Salto De Fe (#2)

Capitulo 23

Capitulo Veintitrés: " Doler "

JORDAN HILXMAN

No pude evitar sentir un alivio inmenso cuando escuché decir eso al doctor, voltee hacia atrás cuando escuché la voz de Kenji dando indicaciones sacando a relucir su profesión.

El doctor lo miró sorprendido y repitió las indicaciones a la enfermera, rápidamente trajeron Dos camillas y subieron a cada una a Sebastián y Hatson y se los llevaron. Pase mi mano por mi rostro suspirando con pesadez sintiendo un peso menos sobre mis hombros.

Suspiré ligeramente mirando al techo y moví mi cabeza de lado a lado tratando de liberar la tensión de esa forma. Miré eran llevados hacia otro pasillo.

Sí desean ver a las niñas, pueden ir.- dijo el doctor antes de retirarse.

¿Y Lyra?- pregunto Eduardo deteniéndolo.

Será trasladada a una habitación, apenas haya ocurrido ello se le informará a sus parejas.- dijo él, asintió él con calma con una pequeña sonrisa.

Suspiré otra vez, mi mirada no puedo evitar posarse por él. Ellerin estaba temblando complemente mientras se aferraba a una pared para estabilizarse.

Maldito débil, el no había estado aquí todas las horas de ansiedad que nosotros habíamos soportado y estaba como si se iba a morir en ese mismo instante.

Lo pasé de lado, me acerqué a los asientos y tome las Dos maletas que estaban junto a los asientos, esas que Hatson me había pedido que trajera.

Luego, salí de ahí para buscar a alguna enfermera y que me indicara que hacer, porque, a como veía, ni Hatson ni Sebastián estarían en sus cinco sentidos pronto.

(...)

El agotamiento me pesaba en los párpados, y cada vez que parpadeaba, sentía que podría quedarme dormido en cualquier momento. Bostecé suavemente y me froté los ojos, tratando de mantenerme despierto. La habitación estaba en penumbra, apenas iluminada por la luz tenue que entraba por la ventana.

Había pasado las últimas horas organizando lo que podía de las maletas, siguiendo las indicaciones de la enfermera, pero después de eso, no supe qué más hacer. Así que terminé aquí, esperando a que Sebastián despertara.

Sabía que Aiden estaba en la habitación de Hatson y que Kenji probablemente ya había regresado a su casa. Eduardo y Andrew tuvieron que volver porque la niñera no podía quedarse en la mañana, así que los niños los necesitaban.

Suspiré y miré al techo con los ojos pesados.

Había decidido quedarme porque... porque no quería que Sebastián despertara solo. No después de lo que había pasado. No después de haberlo visto romperse. Si despertaba y nadie estaba aquí, podía entrar en pánico otra vez, y terminarían sedándolo de nuevo.

Parpadeé de forma perezosa. Estaba agotado.

Apenas sonreí para mí mismo, mis pensamientos divagaban sin control.

Seguro eran unas niñas hermosas... igual que su adorable madre.

Un nudo se formó en mi garganta. Revolví mi cabello con fuerza y exhalé, frustrado.

Lyra. Mi Lyra.

Mi preciosa nena ahora era madre. Y yo... yo había estado a punto de verla morir.

Y aún así, seguía demasiado enredado conmigo mismo como para abrir la boca.

Pero, ¿qué podía hacer? Sentía que si intentaba algo, Hatson y Sebastián me partirían la cara antes de siquiera decir una palabra.

Qué problema..- murmuré apenas, con una sonrisa amarga.

¿Qué es un problema?- La voz rasposa y débil de Sebastián me hizo saltar de mi lugar.

Me acerqué a él rápidamente. Su mirada estaba perdida, desorientada. El efecto del sedante todavía no desaparecía del todo, aunque ya habían pasado cinco horas desde que se lo administraron. Pero lo peor fue ver cómo, poco a poco, sus ojos volvían a llenarse de terror.

Lyra está bien- solté de inmediato.

Me miró con los ojos cristalizados, las ojeras hundidas y el cabello negro hecho un desastre. Se veía... jodidamente frágil.

Me recordó tanto a su versión de dieciséis años, después de que miró a Isabella morir entre sus brazos.

Le sonreí un poco.

Y felicidades- agregué con calma tratando de alentarlo así.

Sebastián soltó un suspiro ahogado y pasó las manos por su rostro, temblando ligeramente.

¿Me lo juras?- su voz sonó rota, apenas un murmullo.

Me dolió escucharlo así.

No era el Sebastián que todos conocían. No era el hombre de respuestas rápidas y comentarios sarcásticos. No era el tipo seguro de sí mismo que siempre encontraba una salida a cualquier situación.

Era solo un hombre asustado.

Un hombre que casi había perdido a la mujer que amaba.

Un hombre que probablemente todavía no sabía si estaba listo para ser padre.

Tragué con dificultad y le froté el hombro, dándole el único consuelo que podía ofrecerle en ese momento.

Te lo juro. Está perfectamente, aunque sigue en observación por precaución. Ya la pasaron a su habitación, pero duerme profundamente.- repetí lo que la enfermera me había dicho antes.- Me encargué de lo que pude con las cosas de las maletas, pero ustedes tienen que encargarse del resto, como registrarlas, sus nombres y todo eso- continué.

Sebastián frunció el ceño con confusión.

¿Cómo así?- pregunto, con su voz baja.

Solo los padres pueden registrar a los hijos.- Suspiró con pesadez y asintió lentamente. Aunque su piel seguía pálida, parecía más tranquilo.

Quiero ir a verla- susurró.

Llamaré a la enfermera para que te revise y te lleve- respondí con calma.

Me miró en silencio, y aunque no dijo nada, lo conocía demasiado bien. Seguramente quería quejarse, preguntar qué carajos hacía yo ahí. Pero su orgullo se lo impedía.

Y también...

También sabía que, aunque no lo admitiera, agradecía no haber despertado solo.

Le dedique una sonrisa y salí de la habitación buscando alguna enfermera, masajee mi cuello con delicadeza.

Mikaelis se veía roto. Su expresión endurecida apenas podía contener la tormenta que se agitaba en su interior. Lo notaba. Su respiración era irregular, y sus manos temblaban cuando intentó secar sus lágrimas con frustración.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.