Sam Blackwell y el Cementerio de Marionetas

1 - El ala B.

—Sábado, primero de noviembre de 1997. 06 horas con 53 minutos. Expediente C-6395: Samantha Blackwell. 14 años, 09 meses y 08 días. Se le ingresa con un caso de estrés postraumático y alucinaciones intensas asociadas a entidades malignas que la persiguen a ella y sus amigos. Beatrice, su madre, está en la sala de espera. Existen tres casos más similares de camino al hospital. —

—Gracias enfermera— dijo el doctor, mientras ella terminaba de colocar una jeringa, un algodón y otros instrumentos en una mesita al lado de la cama de la habitación catorce del ala B del área de Psiquiatría del Centro de Facilidades Médicas de Mistwood.

—Buenos días, Samantha. ¿Te gusta que te digan así?— preguntó el doctor mientras se acercaba a la cama.

—Sam. Prefiero Sam.

—De acuerdo. Sam, cuéntame, ¿Sabes a dónde te encuentras?

—En el hospital psiquiátrico, doctor. El ala B.

—Es correcto. Dime, ¿tienes hermanos o hermanas?

—Soy hija única.

—Con permiso—dijo la enfermera.

—Muchas gracias— respondió el doctor.

—Con gusto— dijo ella, cerrando la puerta suavemente.

—¿Qué me decías?— preguntó el doctor, dirigiéndose nuevamente a Samantha.

—Soy hija única.

—Muy bien, hija única— murmuró el doctor mientras tomaba nota. —Mmm, ¿quieres que hablemos sobre anoche?.

—Está bien…

—Bueno, ¿quieres empezar?.

—Llevo semanas investigando sobre el árbol genealógico de mi familia, y no he encontrado mucha información. Pareciera como si la biblioteca del colegio escondiera cualquier libro o periódico que hable sobre la fundación de Mistwood, es todo muy extraño— dijo Sam.

—¿Ah sí, extraño?— preguntó el doctor.

—Si, ¿cómo puedo pretender ser historiadora si ni siquiera he logrado encontrar información sobre mi propio árbol genealógico?— respondió Sam apresuradamente.

—Tienes razón Sam. Pero bueno, cuéntame, entonces tus amigos y tú se metieron a escondidas en una casa ¿es así?.

—Sí…y no…osea, si nos metimos a escondidas a una casa pero porque creíamos que la casa estaba abandonada— respondió Sam, con confusión en su rostro. —Era la casa de la bruja Jenkins. Bueno, perdón, la señora Jenkins— corrigió Sam.

—...Mmm, Jenkins, claro, recuerdo ese apellido…— repitió el doctor Dawson con una pequeña sonrisa en su rostro a la vez que terminaba de tomar notas en su libreta, la cual ya comenzaba a llenarse con lo que Sam apenas había dicho.

El doctor Eric Dawson era el psiquiatra a cargo y, además, el Director General del centro. A pesar de contar con más de veinte años de carrera profesional, apenas iba a cumplir dos en el puesto de director en Mistwood. Estuvo casado hace mucho tiempo, pero tras la desaparición de su hija en circunstancias muy extrañas, su esposa —también doctora— decidió dejarlo en Mistwood e irse a otra ciudad. Aseguraba que el pueblo estaba maldito.

—Todo era tan extraño—continúa Sam. —Porque parecía como si la casa no estuviera habitada hace varias décadas. Todo estaba cubierto por una capa de polvo que olía a humedad y encierro. Las candelas derretidas parecían haber llorado cera durante años, y cada rincón estaba cargado de un silencio espeso, casi antinatural —hizo una pequeña pausa— Bueno, no soy quién para juzgar como tener la casa, pero era el escenario perfecto para todo lo que sucedió.

—¿Qué sucedió?— preguntó inquieto el doctor.

—Algo espeluznante. Ha sido la peor noche que he vivido en mi vida. — se apresuró a decir Samantha mientras su rostro demostraba cierta incredulidad y su mirada comenzaba a perderse en el fondo de la habitación.

—Mmm, bueno, considero que por hoy ha sido suficiente, ha sido un inicio interesante y algo fascinante, podrás contarme la historia luego y con más detalle. Pero creo que por ahora te dejaré descansar, Sam. Te voy a inyectar un sedante que te ayudará a dormir y a que tu cerebro se relaje.— dijo el doctor mientras tomaba la jeringa de la mesita junto a la cama de Sam.

—¿Doc, usted cree que…bueno…si pueda descansar? ¿No cree que se repita esto, o sí?— preguntó Sam, con un rostro preocupado y una mirada fija en el doctor, mientras recibía el líquido de la inyección en sus venas.

—Tranquila joven, no creo que vuelvas a tener esas pesadillas nunca más. Bueno, discúlpame; permíteme reformular mi comentario, no creo que esta noche se repita en mucho tiempo. — dijo el doctor con un tono muy calmado, aunque algo escéptico.

De repente, la enfermera que atendió a Samantha abrió la puerta de la habitación de manera brusca, visiblemente asustada.

—¡Doctor! ¡Hay una situación!.

—¿Qué pasa?— preguntó el doctor con calma, incluso esbozando una ligera sonrisa, algo extraño para el momento.

—Una de las ambulancias que transportaba a uno de los niños ha tenido un accidente. Se salió de la vía y chocó contra unos árboles al lado de la carretera. La ambulancia empezó a tener problemas con las luces, no la pudieron controlar y sufrieron el accidente. Los paramédicos revisaron la parte de atrás y el niño que venía en ella ha desaparecido. Ya se informó a la policía, que está de camino a la zona.




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