Saga Unidos Por La Sangre #1

CAPITULO 7

Sin saber lo que ocurría, sentía mi mente y mi cuerpo encerrados en un inmenso y pesado velo de terciopelo. Sin fuerzas, intenté de levantarme pero mis esfuerzos parecían ser en vano; en mi pecho, una amable y suave barrera me impedió cualquier esfuerzo inútil.
En medio de la oscuridad, ajena a mi cuerpo y con la mente nublada, con mucho esfuerzo traté de recordar lo sucedido. ¿A dónde estaba? ¿Acaso era hora de irme a la universidad? ¿Estaré atrasada? Me sentía acostada, en una cama, pero no era mía. Febrilmente, moví los dedos de mi manos derecha para sentir la textura del colchón: era fina, delgada, e impersonal. Por deducción descarté mi cuarto... el sentido del olfato pareció volver a mí, poco a poco: mi nariz me picaba y olía como a alcohol, sí… ahora estaba segura.
¡Qué olor más desagradable! Empecé a sacudir la cabeza para evitar ese olor tan repulsivo que trataba de alejarme poco a poco de mi dulce letargia. Sin poder mover más mi cabeza, el olor a penetró mi cerebro con fuerza.
Una luz comenzó a debilitar el velo oscuro para dejar paso a una visión blanca y borrosa. Alguien estaba encima mío... hablándome, no entendía lo que trataba de decirme, será que me quedé sorda. Traté de enfocarme un poco más.
—¿Me puede oír? —dijo la voz profunda y masculina.
Asentí con la cabeza, mientras encontraba mi voz de vuelta, la aclaré una vez, nada; una segunda vez, tampoco. Me oí gemir de impotencia.
—Con calma, no se apresure. No hay prisa —aconsejó la voz sorprendentemente tranquilizadora. Abrí los ojos un poco más. Mi vista se acopló a su alrededor como una cámara mal enfocada. Estaba en una sala blanca llena de medicamentos, y a la par mía una persona con una botella en la mano; seguramente él era el culpable y la botella el objeto del crimen.
—¿Cómo se siente? —preguntó la voz ligeramente preocupada.
—Bien, ¿qué pasó?
Mi voz sonaba todavía lejana, la aclaré de nuevo.
—La trajeron aquí, a la Facultad de Medicina, desmayada —contestó objetivamente.
Quise sentarme, esta vez la barrera o lo que había creído ser una, me ayudó. Por instinto, puse mi mano en mi frente. Desmayo dijo aquella voz, ¿por qué habría de desmayarme?
Repasé mi día en mi mente: había ido a clases, luego a la reunión con los chicos, después nos devolvimos… y el recuerdo perforó mi pecho llenándome los ojos de lágrimas, no podía llorar, aquí no, tenía que aguantar hasta llegar a mi apartamento, debía reponerme lo más rápido posible. —¿Puedo irme a casa? —pregunté alterada.
—Todavía no, vamos a esperar unos minutos para ver cómo sigue. ¿Cómo llegó a la universidad?
—Manejando.
Hizo una mueca dubitativa, me miró a los ojos de manera profesional, no obstante, la mía no lo era: sus ojos de un color avellana-verdosos me hipnotizaban; me resultaban extrañamente familiares. Nos miramos sostenidamente… al paso del tiempo hubo una especie de chispa en nuestras miradas, como una revelación.
Mi corazón empezó a palpitar al reconocer la mirada frente a mí. No pude articular ni una palabra, nada más contemplé aquel rostro grácil, viril y elegante. De repente me encontré propulsada en otro ambiente, con música, y aquella mano tocándome la mejilla en gesto de despedida sonriéndome.
—Adam —susurré.
Él simplemente sonrió, dejando entrever sus hermosos camanances. Adam estaba aquí, conmigo, en mi universidad. ¡Incréible!
Sin una palabra más, Adam tomó mi mano y colocó sus dos dedos en el interior de mi muñeca, detallándome.
Yo estaba a kilométros de distancia. ¡Un doctor, quién lo hubiese creído! Un doctor, en mi universidad, atendiéndome a mí. Su bata blanca de médico acentuaba la palidez de su cabello castaño oscuro, debajo de ésta llevaba una camisa blanca con mangas largas, resaltando sus pómulos decididos. ¡Qué hermoso! Simplemente impecable. Parecía ser más alto ahora que lo veía en esta sala. Todo en él era perfecto, nada desentonaba. Corte de cabello impecable, traje y camisa impecables; corbata, reloj, y zapatos delataban una elengancia calculada y rafinada. Y su perfume, esa nota de ciprez como el pino en un bosque con una mezcla cítrica y algo pimentada: un pecado mortal. Deslumbrada, no supe qué mirar, o más bien, qué no mirar.
—Tu pulso ya está estable, y por lo visto recobraste la palabra y la memoria. Sería más prudente que manejarás despacio.
—Claro —suspiré, que poco razonable me sentía... ahora no me quería ir. Aunque al pensarlo bien, él tampoco hacía ningún gesto para que me fuera.
—Le voy a dar de alta… tómelo con mucha calma si va a manejar. Por cierto, ¿cuál es tu grupo sanguíneo? Lo necesito para mi base de datos.
Lo admito, me apresuré a sacar conclusiones. ¡Qué insólito! Hacía unos minutos hubiera podido jurar que estábamos en sintonía, pero ahora parecía un completo extraño. Bajé de la cama con cuidado... siempre estaba de pie, era buena señal.
Adam me sostuvo el codo por si acaso, pero no había necesidad; sí, me sentía sumamente frágil, pequeña sin mis tacones, mientras él conservaba toda su fuerza y su altura. Más que un médico, parecía ser un ángel, un guardián, un protector.
De repente me sentí desconfiada de mi misma, de mí físicamente, y estaba segura que a plena luz del día el encanto de la noche se iría al verme como era en realidad: insignificante.
—Sí, claro AB+ Hasta luego… doctor y gracias —dije, al momento de atravesar la puerta.
Ni me quedé para oír su respuesta, de por sí, no debía de ser la que esperaba.
¿Qué caso tenía confirmar una decepción? Mejor salirse con orgullo o por lo menos salvar lo que me quedaba de él. Ridícula, era la palabra; otra fantasía mía, aquella noche había sido una diversión, nada más. 




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