Raquel esa mañana trabajaba, por lo que se levantó temprano, se duchó y con una manzana en la mano, salió al frío matutino de Madrid para coger el autobús. Le mandó un "Buenos días" a Miguel, del cual no obtuvo respuesta ya que el chico aún dormía.
Cuando llegó a la oficina se aproximó a su mesa, y así, durante ocho horas, recogió pedidos, atendió llamadas y solucionó incidencias.
A las cuatro de la tarde se dispuso a salir, felicitando las navidades y el final y entrada de año a sus compañeros, cuando, con una sonrisa en la cara, divisó apoyado en la pared a Miguel. Se acercó a él a paso ligero y su mirada se posó en unas maletas pequeñas que portaba el chico.
—¿Y esto? —preguntó después de dejar un casto beso en los labios de su pareja.
—Voy a enseñarte lo que es la Navidad.
Miguel agarró la mano de su novia y juntos entraron en el coche. Durante varias horas, en las que Raquel durmió mientras él seguía conduciendo, el chico ordenó que cerrara los ojos y le puso una venda en los ojos.
Caminaron lentamente cuando llegaron al destino, Miguel cargaba las maletas en una mano, y con la otra la mano pequeña de su novia, hasta la entrada de la cabaña que había alquilado.
Después tendría que regresas al coche, ya que ahí estaban los preparativos más importantes para las dos semanas que les quedaban por delante de disfrutar de aquel páramo de ensueño.
—Ya puedes quitarte la venda —susurró en su oreja cuando llegaron a la puerta.
La chica le obedeció y al poder dislumbrar donde se encontraban no pudo evitar mirar todo lo que la rodeaba con la boca abierta y los ojos brillosos, asombrada.
Detrás de ellos dejaban un camino de tierra circundado por altos pinos y plagados de nieve. La entrada de la cabaña era hogareña, un pequeño hall con dos sillas y una mesita para poder disfrutar del café mientras observaban la naturaleza tranquila.
Miguel rebuscó en sus bolsillos, sacando las llaves y abriendo la puerta, dando paso a la verdadera magia del lugar. El interior de la cabaña también era de madera clara, adornada con alfombras de terciopelo rojo a lo largo de la planta baja, donde se hallaban la sala de estar, con pequeños sofás oscuros y mullidos dispuestos al rededor de una chimenea encima de la cual se agolpaban varios troncos para quemar, la cocina de diseño rústico y unas escaleras de caracol que daban a la planta alta. En ella se encontraba la habitación con una cama grande de matrimonio, un pequeño baño y un ventanal gigante desde la que observar el horizonte plagado de pequeñas montañas teñidas de nieve blanca.
Raquel se había quedado sin habla, solo conseguía repetir una y otra vez "gracias" mientras su rostro se humedecía debido a las lágrimas que brotaban de sus ojos.
Cuando colocaron la escasa ropa que traían en el armario, Miguel la pidió ayuda para recoger lo que aún quedaba en el maletero del coche. Guardó algunas cosas en la cocina y dejó la caja de cartón en la sala de estar, donde la abrió para sacar un majestuoso árbol artificial y un montón de adornos.
Escucharon villáncicos mientras decoraban el árbol, y cuando ya casi estuvo listo, Miguel la aupó para que pusiera la guinda del pastel; una preciosa estrella en la cúspide del pino.
Cuando salen al jardín crean su primero muñeco de nieve, empezando una guerra de bolas de nieve, quedando Miguel como perdedor, el cual, indignado. entra de nuevo dejando a Raquel sola mientras esta hace un ángel en el suelo moviendo brazos y piernas. Un aroma a palomitas llega a las fosas nasales de Raquel, y guiada por él, llega a la cocina, encontrando a su novio rodeado de palomitas e ingredientes. Le abraza por la espalda y Miguel deja un beso en su frente.
Lo que queda de tarde lo pasan haciendo guirnaldas de palomitas y galletas de jengibre, teniendo que darse una ducha urgente después de la batalla de harina que habían empezado, dejando la cocina como único testigo y un campo de batalla cargado de consecuencias.
Bien entrada la noche Miguel la lleva al encendido tradicional del árbol del pueblo y del alumbrado público.
Al volver a la cabaña, se dejan caer en los sofás, ataviados con dos pijamas a juego verdes y llenos de gorros de Papá Noel después de prepararse chocolate caliente en dos tazas a las que añaden malvabiscos y disfrutan de él mientras contemplan en total tranquilidad el titileo de las llamas de la chimenea, la cual desprende un olor a madera quemada que se funde con el del chocolate que están tomando.
—Gracias Miguel —susurra la chica abrazando a su novio —. Son las mejores navidades del mundo.
Y así, la Navidad que en un principio iba a ser nefasta, y muy seguramente engullida por la brecha, acaba siendo una noche perfecta plagada de magia y alegría.
Klaus observaba como la brecha se iba fundiendo poco a poco, quedando en un pequeño susto sin importancia y miró a Freyja cuando está se posicionó detrás de él.
Raquel esa mañana trabajaba, por lo que se levantó temprano, se duchó y con una manzana en la mano, salió al frío matutino de Madrid para coger el autobús. Le mandó un "Buenos días" a Miguel, del cual no obtuvo respuesta ya que el chico aún dormía.
Klaus esa noche iba a estar muy ocupado, tenía que llevar esperanza a las almas puras que aún creían en él y no podía fallarles.
—No vas a poder mantener siempre esto —observaba la pantalla mientras veía a Raquel dormir placidamente.
—Solo necesito tiempo —dijo él, zanjando el tema mientras se abrochaba el conturón.
—Algún día se despertará de las navidades perfectas que le has hecho creer, ¿y luego qué?
—Para entonces ya habremos encontrado la solución al problema.
Dicho esto acarició la nariz brillante de Rudolph, se subió al trineo y atravesó el portal.
Sentía angustia en lo más profundo de su ser, pero dado que no pudo influir en la decisión de Miguel de no proponerla las navidades idílicas que ella soñaba, tuvo que crear una realidad donde su débil esperanza no quedara lastimada.