Saintia Selenne

Parte 2

El cantinero bajó las escaleras y Jake se encerró en su modesto cuarto. Arrojó su bolso sobre la cama y luego él mismo también lo hizo. La habitación no era el lujo ofrecido en otros lugares, en otros hoteles a los que había frecuentado anteriormente, ni remotamente cerca siquiera en el que se alojara la noche anterior a su lado del camino, pero como no estaba allí en calidad de turista, aun así le era útil como guarida provisoria. Además de la amplia y dura cama, había un par de mesitas de luz a ambos lados de ella, un viejo placard con un espejo en su puerta delantera y un perchero despintado en la esquina. Aun así, su posición respecto al pueblo le resultaba fortuita. La ventana daba al gran predio frente a la posada. Se levantó de la cama y abrió los postigos para dejar entrar el aire nocturno y aliviar el pesado ambiente que en el hermético lugar se había generado.

Respiró hondamente buscando calmar sus tensiones. Al fin había llegado a su destino a pesar de tantos contratiempos. Mañana habría de comenzar con su misión, aunque en ello había algo que lo causaba gran molestia. Esto era la actitud innecesaria que tendría que adoptar gracias a la mentira que apantallaba sus razones para estar allí. Si había algo que no podría hacer aquí era permanecer de incógnito, cosa que la ciudad permitía perfectamente, en donde a nadie le importa con quien se cruza, que hace allí o si alguna vez lo ha visto. Allí las intensiones pueden camuflarse fácilmente, pero aquí esto no habría de pasar y cada movimiento tendría ojos atentos encima. Suponía que esto habría de pasar, pero de todas formas le molestaba.

Frente a tanta atención tendría que actuar con cuidado para no delatarse, aunque para esto su mentira le era ventajosa. Siendo quien había dicho que era, podría deslizarse por el pueblo y averiguar sobre el Saintia Selenne sin levantar sospechas. Jake suspiró. Todo marchaba bien, tal lo planeado...

Media hora después, oye toques en la puerta.

-¡¡¡La cena está lista!!!- gritan desde el pasillo -¡¡¡Puede bajar a cenar cuando guste!!!

-Bajo enseguida...

Minutos después Jake bajó al salón. En un rincón habían acomodado una de las mesas y cubierto del resto por una especie de biombo de mimbre para que nadie pudiera molestarlo. Una botella de vino lo esperaba sobre ella. Cuando estuvo acomodado en su silla, la cocinera y esposa de Jeffrey, de nombre Lisa, una mujer de unos 50 años y de delgada constitución, llegó con una bandeja metálica trayéndole la cena: un enorme trozo de carne asada a su punto justo que liberaba un olor exquisito y para los ojos una inspiración, acompañado por una fuente de patatas también asadas, pan casero en rodajas y un tazón de salsa para aderezar los manjares. Con los primeros bocados Jake pudo concluir que era lo mejor que había comido en su vida. La carne era suave, tierna y de un sabor inigualable; y mención aparte merecía la salsa, de color rojo, espesa y con un sutil sabor picante, hacían del conjunto una verdadera delicia. Tal y como el posadero había dicho, la cocinera era una experta en el arte culinario. Comió hasta hartarse sin ningún tipo de remordimiento y luego se retiró a su cuarto a descansar.

 

A la mañana siguiente se levantó temprano y luego de desayunar, cargó una libreta de notas y una pluma de su mochila y salió del hospedaje para poner en marcha la primera fase del trabajo que lo llevó hasta allí. Eran las 8,30 y el sol invernal apenas se despertaba en el horizonte creando un juego de sombras y tiñendo al pueblo de un tenue color grisáceo. Hacía frío, una débil brisa recorría las calles. Sin embargo, el pueblo ya estaba vivo y sus habitantes entregados a sus labores cotidianos. Gracias a la tímida luz del día infante, Jake pudo apreciar el pueblo como no pudo hacerlo a su llegada y lo primero que atrajo su total atención fue la plaza frente a la posada que hasta ahora la oscuridad le había impedido conocer. En verdad era un espacio enorme, arbolado y con esmero cuidado. Allí era donde cada año se llevaba a cabo la gran feria de Saint Greenbounn y en el tiempo entre una y otra era el lugar de reunión favorito de las familias del pueblo, que se congregaban para pasar una linda tarde mientras los niños jugaban en la verdosa extensión de terreno. En su centro había una pequeña torre de aproximadamente dos metros de altura, rodeada de flores y encima de ella una figura a gran escala de Saintia Selenne tallada también en piedra, representada de rodillas y con sus manos entrelazadas en señal de plegaria; y justo frente a él, del lado oeste del parque, se encontraba el gran templo en donde la verdadera joya era resguardada y solo el 28 de febrero de cada año salía. Los rayos del sol naciente la inundaban de luz y hacían brillar sus coloridos ventanales. El esmero arquitectónico del pueblo se había centrado en esta construcción convirtiéndola en un ejemplo de sus habilidades artísticas. En su interior se encontraba el invaluable tesoro que Máximo Sheffield tanto codiciaba y la razón de su visita a Saint Greenbounn.

Sin embargo, tuvo que conformarse con una observación lejana del imponente edificio. No quería pasar por sospechoso merodeando el tesoro del pueblo frente a sus habitantes que hacían de él el centro de atención y la novedad del día. Como pudo fácilmente comprobar, ya todos estaban enterados de su presencia allí. Entonces desvió su verdadero interés al cumplimiento de la mentira que enmascaraba sus intensiones reales. Además no había razones para no aprovechar aquel viaje como unas pequeñas vacaciones y disfrutar del tranquilo lugar. Siguiendo la idea, dedicó toda la mañana a recorrer el pintoresco paraje, objetivo que su tamaño no le presentó inconveniente y permitiéndole un mejor tiempo para apreciar sus aspectos, encontrando el contraste con las grandes urbes cuyos numerosos atractivos reducen los momentos a una fugaz experiencia. Cada tanto se detenía y garabateaba formas en su cuadernillo o incluso se detuvo en diferentes talleres a dialogar con los artesanos que allí trabajaban y recogiendo de ellos curiosas anécdotas sobre el pueblo y sobre ellos mismos, solo para sustentar la farsa que le daba acceso a cada rincón del poblado sin levantar sospecha alguna.



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En el texto hay: muerte tragedia sangre vida, misterios y secretos

Editado: 22.10.2018

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