Saga Unidos Por La Sangre #1

SAM

Nina, vamos despierta, por favor.

La preocupación en la voz de mi tío me sacó de mi sueño. Sam estaba sentado a la par de mi cama—. ¿Cómo te sientes?

Observé sus rasgos, se veía sumamente cansado, como si no hubiese dormido durante días.

—Bien, pero tú te ves fatal.

—¡Gracias! Estuviste durmiendo por más de tres días seguidos.

De la sorpresa e incredulidad puse los ojos en blanco, miré a mi tío, mi expresión debió ser muy explícita, ya que empezó a preguntarme.

—Nina, ¿cómo lo hiciste? —preguntó Sam temeroso.

—…

—El baúl, abriste el baúl, ¿cómo lo hiciste? —se levantó de la silla, caminando y hablando al mismo tiempo—. Nina, llevo años tratando de abrir ese baúl, y años es poco decir. ¿Qué sucedió cuando lo abriste? ¿Sentiste algo extraño?

Parecía estar esperando mi respuesta, de pie frente a mí, esperando, los brazos cruzados sobre su pecho. Había dejado de caminar pero yo no sabía qué decirle, el cansancio me abrumaba impidiéndome pensar con claridad, durante un buen rato, nos miramos sin palabra alguna.

—Está bien, trata de descansar ahora. ¿Necesitas algo?

—Agua, tengo mucha sed.

—Enseguida.

El tiempo de relajarme y Sam apareció con el vaso lleno hasta el tope con un cubo de hielo. El detalle me hizo sonreír. Traté de sentarme, confundida, lo intenté otra vez.

—Déjame ayudarte —Sam sostuvo mi espalda y el vaso mientras tomaba, al terminar quise más, cuando volvió, estaba armado con una botella entera, fue solamente después de cuatro vasos seguidos, que me sentí más o menos mejor; sin embargo, apenada, fingí no tener más sed.

—Llámame si sientes…, si necesitas algo más.

Sin fuerzas para contestarle cerré los ojos al encuentro del sueño.

 

 

La pesadez de mi cuerpo desaparecía poco a poco liberando mi mente del velo negro. Al despertar mis ojos tardaron cierto tiempo en acostumbrarse a la penumbra espesa de mi cuarto; no lograba ubicarme en el tiempo, no sabía si era de madrugada o el principio de la noche. ¿Cuántas noches había dormido?

Me levanté con cuidado. No reconocía mi cuerpo. Me sentía extranjera en él, como si una fuerza sustancial poseyera mi cuerpo. Me sentía fuerte pero ligera a la vez, relajada pero atenta; y…sudada. Recorrí la casa en búsqueda de Sam sin poder encontrarlo. Perpleja me fui a tomar una ducha. Al salir, me sentía de maravilla a pesar de las últimas noches de tormento y de confusión. Al ver la hora, decidí vestirme y prepararme un desayuno con mi querido chocochaud de siempre.

Estaba disfrutándolo cuando oí el tintineo de unas llaves y luego el ruido de éstas al introducirse en la cerradura, seguro era Sam regresando de alguna fiesta de hombres.

—¡Nina!

Brinqué con mi taza en las manos, aquella voz llena de angustia y urgencia no era de mi tío, sino más bien de la madre de Lily.

—¡Nina! ¿A dónde estás?

—A… aquí.

—¡Aquí estás!

Sin darme un respiro me tomó de la mano arrastrándome por el corredor.

—¿Tu maleta?

—¡Un momento mi… maleta! —Estaba soñando eso era. Nada tenía sentido, seguro estaba en mi cama soñando con esos sueños raros que siempre me atormentaban.

—Ahí está. ¡No te quedes allí parada, ayúdame!

—Momento, María, no entiendo. ¿Podrías al menos explicarme qué pasa?

—Tienes que irte de aquí, ahora. Vienen por ti.

—¿Qué? ¿Quiénes? ¿Por qué? ¿Qué hice?

—Nina ahora no es el momento. Recoge lo más que puedas, y lo más útil.

—¿Mi tío te dijo de venir?

—No Nina, tu... Sam no sabe, y no debe saber. Nos tenemos que ir de aquí antes de que lleguen.

Petrificada, sin entender ni una palabra procesé los elementos, Sam traicionarme, ¿de qué? Había dicho que llegaban por mí, ¿acaso eran varios? ¿Quiénes eran? ¿Y por qué? ¿Qué había hecho?

—¿Sabes dónde está el cofre de tu madre?

—Hay un cofre abajo, en el sótano, ¿dijiste de mi madre?

—Ahora es tuyo y nos lo vamos a llevar.

—¡Estás loca, ni se puede empujar por el piso!

Sin escucharme, bajó las escaleras corriendo, yo la seguí molesta, desorientada, entendiendo cada vez menos. Se paró al frente del cofre y me tendió la mano como si estuviera esperando que algún objeto cayera en ella. La miré sin entender, lo cual pareció contrariarla aún más.

—¡Tu collar!

Iba a replicar que yo nunca me lo quitaba ya que era de mi madre, pero la mirada de María llena de enojo me disuadió de contradecirla. Apurada y con mucha torpeza logré quitármelo, y con cierta ansiedad deposité mi objeto más preciado en la palma de la mano tendida. Sin mirarme, María agarró el collar y abrió la tapa del cofre metiendo el collar adentro. En cuestión de una fracción de segundos, el cofre desapareció con mi collar.




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