Sálvame [editado]

CAPÍTULO 03




El dolor físico no es nada comparado con lo que siento por dentro, cada día mi alma se agrieta más y mi corazón se hace nada. Nadie conoce mi historia, solo conocen lo que se dijo y se difundió como teléfono cortado, por ello tomaron la decisión de joderme hasta quedar satisfechos.

Extraño tanto cuando era niña y mi madre me decía; "Eres hermosa" mientras me acogía entre sus brazos, le creía y  era tan feliz, cuando no tenía que preocuparme por nada más que no sea ser una buena hija. Todo eso cayó y ahora debo preocuparme por que mi padre no vea los moretones que él no me causó, mientras camino lo más rápido que la nieve me permite. Las clases por fin terminaron hace unos minutos. Mi ojo arde y veo un poco borroso por los hilos de sangre que invadieron mi ojo. Mañana ya no estaría así, no es la primera vez que sufro algo como esto...y no creo que sea la última. 

Avanzo por el ya conocido camino de piedras y pastizales cubiertos por un manto blanco, me abrazo a mi misma apretando mis libros contra mi pecho. Como de costumbre mi mirada cayó sobre la estructura de la gran mansión que se encuentra a lo lejos, hace unos meses culminaron con la construcción y se ve que los dueños ya están instalados, puesto que un poco de humo sale por la chimenea. 

El viento frío golpea mi rostro y mis manos ocasionando que cada parte de mi cuerpo se estremezca, mi cabello se agita y las puntas chocan contra mis mejillas y mis ojos por lo que debo colocar algunos mechones tras mis orejas para que no me molesten. El día había comenzado un poco soleado y no hacía tanto frío como ahora, en este momento grandes nubes negras comenzaban a formarse, prometiendo una tormenta. 

Las pequeñas piedritas comenzarón a temblar bajo mis pies y mis oídos captaron el ronroneo de un coche, me di la vuelta para ver como una Chevrolet Corvette de color negro, se acercaba despacio, pese a avanzar por un camino de tierra húmeda y rocas, el coche se mantiene limpio y reluciente. Me detuve y me hice a un lado para darle paso, pero cuando estaba pasando por mi lado, se detuvo al igual que mi corazón. No sabía si debía correr o no, de igual manera podría gritar pero nadie escucharía.

Me mantuve quieta sin saber que hacer, mientras la ventanilla del conductor bajaba lentamente, dejando a la vista a un chico con una chaqueta de cuero negra con el cuello levantado, un cigarrillo en los labios y unos lentes oscuros sobre sus ojos, su cabello platinado no pasa desapercibido por nadie. Es el chico nuevo, Aarón Maxwell.

—Hola...—se detuvo, supongo que intentando recordar mi nombre. Se que no lo sabe, nadie menciona mi nombre, solo los apodos con los que me bautizaron allí.

—Micaela —murmuré con la mirada en todos lados, menos en él.

Me mira por largo rato y sé que a notado mi incomodidad, ¿Porqué sigo aquí?. Abre la puerta del coche y se baja ocasionando que mi cuerpo se tense por completo, retrocedo. Al ver mi reacción se detiene confundido, se quita los lentes y se pasa una mano por el cabello, desordenandolo, antes de decir: 

—No te haré daño.

Mantuve la mirada gacha, negándome a mirarlo. Solo asentí retrocediendo más para luego comenzar a caminar a paso rápido, sintiendo pinchazos que ignoro, solo quería alejarme de él. Lo escuché llamarme reiteradas veces, pero lo ignoré con miedo.

 ¿Qué quiere de mí?.

Escuchaba sus pasos acercarse a gran velocidad por lo que lo miré por encima de mi hombro, ahogué un grito al verlo correr hacia mí. Me di la vuelta por completo para quedar frente a él y levanté mis manos en su dirección, retrocediendo a medida que iba acercándose a mí cada vez más despacio.

—Po-Por favor, no m-me hagas daño—tartamudee mientras seguía retrocediendo. 

Su rostro reflejó confusión ante mis palabras, noté como su mirada se dirigió a mi rostro una vez más, específicamente en mi ojo herido y en sus ojos pude notar como comenzaba a comprender todo. Sus ojos grises se mantenien fijos en los míos por un momento, el suficiente para poder ver en ellos; compasión y lástima. Dio un paso inseguro en mi dirección y al ver que no me movía, avanzó uno más. Me tensé una vez más y mi labio inferior tembló levemente, intenté retroceder un paso cuando su voz me hizo detener mi movimiento.

—No voy a hacerte daño, Micaela. No retrocedas—pidió.

Lo miré fugazmente para luego volver a mirar la nieve que entierra mis zapatos desgastados, me quedé quieta mientras él se acercaba hasta quedar frente a mí cuerpo tenso y tembloroso. Mi labio tirita cuando pasa el dorso de su dedo índice sobre las marcas en mi rostro, provocando que cerrara los ojos con fuerza temiendo que me golpee. ¿Cómo podría confiar en un desconocido que dice que no va a dañarme?, he confiado en la palabra de muchas personas, y ellas terminan lastimandome de todas formas. Mi padre había dicho que nunca iba a dañarme, mintió.

—N-No hagas e-eso po-por favor—pedí.

Al instante sentí su mano alejarse de mí piel, la nieve crujió cuando retrocedió un paso, dándome espacio, lo cual agradecí internamente. Abrí los ojos para verlo mirándome fijamente.

—¿Dónde vives?, Quizá podría acercarte a tú casa —ofreció con amabilidad llevando sus manos a su espalda.

Negué levemente.

—No...No vivo lejos —miré hacia la dirección de mi pequeña casa, que desde donde nos encontramos, no se ve.

—Ya veo —asintió— No vives tan lejos de la mía. Ya sabes, cualquier cosa, podrías ir a mi casa —señala hacia la mansión que estaba a lo lejos.

Lo miré extrañada, ¿Quién invita a su casa a una persona que no conoce?. Sabía que era un niño rico desde que lo ví, por la ropa que lleva y por el auto en el que pasea.

Asentí y sin decir nada, me giré avanzando a paso rápido a mi casa.

Encerrada en mi habitación intento ocultar los moretones con la base que utilizo para las ojeras. Miraba mi reflejo en el pedazo de espejo roto que había recogido cuando mi padre me había lanzado contra  el espejo de cuerpo completo que era de mi madre. Pensé en usarlo en ese momento para defenderme, pero no pude dañar a mi padre.

Cuando acabé levanté la mirada hacia el frente, viendo hacia la mansión de Maxwell. Las luces estaban encendidas y de la chimenea continuaba saliendo un leve manto de humo gris oscuro. 

No comprendo aún la actitud de Aarón, primero me defiende e ignora las horas siguientes, luego me acorrala y ofrece su casa. 

Escuché la puerta ser azotada con fuerza chocando esta contra la pared. Esa era señal suficiente para saber, que estaba acabada. Mi padre había llegado más temprano y yo aún no había hecho la comida, ni lavado los platos, estuve muy ocupada cubriendo los moretones que él no me causó.

Maldita sea.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.