Una vez en las afueras del bosque, me apoyé sobre mi auto tratando de recuperar el aliento. Estuvo cerca, seguramente me había ido justo a tiempo, pensé al poner un poco de música al recorrer el camino de vuelta. Vaya, la excursión había tomado un giro inesperado.
¿Quién lo hubiese creído? Un grupo de jóvenes de mi edad tan encantadores. Mi cuerpo todavía estaba sacudido por la penetrante ola de calor y mis mejillas todavía me ardían cosquillándome. Abrí la ventana para respirar un poco de aire fresco.
Me sentí nueva, como recargada y llena de energía, hasta me sorprendí al cantar a gritos una canción de los años 80: “I am so excited, I just can’t hide it, I think I am going to lose control and I think I like it…” me reí a carajadas, ¡Dios que alivio sentirme así otra vez!
Conduje hasta mi casa, tranquila, relajada y contenta; aumenté la velocidad junto con el volumen del radio, cantando a todo pulmón.
Al llegar al apartamento atravesé la sala para abrir las cortinas y las ventanas, aire, aire, y me quedé a la ventana admirando el atardecer, qué lindo era. La vida no parecía ser tan complicada después de todo. Encendí el equipo de sonido a la par mía y el CD de música clásica volvió a sonar invadiendo todo el apartamento. Me fui al baño y dejé el agua caliente caer en la tina, busqué una pijama y un paño que dejé en la sala, y silbando me preparé unos sándwiches para después... aunque la copa de vino me la llevó ahora para el baño.
Dejándome caer dentro del agua caliente, sentí cada parte de mi cuerpo relajarse poco a poco y suspirando hundí mi cabeza dentro del agua para mojarme el cabello; al volver a la superficie quité el exceso de agua de mi rostro con las manos, y tomé un sorbo de vino. Cerré los ojos, dejando mis pensamientos divagar a como se les antojaran: las imágenes de esta tarde volvieron, pero en especial aquella del chico de ojos verde-azulados: su poco ánimo en el partido me intrigaba, mientras su esencia me era tan familiar. El otro, sé que lo conocí en algún lado, estaba segura, no era la primera vez que lo había visto o sentido, sí, ya que esa era la palabra correcta. La primera vez que lo sentí fue en la universidad antes de entrar al examen, antes de ser empujada por Lucio. Pero, mismo si estaba segura de ello, esa sensación me parecía tan irreal que no podía ser posible. Ese tipo de conexiones no existen, no es imposible. Todo debía ser imaginación mía.
Rendida, vacié mi mente con la ayuda de un segundo sorbo de vino. Cuando juzgué que ya estaba lo suficientemente relajada, salí de la tina, me sequé, me puse mi bata y envolví mi cabello con un paño.
En la cocina, recogí mis sándwiches y me senté frente al televisor con las piernas cruzadas con otra copa de vino. Y al terminar de comer, me acosté sobre el sofá escuchando música. Aprecié aquella sensación de bienestar que envolvía todo mi ser, y poco a poco, la pesadez me agarró en sus brazos acunándome hasta llevarme al misterioso mundo de los sueños.
Cuando abrí los ojos, ya era un nuevo día que se presentaba ante mí. Parecía llover y no podía estar más feliz porque me encantaba quedarme en casa mientras llovía. Hoy iba a ser un día sofá con una cobija acompañada de una pizza a domicilio. Sonriendo, estiré los brazos al darme cuenta que el sueño había sido muy reparador, me sentía de maravilla.
Una vez en la sala, tomé los trastes de ayer y los dejé en el fregadero, luego encendí la cafetera la cual inicio a chorrear con un sonido casi asmático; aprovechando el tiempo tendí mi cama y ordené mi cuarto. Al terminar me serví el café recién chorreado. La taza me calentaba mis manos y antes de llevarme el café negro a mi boca, husmeé el aroma tan especial con una sonrisa en los labios hasta que mi celular sonó, era Julia.
––¡Hola Julia! —contesté con una voz muy ligera.
—Vaya, vaya alguien parece estar en plena forma, hoy. ¿Pasó algún acontecimiento que no me hayas contado ya?
—No — mentí—, nada nuevo, me siento mejor.
—Estupendo, me parece. ¿Qué opinas si paso a tu apartamento para tomar un café?
—Claro, seguro, cuando quieras.
—¡Ahora! —se entusiasmó Julia. Casi me estrangulé con el café por la sorpresa, claro, Julia, era siempre tan… espontánea, aún más que yo, se me había olvidado ese pequeño detalle.
—¿Estás bien? Si quieres puedo pasar más tarde, lo que pasa es que estoy por tu casa, casi… —Su voz parecía contener un cierto tono de decepción.
—No, está bien. —Tosí un poco por culpa del líquido atravesado en mi garganta—. Pero dame quince minutos, ¿sí? Podía decir adiós a mi día-cobija-pizza-tele.
—¿No estarás ocultando un hombre apuesto en tu apartamento? Por eso la felicidad y la molestia que yo pase —sospechó Julia con una tono llena de gracia.
—Ay Julia, no cambiarás nunca, bueno ahí te veo, sí.
—OK, nos vemos.
Cerré el teléfono y brinqué hacia mi cuarto para vestirme, peinarme, aunque la risa no colaboró mucho ante mi prisa. Julia sí que era especial, siempre eran hombres, hombres y para variar hombres, incorregible. Aunque mi risa se congeló: y si Julia era normal y la especial era yo por no pensar en ellos.
Hice una mueca, bah de por sí, para pensar en ellos hay que tener por lo menos uno, y en lo que a mí me respectaba, yo no era el tipo de mujer que los hombres se fijaban o simplemente para establecerse; no, todo lo contrario.
Yo era la chica invisible, una especie de bicho raro, de hecho, era tan a menudo, que cuando sorprendía a alguno mirándome inmediatamente chequeaba si tenía alguna mancha en mi ropa, o un hueco, o un zíper abierto.
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Editado: 13.10.2019