Cuando entré en mi apartamento, el espejo del corredor reflejó mi espantosa imagen; ni siquiera me reconocía. Desamparada, seguí el consejo de Mariela: me tiré sobre mi cama, abracé mis almohadas y lloré. Apretujé mi almohada con todas mis fuerzas en un intento ridículo para disminuir el dolor con mis incontrolables lágrimas. En ese momento, amé mis lágrimas. Ellas parecían ser las únicas en entender, en saber con exactitud la profundidad de mi pena; ellas eran mis mejores amigas, mi irresistible droga, mi dulce tortura.
Pero, hasta la peor de las torturas tiene un fin. Y al tiempo, la mente en blanco, me quedé inerte viendo el techo en un especie de estado secundario: ajena a mi propio cuerpo, a los ruidos alrededor mío, ajena a todo. Aun así, esa extraña sensación era agradable. Era como estar en una burbuja que me protegía de todo estado de ánimo desgastante, era como dormir con los ojos abiertos pero sin sueños.
No sé cuánto tiempo permanecí inerte, pero cuando por fin mi cerebro volvió a conectarse con mi cuerpo, mi habitaciób estaba inundada en la penumbra.
Despacio, me senté sobre mi cama, y observé hipnotizada la cortina de mi ventana moviéndose en sintonía con el viento; intrigada seguí el movimiento rítmico de la cortina al bailar con el viento; y por un instante, ese pedazo de tela me pareció hermoso. Ridículo.
De repente brinqué: ¡eso era!
Esta mañana, al poner la radio sentí la cortina de la sala rozar mi brazo. Claro, lo que se me olvidó era que no había abierto la ventana anoche, ni tampoco hoy al salir, más bien la había cerrado. De la sorpresa, mis ojos se agrandaron: alguien entró en mi apartamento.
Un poco abrumada, me moví hacia la sala e inspeccioné cada rincón para ver si algo había desaparecido y si de casualidad el “visitante” me hubiera dejado algún mensaje. No me tomó más de dos segundos encontrar el mensaje. Allí estaba: una pequeña caja roja, justo sobre la mesa de madera clara de mi sala. Petrificada, miré la caja roja como si fuese el objeto del mismo demonio enviado para atormentarme. Un objeto cuyo contenido ya me es conocido. Un objeto que creí haber dejado en el pasado, un pasado del que no quise recordar. Un objeto atado a tantos recuerdos, tantos sentimientos y emociones que no pude reprimir la necesidad de tomarlo en mis manos. Temblando, delicé la punta de mis dedos sobre el cuero rojizo bordeado de dorado y lo apreté con fuerza. A lo mejor me estaba imaginando cosas, y esa caja no era lo que mi mente se imaginaba.Resignada, abrí la caja y sin sorpresa el brazalete brilló con todo su esplendor. Esa caja con ese brazalete era el regalo de Lucio para mi último cumpleaños.
¡Imposible!
Pero si yo lo había dejado hace unas horas… ¿Cómo?
El miedo se apoderó de mí, aquí, en mis propias manos, el brazalete había sido devuelto a su propietaria. Corrí hacia el baño y me arrojé agua fría, me miré al espejo y traté de entender lo que pasaba… me estaba volviendo loca. Sí, eso era, me imaginé haber ido a la casa de Lucio, me imaginé haberle devuelto el brazalete. Pero, eso no explicaba la presencia de la caja.
La otra posibilidad era más realista, pero no menos preocupante: Lucio había estado aquí, de otro modo no tendría este brazalete devuelta conmigo, ¿pero con qué fin? No tenía ninguna lógica.
Más me esforzaba por entender, más enredaba lo que ya estaba enredado: ¿Será realmente Lucio? De ser él, ¿por qué se hacía pasar por desaparecido? ¿Por qué no me hablaba? ¿Por qué no confiaba en mí? Aunque, pensándolo bien, tampoco me había dicho acerca de ella. Después del todo, al final de cuentas, yo era su amiga y hubiera entendido; no, hubiera tratado de entender; sí, ni siquiera hubiera luchado. Entonces, todo siguería igual, o sí.
¿Había sido una decisión o una obligación?
¿Había sabido de antemano, aquel día en la universidad, que se iba?
Y la más importante de todo, ¿cómo una persona puede desaparecer y estar viva al mismo tiempo?
¿Cuál era el trasfondo de toda esta historia?
¿Tendrá esa mujer alguna relación?
Miles de preguntas cruzaban mi mente como un ataque de hormigas rojas y enojadas y venenosas. Jugué con el brazalete en mi mano mientras mi mente trataba de encontrar la respuesta correcta.
De pronto, apreté mis labios.... eso ya no era asunto mío. Después de todo, ¿quién era yo para entrometerme? Nadie porque al final nada de lo que vivimos importó. Él, Lucio destrozó todo mi amor por él porque ahora sé con certitud que yo no era suficiente; ni como amiga, ni como novia. Y eso, esa realidad dolía tanto que ni entendía como podía seguir respirando.
Con la mirada, acusé al brazalete buscando la manera de deshacerme definitivamente de él. Dejarlo en la casa de Lucio no había sido suficiente... Entonces, íbamos a ver si volvía desde las profundidades del bosque.
El ansia de deshacerme de esta cosa me quemaba la mano al punto de volverse vital. Sin dudarlo, tomé mi abrigo con mi bufanda y salí corriendo hasta mi vehículo. Sobre la ruta, los árboles desfilaban a una prisa vertiginosa, a esta velocidad llegaría en 15 minutos. Cuando, una respuesta concreta llegó a mis sentidos: Lucio no estaba muerto.
No, era mucho más que eso, mi cerebro estaba por descifrar el mensaje y llegué por fin a entender: nadie dejaba prueba de vida si quería realmente desaparecer o hacerse pasar por muerto. El brazalete era una señal de Lucio para que yo no creyera en su muerte o en su desaparición; y sobre todo ser la única en saberlo. Sin embargo, al recordarme el video de aquella pareja, la duda amenazó el hilo de mis pensamientos. ¡No, maldita sea! Nada de todo eso tiene sentido.
Al final, no sé, no sé nada.
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Editado: 13.10.2019