Salvaje viene en un abrir y cerrar de ojos. Agarra mi maleta y la mete en el maletero de su coche, intercambia un par de frases breves con Dima. Yo todavía estoy en shock al darme cuenta de que pasaremos juntos la semana que viene.
Él me mira. Solo me echa una mirada rápida, pero se me pone la piel de gallina.
Me doy la vuelta.
Me tranquiliza el hecho de que tengamos mucho trabajo. Tenemos una apretada agenda de reuniones, así no nos vamos a quedar a solas por mucho rato. Pero por más que intente calmarme, no lo logro.
Mi corazón late nerviosamente, aprieto la carpeta que cogí para poder releer los documentos en el camino.
–Katya –Lebedev me lleva a un lado y, frunciendo el ceño, dice –: Lo siento, he estado muy estresado últimamente. Perdóname lo que te dije.
Asiento con la cabeza.
Estoy distraída. Mi mente ahora está centrada en otro asunto. Me gustaría preguntarle: "¿Estás seguro de que realmente no puedes ir de viaje de negocios?" Pero entiendo que ni siquiera vale la pena plantear este tema.
Dima debe ayudar a su padrino. No es la primera vez que lo llame, y que Lebedev desaparezca por un par de días ayudándole en sus asuntos.
–¿Por qué estás tan tensa? –el chico me mira a los ojos y se pone sombrío–. ¿Te ha pasado algo?
–Nada –exclamo–. Estoy bien, Dima.
–¿Tienes problemas con Damián?
–No –me encojo de hombros nerviosamente–. ¿Por qué me lo preguntas?
–Sé que Salvaje tiene un carácter pesado.
–Sí, así es –me río entre dientes.
–Si pasa de la raya, házmelo saber".
–Casi no nos hablamos –digo en voz baja.
Pero esas charlas cortas que a veces tenemos en la oficina son más que suficientes.
–Llámame –dice Lebedev con firmeza–. En cualquier momento, siempre y cuando me necesites. Y en general, Katya, si tienes algún problema, dímelo de inmediato. Lo voy a resolver.
–Todo está bien, Dima.
Me acompaña hasta el coche y abre la puerta.
Salvaje ya está sentado detrás del volante. Esta fumando, y exhala el humo a través de la ventanilla. Tan pronto como me acomodo en el asiento al lado de conductor, tira el cigarrillo.
–Llámame cuando recibas una respuesta sobre las nuevas entregas –Lebedev se dirige hacia él.
–Lo haré –responde poniendo en marcha el motor.
–Bueno, adiós –dice Dima.
Me abraza por los hombros al despedirse de mí, luego cierra la puerta y se dirige a su coche.
Salvaje sigue mirando al frente. No gira el cuello en mi dirección. Ojalá continúe así hasta el final del viaje.
Todavía nos quedan tres horas en el coche. Debemos pasar unos días en una ciudad, y luego unos días más en otra. Y luego volveremos a casa, pasando por la tercera ciudad.
Abro la carpeta. Pero no puedo concentrarme en leer los documentos, estoy mirando al vacío. No puedo ni pensar bien.
¿Por qué Dima estalló de repente?
Hojeo frenéticamente las páginas.
Nunca antes lo hubiera visto así. Estaba prácticamente al borde de un ataque de nervios. Muy enfadado.
–¿Estás leyendo? –pregunta Dikiy en voz ronca.
Hago una mueca y me doy la vuelta. Él está señalando la carpeta que tengo en mis manos.
–Sí –respondo automáticamente–. Necesito revisar todos estos documentos antes de la primera reunión.
–Bueno, sigue leyendo –responde en un tono burlón.
Sin mirar, volteo la página. Mis dedos tiemblan nerviosamente por la tensión. Ni siquiera intento comprender el texto.
–¿Estás cómoda así? –Salvaje vuelve a romper el silencio.
Capto su mirada dirigida a la carpeta, y luego sus ojos azules literalmente me penetran.
–Por supuesto –frunzo los labios–. Lo importante es que nada me distraiga.
–¿Siempre lees así?
–¿Así cómo?
–Al revés.
–¿Qué? Ah, no…
Miro la carpeta y de repente me doy cuenta: Salvaje tiene razón. La carpeta con los documentos está al revés. Y ni siquiera me lo he notado.
Rápidamente corrijo mi error. Esto me ayuda a calmarme un poco. Pero mis mejillas se enrojecen de vergüenza.
Salvaje sonríe observándome.
–¿Tienes hambre? –pregunta de repente.
–No.
De hecho, no he comido casi nada esta mañana. Dima y yo acordamos a almorzar juntos en el camino. En alguna gasolinera.
–Necesito llenar el tanque –dice Salvaje–. En media hora pararemos en una gasolinera.
Mi estómago gruñe como un demonio. Me aclaro la garganta y digo: