—Tienes que verlos, Eleine, ellos...
—Ya no son nada, Oliver, ya no son los mismos ¡No lo son!
Conversación entre Oliver (16) y Eleine (14) Mirianni.
Eleine estacionó frente a la plaza del pueblo, Addy tenía una población que no alcanzaba los quinientos habitantes. Casi todos se conocían entre sí, la gente era muy amable y generosa, entre todos se ayudaban.
Al ser un pueblo pequeño, los servicios eran escasos y de baja calidad, los jóvenes tenían que viajar a otras ciudades para estudiar el nivel secundario. A Eleine le encantaba la hospitalidad de la gente, conocía a casi la mayoría de los vecinos gracias a Tanya y sus ruedas por el único bar.
Al salir afuera, inspiró el aire fresco, la plaza estaba llena por las risas y los gritos alegres de los niños que corrían y subían a los juegos llenos de colores, sonrió al ver a esos inocentes disfrutando del día.
— ¿Qué haremos?
Caleb se detuvo junto a ella, con las manos en los bolsillos de su campera azul, la brisa alborotando su cabello, su mirada sin un rumbo fijo. Claro que se veía nervioso, en un lugar desconocido lleno de gente extraña, Eleine comenzó a dudar si era lo correcto sacarlo al exterior, pero tampoco sería adecuado que se quedara en casa el resto de su vida.
Si su memoria no volvía, Caleb debía aprender a vivir por su cuenta, eso significaba que tenía que buscar quién era él, en algún lugar debían existir sus papeles de nacimiento, registros de escuela o documentos de identidad, Caleb sólo era un apodo para alguien que ya tenía un nombre.
—Hay una forma de averiguar quién eres.
Caleb volvió a enredar sus dedos, a mirar el suelo.
—Lo sé, pero... No estoy seguro si quiero saberlo, quiero decir... Debe haberme sucedido algo realmente malo o yo debo haber hecho algo terrible como para intentar suicidarme en el patio de tu casa ¿No lo crees?
Ella también pensaba de esa forma, aunque mantenía las esperanzas en creer que solamente se había perdido en su bosque, y en un intento desesperado se había querido quitar la vida. Si lo pensaba mejor, esa historia era más descabellada que la idea de que Caleb fuese un asesino en serie.
—Sí, lo sé, pero no puedes andar por ahí solamente con un nombre que ni siquiera es el tuyo, tienes que conseguir un trabajo, y un lugar donde vivir, para eso necesitas ser algo más que Caleb.
— ¿Ya no me quieres en tu casa?
El tono dolido de su voz le hizo sentir como una maldita desconsiderada, el pobre no tenía nada y ella ya pensaba en echarlo, Eleine negó rápidamente.
—No, puedes quedarte el tiempo que sea necesario, sólo digo que no creo que sea sano para ti vivir así.
Caleb elevó su mirada al cielo y cerró los ojos, luego los abrió el color claro y brillante le hacía querer perderse en ellos.
—Sólo unos días más quiero la tranquilidad de no tener recuerdos ni remordimientos sobre el pasado, sólo unos días más... Luego buscaré mis registros ¿De acuerdo?
—Claro, toma tu tiempo ¿Caminamos?
—Tú dime hacia dónde ¿Qué se hace para divertirse en Addy?
—Generalmente la gente suele estar mucho tiempo por los alrededores, en los bosques y montañas, o sino en el único bar del pueblo.
—Suena aburrido.
—Oh no, te agradará, vamos.
Eleine lo guio hasta el bar Addy's Heaven era por lejos el lugar más concurrido de todo el pueblo, si alguien necesitaba encontrar a otra persona ese bar podía ser de gran ayuda. También se ubicaba en el extremo del pueblo, así que Eleine cumplió con el paseo y con el ejercicio que Tanya le ordenó realizar para él.
De camino le fue mostrando la cafetería de Ana, el restaurante de Reuben, la estación de servicio de Gloria, la panadería de la señora Higgins y el almacén de Víctor.
—Para vivir en una montaña aislada, conoces a muchas personas —dijo cuando se detuvieron frente al edificio del bar.
—Que viva en la montaña no significa que sea una ermitaña.
Caleb esbozó una pequeña sonrisa, de pronto Eleine quedó atrapada en su acción.
—Entremos.
El olor a alcohol y cigarro era algo típico del bar, las alegres voces de los jugadores de billar se mezclaban con la música de fondo. Al pasar muchos rostros conocidos la saludaron, Billy el hijo del panadero del pueblo, Charly la dueña del viñedo en BlueCreek, el viejo mecánico Agustín que siempre ajustaba el motor de su camioneta. Todos conocían a todos en Addy.
— ¡Eleine! —Exclamó una sonora voz ronca—. ¡Ven aquí querida, déjame darte un abrazo!
Eleine le hizo una señal a Caleb para que no la perdiera mientras se dirigía hacia la barra, evadiendo las hileras de mesas redondas ocupadas por las personas, que cada día iban ahí para distraerse después de una larga jornada de trabajo.
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Editado: 09.12.2018