne, siempre oportunista, se deslizó entre ellos. "Vespera tiene razón. He visto al líder. Su obsesión por la superficie siempre ha sido una debilidad. ¿Y si este 'incidente' es más de lo que nos dice? ¿Y si ha traído una amenaza a nuestras puertas?" Los ojos de Thorne brillaron con ambición. Siempre había querido más poder, y un líder debilitado o comprometido por un tabú era su oportunidad.
"El líder es fuerte", replicó Darian, el sanador, su voz suave pero firme. "Su juicio es el de nuestro pueblo. Si hay un Éter humano, es una tragedia para él, pero no una traición".
"¿Una tragedia que nos arrastrará a todos?", siseó Thorne. "Si el Vínculo se rompe, nuestro líder se desvanecerá, y la Nación Morfus quedará sin cabeza. O peor aún, si esa humana es una espía, o trae enfermedades... Podría ser el fin de nuestra especie, oculta por milenios."
La paranoia se extendía como una enfermedad en el consejo. Vespera miró a Thorne con una cautela teñida de desprecio. Sabía de su ambición, pero en este punto, sus intereses convergerían.
Mientras tanto, en las fronteras, Rhys patrullaba con una disciplina férrea. Sentía la tensión en el aire, la inquietud en las vibraciones de la tierra que se intensificaban con cada luna que pasaba. La orden de Zabatho de "vigilar las fronteras" se sintió más urgente. Él no confiaba en los humanos. Los considerados frágiles, impredecibles. Pero su lealtad a Zabatho era absoluta. Si su líder sintiera una "interferencia" de la superficie, Rhys la aplastaría sin dudar. No obstante, la singularidad del aura de Zabatho, esa nueva y vibrante resonancia, lo inquietaba. Era diferente de la melancolía que siempre lo había acompañado. Algo, o alguien, había cambiado a su líder.