1. Nina
Nerviosa, humedecí mis labios; mis manos sudadas me temblaban, las sacudí para aliviar la tensión y luego las sequé sobre mi pantalón, una vez preparada tome el arma y apunte el foco con mi mano izquierda hacia la masa negra al frente mío, inspire profundamente convenciéndome que no había nada que temer; solamente tenía que llegar hasta el parque. Apreté los ojos mientras la voz de Adam me condenaba nuevamente. ¿Y sí Adam tenía razón? Bajé el foco, no lograba decidirme.
¿Cuál peligro? Adam había dicho que era peligroso. Pero yo no creía en vampiros, ni en bestias, ni en supuestos monstros de la oscuridad. La única amenaza real eran los humanos, y yo estaba armada.
Con un paso decidido entré en el bosque, con cuidado, en silencio, el foco tendido justa debajo de mi arma.
Me orienté fácilmente, era el mismo camino que aquel día cuando me topé con Adam; excepto que está vez el bosque no parecía darme la bienvenida.
De noche, todo se veía espeluznante: los pájaros no cantaban, los árboles permanecían rígidos y aterradores guardianes de la oscuridad impidiendo el paso de los rayos de la luna.
De pronto, oí un rugido inhumano, no muy lejos de mí, instantáneamente me detuve, esperando; mi corazón latía en pánico, mi agitada respiración me impedía concentrarme. Me mantuve alerta, agudizando mi sentido del oído y cerré los ojos recordando las enseñanzas de Sam. Respirar profundo, tratar de bajar el ritmo cardiaco de mi corazón y el pulso de mis manos, conectar mi mente con mis alrededores visualizando mi entorno, vigilando el mínimo movimiento. Nada se movía. Todo estaba muy callado.
Demasiado callado.
Mis brazos comenzaron a temblar y la frente me perlaba, mi instinto me alertaba de una presencia que mis sentidos no detectaban; mi ritmo cardiaco se aceleró, las venas de mis sienes palpitaban con fuerza impidiéndome pensar claramente. Tenía miedo, el pánico me estaba controlando, despacio baje el arma y seguí avanzando; hacía mucho frío, la humedad de la tierra llegaba hasta mis huesos. Avance más rápido.
Me faltaba poco para llegar al parque cuando oí el llanto de una mujer; me detuve, crispada, escuchando con ansias, frustrada no logré entender lo que decían, me acerqué con cautela. A medida que iba avanzando las voces se aclaraban e incluso logré identificar otra voz, la de una mujer ordenando a la otra que se callara; en esta ocasión sopesé mis opciones dos veces, huir o atacar. Levanté el arma en dirección de los llantos tratando de decidirme.
Al oír la risa fría y sádica de una mujer justo detrás mío, mi corazón se congeló, y toda mi sangre subió a mi cabeza. Por impulso encaré a la mujer y más por reflejo que por voluntad propia le disparé y fallé.
—Hola, Nina —dijo con una sonrisa frente a mí—. Sabes odio las armas, deberías de tener cuidado podrías herir a alguien.
—Ese es el punto —amenacé.
Ella simplemente se rió, no de nerviosismo, era como si hubiese dicho una broma sin gracia.
—Inténtalo —me ordenó seriamente.
Una vez más levanté el arma, estaba por disparar pero ya no había nadie al frente mío.
El pánico me sumergió, esa mujer estaba otra vez detrás de mis espaldas; no era posible, nadie podía desplazarse tan rápido. Del horror me paralicé, incapaz de moverme, la visión borrosa, la mente en blanco apuntando al vacío. Cerré los ojos al sentir las lágrimas de desesperación encontrar camino a través de ellos, no debía llorar, pase lo que pase.
Cuando abrí los ojos de nuevo, ya ni me encontraba por el parque, sino en el pleno corazón del bosque. En pocas palabras, estaba perdida.
Miré la oscuridad a mí alrededor, y observé con cuidado; la mujer siempre estaba a la par mía, no necesitaba mirar, sentía su brazo pegado al mío. Súbitamente, del horror, mis ojos se agrandaron y mi corazón espantado comenzó a bombear en mi pecho con violencia: alguien, a la par mía, que no vi llegar, respiraba en mi cuello botando de su boca aquel aire frío.
—Siempre hueles tan bien Nina.
Brinqué y retrocedí para confirmar la identidad de la persona que mi corazón conocía tan bien; pero las posibilidades de que fuese realmente él, eran imposibles.
Sin embargo esa voz, tan inconfundible.
Esa voz que siempre oía en mis sueños.
Esa voz que se burlaba cariñosamente de mí.
Esa voz, que no oía desde hace tanto tiempo.
Esa voz, que tanto extrañaba.
Esta vez, no logré contener más mis lágrimas, sin pensarlo abracé la sombra y lloré rodeada por sus brazos.
—Hola guapa.
—Lucio, mi Lucio regresaste. Creí que te había perdido. ¿Cómo hiciste? Sobreviviste en el bosque durante todo ese tiempo…
De pronto, algo me decía que mí Lucio, ya no era mí Lucio. Miré su rostro en la sombra hasta alcanzar ver sus ojos, eran los mismos: el mismo color, el mismo tono y el mismo tamaño; pero una frialdad y una crueldad se desprendían de ellos. Fruncí el ceño tratando de entender el cambio de mi amigo.
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Editado: 13.10.2019