–¡Imagínatelo! A Shcheglova la han expulsado de la universidad –dice Polina cuando estamos sentadas en una cafetería durante el recreo–. Más precisamente, dicen que fue ella misma quién tomó la decisión de abandonar los estudios, pero yo no lo creo.
–¿Por qué no?
–¿Para qué querría irse? –mi amiga se encoge de hombros–. Qué historia tan extraña.
Una frase corta que Lebedev le dijo a Shcheglova de repente me viene a la memoria y de nuevo resuena en mis oídos.
¿Ella realmente le hizo caso? ¿Decidió pedir el traslado a otra universidad?
Probablemente su novio le explicó quién era Dima. Le contó algo sobre aquel lado de la vida de Dima que yo prefiero no saber.
Y sin embargo, el padre de Shcheglova es una persona muy influyente. Es el director de una fábrica importante.
Pero este no fue ningún problema para Lebedev. ¿Me pregunto quién es él en realidad? Quizás, incluso tiene más conexiones con el mundo criminal que Salvaje.
–Katya, ¿me estás escuchando?
–Por supuesto que sí –digo y termino mi té de un trago para ocultar que en realidad me siento bastante incómoda.
–Es bueno que Shcheglova se haya transferido a otra universidad –concluye mi amiga–. Tendrás menos problemas con esa perra.
Le respondo con una frase insignificante, pero estoy enfadada conmigo misma porque de nuevo estoy pensando en Damián. No sé por qué, pero siempre me sucede esto. No nos vemos últimamente. Ya no trabajo con él. Pero cada día pienso en este hombre más y más.
Definitivamente esto se convierte en una obsesión.
A veces me imagino que él se encuentra cerca de mí. Me doy la vuelta cada vez que siento como si me persiguiera con su mirada. Vaya, que estupidez de mi parte.
Su auto es bastante reconocible. De inmediato te llama la atención.
¿Y por qué me perseguiría? Está ocupado con su trabajo. Soy yo la que se está hundiendo en una locura. A veces noto entre la multitud una silueta parecida a la suya. Una figura alta y sombría. Y luego me doy cuenta de que haya cometido un error, y me siento molesta. No entiendo por qué estoy jugando en estos estúpidos juegos.
–¿Ya has elegido el vestido que te vas a poner en el Día del Estudiante? –mepregunta mi amiga–. Y yo aún no me decido. El negro me parece demasiado oscuro, y el rosa es un poco ridículo.
–¿Qué pasa con el nuevo vestido que acabas de pedir? ¿El verde? ¿Aún no te ha llegado?
–Sí, la entrega se retrasa –suspira Polina.
Hablamos sobre los vestidos, y de repente me encuentro sin ganas de ir a ningún lado. Estoy sin ánimo. No entiendo por qué me sucede esto. Hasta hace poco la idea me parecía buena. Distraerme de mis problemas, bailar un poco... Pero últimamente ni siquiera tengo ganas de salir de casa.
Dima constantemente me invita a salir a algún sitio, pero siempre encuentro un pretexto para decirle que no. Nos vimos solamente una vez en las últimas semanas. Salimos un fin de semana y nada más.
Lebedev intenta en vano animarme.
Qué situación tan estúpida.
Espero que todo cambie antes de la fiesta. Por fin llega el día tan esperado. Me levanto de la cama y me acerco al espejo.
No, definitivamente no quiero salir. Tengo un sabor amargo en el alma. Y lo más extraño es que no existe ningún motivo para que me encuentre en esta condición.
En casa todo está perfectamente bien. Mi papá volvió a su trabajo que quería tanto. Y mi hermano menor ya no se mete en las malas compañías. Mi rendimiento académico en la universidad es excelente. Desde cuando dejé de trabajar ya no me distraigo.
Ya no veo a Salvaje. Por lo tanto la tensión debería desaparecer.
Pero miro mi reflejo en el espejo y me doy cuenta de que tengo ganas de llamar a mis amigas y cancelar todo. Aunque acordamos que nos encontraríamos en mi casa e iríamos a la fiesta juntas. Claro, después de peinarnos y maquillarnos. Dima vendrá a recogernos y llevarnos a la fiesta.
Suena el teléfono.
–¿Sí, Polina? –respondo la llamada.
–¿Puedo venir a tu casa antes de la hora acordada? –me pregunta mi amiga, y por su voz tensa entiendo de inmediato que algo anda mal.
–Por supuesto que sí, ven cuando quieras.
–Te cuento lo que pasa –añade casi susurrando, y luego oigo un suave clic de la puerta al cerrarse–. Mamá cambió de opinión y ahora no me permite ir a la fiesta. Acabamos de tener un escándalo terrible. Bueno, creo que por ahora la he convencido, pero tengo miedo de que si me quedo por mucho tiempo en casa, ella de nuevo me prohibirá salir. En fin, voy a coger mis cosas e iré directamente a tu casa. ¿Vale?
–Sí, Polina, no hay problema –respondo–. Ven, te espero.
Mis padres se fueron a la casa de campo. Salieron temprano, en la mañana. Serguei y Zlata también se fueron con los padres. Pero incluso si se hubieran quedado en casa, no se habrían opuesto a la visita de mi amiga.
La madre de Polina es una mujer estricta. Todos nos sorprendimos cuando de repente le permitió ir a la fiesta con tanta facilidad.
–Es que no le he contado todo –explica Polina cruzando el umbral de mi casa–. Bueno, estaba planeando prepararla poco a poco.
–¿Que no le has contado todo? –arrugo la frente.
–No le dije que la fiesta estaría fuera de la ciudad –explica ella–. Y no lo habría sabido si no fuese por Rita que tiene lengua suelta.
–Polina, ¿qué te pasa? –sacudo la cabeza–. Deberías haberle explicado todo a tu mamá desde el principio.
–¿Lo dices en broma? –gruñe ella–. ¿Acaso no conoces a mi madre? Ella nunca me habría permitido salir.
–¿Y ahora acaso está mejor?
–Bueno, al menos la he podido convencer –se encoge de hombros.
Llegan las otras chicas. Me doy cuenta de que ya es demasiado tarde para decir que no quiero ir a la fiesta. Además, ya no quiero quedarme sola en casa.
Saldré con mis amigas, me voy a divertir un poco.
Es hora de que me saque todas las tonterías de mi cabeza.