El líder de los bandidos me mira como si quisiera comerme. Su mirada me quema, casi la siento físicamente. Mi corazón da un vuelco de tanta atención.
Qué horror.
No es solo un simple bandido. Es un delincuente empedernido. Un preso que pasó mucho tiempo en una prisión. Acaba de salir libre y ahora necesita a una mujer.
No podría estar metida en una situación peor que esta. Las palabras se quedan atascadas en mi garganta. Estoy en shock. No intento huir, porque tengo miedo de hacer un movimiento en falso. Y como si fuese poco, me doy cuenta de que mi situación puede empeorar.
El líder quita la horquilla de mi cabello. El moño en mi nuca se deshace, y este maldito cabrón agarra unos mechones sueltos con su enorme tentáculo y los envuelve alrededor de su puño.
Sollozo convulsivamente. Trato de huir. Pero me lo impide, literalmente me aplasta contra su cuerpo robusto.
Me penetra con la mirada de sus ojos azules. Sus labios carnosos se tuercen en una sonrisa.
–Que lista eres –me dice–. Enseguida piensas en cómo huir de mí.
¡¿De qué otra forma?! ¿Debo permitir que me manosees?
Aunque tampoco puedo prohibírselo. Obviamente, no soy tan fuerte como él.
Prefiero no decirle nada. Es inútil. Es cómo hablar con un animal. No querrá escucharme.
–¿Dónde estás estudiando?
Su pregunta suena desconcertante.
¿Para qué demonios quiere saberlo?
Una frágil esperanza nace en mi interior. ¿De repente me dejará en paz?
–En la facultad de economía –respondo en voz baja.
–Que aburrido.
Sí, claro. Es mucho más divertido irrumpir en las oficinas ajenas amenazando con un arma de fuego.
–A mí me gusta estudiar –trago saliva.
–¿En qué curso estás?
–En el segundo.
–¿Y aquí qué haces?
–Nada en especial –suspiro–. Un papeleo.
Él se queda callado. Sigue observándome. Tira de mi pelo obligándome a mover la cabeza hacia atrás. Y luego agarra el cuello de mi blusa y me la quita bruscamente, los botones se rompen y se caen al suelo. La blusa se me abre dejando mi torso al desnudo.
–¡No lo haga! –grito–. Por favor…
–Quieta.
Ahora su voz suena más ronca que antes. Y yo me estoy poniendo aún más nerviosa.
–No –balbuceo–. ¡No!
Mis tetas se agitan, y no puedo evitarlo. No puedo dejar de respirar. Mi corazón late con mucha intensidad.
–Suélteme –suplico.
Pero él está mirando mis tetas. Su mano enorme manosea las copas de mi sostén, apretando, haciéndome temblar y sollozar. Su pulgar recorre lentamente el borde del encaje, a veces rozando mi piel desnuda.
–No, por favor no...
–Quieta, te lo dije –responde groseramente.
Suelta mi pelo. Ahora su otra mano también manosea mi pecho. Aprieta mis tetas a través del sostén, los acaricia.
Me congelo por un par de segundos. Me asusta el tono metálico que aparece en su voz. Intento escabullirme, arrastrarme hacia atrás.
–Maldición.
El líder me agarra por las caderas. Me sacude bruscamente, me tumba sobre el escritorio boca arriba. Se acuesta encima de mí.
–¿Así te gusta más? –me pregunta con una sonrisa irónica.
–No me gusta nada –casi no puedo respirar.
–Te va a gustar –me asegura, y menea sus caderas desvergonzadamente–. Las mujeres nunca se quejan de mí.
Me estremezco como si me hubiera picado una mosca. Y por sus repugnantes palabras, y por el hecho de que se su cuerpo esté pegado al mío. Demasiado cerca.
Él es enorme. En todos lados. No quiero ni imaginar cómo trata a las chicas. En seguida me congelo por dentro.
Trato de liberarme desesperadamente, pero él solo se ríe observando mis intentos fallidos.
–Ya, basta con eso –me dice de repente–. Estoy harto de tus juegos.
Intercepta mis muñecas con una sola mano, y me deja tumbada encima del escritorio.
Me está mirando de nuevo. Ahora sus ojos azules se vuelven casi negros, porque sus pupilas están dilatadas.
Su enorme mano acaricia mi vientre desnudo.
–¿Qué clase de novio tienes? –dice entrecerrando los ojos–. Veo que ese imbécil nunca te ha follado como se debe.
En realidad, no tengo novio. Y nunca lo tuve, piense lo que piense este monstruo. ¿Pero qué le importa? Igual, no lo detendrá. Nada en absoluto podría detenerle.
Desabotona mis pantalones vaqueros, lo hace sin soltar mis brazos.
Lanzo un grito. Mi cuerpo tiembla de susto.