Salvando a la humanidad

Capitulo 3 La última esperanza

Después de pelear con el demonio, solo se escuchó el silencio. La bruja fue en busca de su guardián, que no logró sobrevivir. En sus últimas palabras le confesó que escuchara a su alma; su corazón siempre estaría con ella. Cerró sus ojos y una luz brillante se lo llevó.

—Adiós, mi noble guardián —dijo Kendra mientras emprendía el camino sola y en silencio.

En el silencio del lugar, escuchó el aullido de su propia sangre. Caminando por el sendero, dejando el castillo atrás, se dirigió al bosque. Tardaría dos días en llegar. Kendra estaba intranquila, confundida, pero no estaba sola. El alma de todas las brujas la acompañaba. Puso su mano sobre su corazón y pidió un consejo al viento. Rápidamente, su anillo le manifestó:

—Busca en el pueblo siguiente. Encontrarás un par de botas; póntelas. Ellas te llevarán a destino. El ermitaño te dará consejos. Mira con tu alma bruja; sigue tu instinto. Al final del viaje, sabrás qué hacer.

Como lo dijeron las voces, la joven hechicera vio una luz en la cabaña del ermitaño. Sus botas la dirigieron a la puerta de la casa. No fue necesario tocar; un gran hombre la recibió y la invitó a pasar. La bruja miró el interior de la vivienda, viendo una bola de cristal que emitía una luz azulada. Le preguntó al hombre por qué estaba activa, y él respondió:

—Encontré este paladín en un bosque. ¿Quieres ver qué te puede mostrar?

La joven, decidida, accedió a poner sus manos sobre este objeto. Y el paladín le mostró las cosas que tenía que realizar para terminar el viaje.

—Antes de que sigas tu viaje, dime, joven hechicera: ¿por qué salvar a los humanos? Son personas que están perdidas. Se volvieron seres oscuros, egoístas, abusivos, carroñeros, inhumanos, destructores de todo lo que los rodea. Mataron a su propio planeta, usaron armas nucleares y arrasaron con todo. No supieron valorar lo que tenían. Cuéntame: ¿por qué hay que salvarlos?

—Señor ermitaño, porque así se llama... ¿o tiene nombre? —dijo Kendra.

—¡Jajaja! Qué atrevida eres, bruja. Todos tenemos un nombre. Me llamo Martín, pero pocos lo recuerdan. Es más fácil decirme ermitaño.

—Tal vez sea porque no eres muy amigable —dijo Kendra.

—No, estimada, es porque puedo ver la maldad antes de que se acerque, y la verdad incomoda al mundo. ¿Te crees capaz de ayudarlos? Yo intenté una vez y fracasé. Tal vez tú puedas en este viaje o tal vez sea el fin.

—No he viajado ni recorrido tanto tiempo para abandonar mi deber, señor mago —respondió Kendra con determinación.

Me sigue un engendro. Un demonio llamado Zorvath, un mago que entregó su alma al mal y hoy está convertido en sombra. Mi destino consiste en hacerles ver a los humanos lo que fueron en otra época y hacerles comprender que, si no se reconstruyen, ellos y todo lo que conocen desaparecerán para siempre.

—¿Por qué salvarlos? Porque hicieron maravillas, porque no todos son malos, porque sé que serán una nueva versión mejorada de ellos mismos. Restablecerán lo que arruinaron.

—Pienso que los quieres demasiado, bruja. Te voy a contar una historia. Pasó hace mucho tiempo, seguro vos no habías nacido.

Ellos tuvieron una pandemia, de tantos experimentos. Uno salió mal. Un animal fue el transportador de esa enfermedad. Hubo muchas lágrimas de la humanidad. Muchas personas murieron de diferentes formas. Pudieron salir adelante, se pensó que aprenderían la lección, perdieron seres queridos, mascotas, por momentos su independencia. En vez de abrazar el cambio y ser mejores, se volvieron egoístas, más ambiciosos, más consumistas. Y con el tiempo arrasaron con todo: árboles, pueblos y personas. Ni la tristeza ni las lágrimas los hicieron abrazar la vida. Ahora te das cuenta de por qué ellos eligieron su destino. Uno sella su destino, joven hechicera. La necedad nubla el juicio.

La bruja llevó su mano al corazón, una lágrima rodó por su mejilla. Miró al ermitaño y le dijo:

—Gracias por contarme. Sé que hay luz en ellos y pueden cambiar todavía. Lo sé, todavía hay luz en ellos. Lo puedo sentir. Pueden cambiar todavía.

Kendra continuó su camino hacia la ciudad, consciente de lo que necesitaba para ayudar a los humanos. Sin embargo, antes de cruzar el límite, se encontró con él: su eterno enemigo, la Sombra. Esta la miró con desprecio y Kendra lo increpó, su voz cargada de determinación.

—Pelea o retírate —le dijo, sin titubear—. Tengo una misión que cumplir y no dejaré que te interpongas en mi camino.

La Sombra esbozó una sonrisa oscura y se apartó, pero al retirarse le susurró:

—Los humanos ya son míos... y pronto tú también, hechicera. No podrás hacer nada, están perdidos.

—Suerte con eso, demonio —replicó ella, sin temor.

La Sombra no sabía que Kendra podía escuchar su voz incluso en sus pensamientos, y mientras lo veía desaparecer en la penumbra, ella misma se prometió en silencio: Cueste lo que cueste, salvaré a la humanidad. Aunque quede poco, el espíritu humano resurgirá.

Kendra sabía que su misión estaba cada vez más cerca de cumplirse. Esa noche conocería a su nuevo aliado, un cruzado que también luchaba por la salvación de los humanos. La profecía indicaba que él sería esencial en esta batalla, y estaba ansiosa por encontrarse con él y forjar juntos un destino. Nunca imaginó que sería un vampiro, uno de sangre real. Juntamos todo lo que había y un alma humana. Debemos hacer el hechizo como dice la profecía.

—Mi sangre es codiciada; lo que no saben es que no es mi sangre la que los salvará, será mi alma. Veremos cómo se dan las cosas —pensó Kendra.

Ahí llegó. Solo queda pelear. Los humanos nos están mirando. Solo miran. No se pueden mover, la Sombra les ha absorbido casi toda su alma.

Hoy se termina la profecía. El último llamado a la hermandad. Las voces los guiarán. Bruja y vampiro pelearán juntos. Una pelea nunca vista: dos especies tan distintas, peleando por el ciclo de la existencia, dos seres eternos.




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