Salvando tu Navidad

2. El portal Somnium

—¡Hay que abrir el portal! —bramó Kalus en medio de la sala, provocando el silencio atroz de todos los presentes, que dejaron de cuchichear.

—No puede volver a ocurrir —repetía Freyja una y otra vez mientras caminaba de un lado a otro, aumentando la agonía palpable que reinaba en todo el lugar.

—Dejar el deseo a la suerte de si será cumplido o no, no es una opción. Sé que ir al mundo mortal es peligroso, y las consecuencias que ello atañen, pero aún más lo es la brecha —muchos de los duendes soltaron un grito ahogado, revolviéndose en sus respectivos asientos —. Hace 40 años se abrió, como bien sabeís, y aunque conseguimos cerrarla a tiempo se hizo lo suficientemente poderosa como para tragarse todo esta vez. No solo peligra el mundo humano, también el nuestro. 

—Podría ir yo —Freyja susurró cerca de su oreja, deslizando sus gafas de pasta negra a lo largo de su pequeña y respingona nariz, a lo que el se negó.

—Debo encargarme personalmente de esto —pasó la vista a través de todos los seres que lo contemplaban esperanzados, los cuales agacharon la cabeza conforme los miraba, ahogados en la tristeza —. Es lo que la señora Klaus hubiera querido, y lo que todos vosotros os mereceís. No volveré a cometer el mismo error, tenemos que salvar su Navidad. Y esta vez lo conseguiremos.

Dicho esto le dió una señal con la mano a Freyja, la cual no tenía todas consigo, pero sabía que era la única alternativa factible al problema. Esperar a que su sueño dependiera de la suerte podría acabar con todo, y el riesgo era demasiado elevado como para dejarlo a la interperie. Dos almas inocentes había quedado expuestas al limbo de la brecha, convertidos en copos de nieve que no regresarían jamás. El castigo por incumplir los deseos profundos de los humanos conllevaba un trágico final para todo ser mortal o mágico. Aunque estaba aterrada, la pequeña señora comprendió la vital importancia de abrir el portal antes de Nochebuena. Era la única opción. 

Se acercó a la maquina posicionada al lado del grande arco mientras las lágrimas doradas empezaron a surcar su rostro, tecleando a toda velocidad. No podían perder a los dos, sin ellos las fiestas navideñas dejarían de tener sentido, se esfumarían como la brisa invernal al primer atisbo de primavera. Pulsó varios botones, Klaus observaba el domo de nieve cuando lo sacó de su bolsillo, pronunciando en sus pensamientos cada palabra de aquella última carta que leyó. En este se empezaron a formar varias estructuras, supliendo a la solitaria nieve que ahí reinaba segundos antes. 

En ese preciso momento el portal se abrió. Las luces que emanaban eran las del universo, uniendo galaxias y constelaciones que viajaban a toda velocidad hasta su destino: La Tierra.

—Prometo que esta vez será diferente —se puso el gorro de felpa rojo adornado con una borla blanca al final del puntiagudo pico, el cuál caía sobre su hombro derecho.  Todos empezaron a gritar y aplaudir, creyentes de sus palabras.

Pasó una última vez su mano por su bigote, el cuál le otrogaba toda la magia que el poseía y con un chasquido de dedos traspasó el umbral de la fantasía a la realidad.

Cuando las luces de auroras boreales cesó reinó un silencio sepulcral en el lugar, donde todos deseaban que pudiera lograrlo. Pero había trabajo que hacer, y sin Papa Noel en el reino no había cabida para el descanso. Todos debían dejar listos los preparativos para el 24 de diciembre.

Freyja mantuvo su vista fija en el portal unos minutos más mientras la sala se iba vaciando poco a poco. Limpió sus lágrimas de oro con dos de sus dedos y se los llevó a los labios.

—Lo conseguirás Klaus —susurró, sellando su promesa con un beso y alzando los dedos a la altura de su dorado cabello tejido con trazas del Sol.

 



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En el texto hay: cartas navideñas

Editado: 23.12.2023

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