Sálvame

Una pareja rota

 


Sus ojos se nublaron por las lágrimas a medida que armaba las cosas en su maleta, mirando alrededor, las paredes cuya pintura estaba descascarada, espectadores silenciosos de lo que aconteció tantas veces. Gritos y llantos, golpes y gruñidos, ella no aguantaba más, la sangre tiñó su rostro por última vez.

Cerró el cierre despacio, viendo al que una vez fue su compañero, dormir hecho un ovillo sobre la cama de grises sábanas. El dolor en su pecho creció y creció, pero él no respondería, no, hacía tiempo que ignoraba sus emociones, el vínculo lo bloqueó para no sentir cada una de las emociones que a ella la estaban matando lentamente. Su compañero la ignoraba, el alma del felino en su interior clamaba sentirlo, el afecto seguía ahí, agonizando por la ausencia de cariño. Ella no entendía cómo un compañero podía hacerle eso a la mujer con la que se emparejó en una unión de amor.

Lágrimas cayeron, el animal se quejó lamentando la separación, pero ella estaba cansada del maltrato y la brutal indiferencia. Con cuidado y en silencio, atravesó el pasillo hasta la otra habitación, sus niños, sus cachorros inocentes, dormían iluminados por la luz de la luna que se filtraba por la ventana, cada uno en su cama, su niña abrazada a un gato de peluche, su niño acurrucado con una almohada. Su corazón se oprimió al verlos por última vez, el leopardo luchaba en su contra y el instinto de madre era difícil de ignorar, pero ella quería vivir lejos del dolor, el lugar a donde iría no aceptaba cachorros. La decisión no fue sencilla, pero confió en que era lo correcto, ya vería cómo lograr que entendiera, necesitaba un espacio libre de la prisión que su compañero construyó para ella.

Se acercó a su pequeño travieso y acomodó sus sábanas, acarició su cabello oscuro idéntico al de su padre, besó su frente y una lágrima cayó en las hebras suaves. Rodeó la cama y observó a su niña, Emerald, se sintió más frágil por dentro ¿qué clase de madre abandonaba a sus hijos? Sostuvo su pequeña mano, guardando su rostro en su memoria, no era definitivo su adiós, cuando sanaran sus heridas ella volvería por ellos, solo tenía que salir del encierro o su compañero terminaría por matar su alma.

—Sé fuerte Emerald —susurró mientras besaba su frente—. Mamá siempre estará pensando en ti, no importa la distancia.

Se incorporó, secando las lágrimas, sus cachorros eran inocentes atrapados en medio de una pareja que no supo complementarse entre si, eso pasaba entre los cambiantes, a veces reconocerse el uno al otro implicaba más que emparejarse, y ahí ella tenía la amarga experiencia que estaba consumiendo su corazón.

Dorian era tan protector hacia sus cachorros como ella lo era, los cuidaría, jamás les haría daño.

Y ella confiaba en él, a pesar de todo.

Mientras se alejaba, sus pasos parecieron pesar en su corazón, la distancia era un puñal que oprimía todos sus huesos, su familia quedó atrás.

Pero confió, en que sus cachorros crecerían sanos y fuertes al lado de su padre, sin los gritos y golpes que tanto les afectaban. Confió en que Emerald sería tan bella y fuerte como el significado de su nombre, y que podría ser feliz y amar, tal vez encontrar a su propio compañero, uno de verdad, que pudiera ser un complemento real, un amigo, amante y pareja que le demostrara que el amor era algo diferente a lo que ellos, en su desastre de pareja, le demostraron... 




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