Sam Blackwell y el Cementerio de Marionetas

2 - Voces entre libros

Por sí sola, la noche del 31 de octubre tiene un misticismo único. En muchos lugares del mundo se celebra la Noche de Todos los Santos o Halloween, y el pequeño pueblo de Mistwood, Massachussets, no era la excepción. Se cree que en esta noche la barrera entre el mundo de los vivos y los muertos es más delgada, y cosas extrañas podrían suceder. Sin embargo, en Mistwood, hacía ya bastante tiempo que no ocurría nada extraño o digno de robarse la primera plana del periódico local.

Las casas del pueblo lucían sus decoraciones con luces, telarañas, ataúdes, calaveras con ojos rojos, calabazas y mucho más. La única casa que mantenía una apariencia tétrica durante todo el año era la de la Señora Jenkins, o “la bruja Jenkins”, como la llaman varios en el pueblo. Era una anciana que vivía cerca de la escuela, a la que ya no se veía rondar más. Incluso se rumoraba que había muerto, pero su espíritu, decían, se negaba a abandonar la vieja casa, descuidada desde hacía más de quince años.

La escuela no se quedaba atrás con la decoración; decoraban todos los salones con monstruos y personajes de las películas de terror más icónicas. Los escritorios de cada niño tenían una vela de baterías y telarañas como decoración. Los niños, desde bien temprano, lucían sus disfraces. Algunos se disfrazaban de esqueletos, otros de brujas, algunos preferían ser superhéroes o astronautas, y otros imitaban a sus personajes favoritos como Michael Myers, Jason, Chucky o Freddy Krueger.

Todo el pueblo disfrutaba de la tradición, y conforme pasaba el día, los niños estaban ansiosos por la llegada de la noche para dirigirse a la casa de sus vecinos y pedir confites, y sus padres no se quedaban atrás, pues la mayoría de ellos asistían al baile anual de Halloween que se hacía en el salón de fiestas de la alcaldía.

Samantha había decidido que para este Halloween, se disfrazaría de “domadora de leones de circo”. Así que, dos semanas antes de la fecha, Beatrice, su madre, confeccionó el disfraz de su hija: un sombrero negro de copa con detalles en rojo y dorado. La parte superior del disfraz tenía mangas largas de rojo escarlata con hombreras doradas y puños negros, además de cordones dorados en el frente que unían botones negros que combinaban con el pantalón. Este último se ajustaba con un elegante cinturón negro y una hebilla dorada bastante grande. Finalmente, unas botas negras de tacón bajo que llegaban casi hasta la rodilla completaron el disfraz perfecto para disfrutar una de sus fechas favoritas en el colegio.

La mañana de este viernes comenzaba bastante tranquila en la Escuela y Colegio Elemental Sir Francis Schmitz, con una charla del Director Stein en el gimnasio sobre la seguridad en el pueblo para ese día. Era una charla bastante aburrida, ya que hace años no ocurría ningún altercado, al menos que Samantha recordara. Sin embargo, los profesores y el director se esmeraban por ofrecer el mismo mensaje todos los años. El pueblo de Mistwood no era grande, apenas llegaba a la cifra de setecientos noventa habitantes de manera oficial.

Por eso, el director, conociendo prácticamente a cada niño de la escuela y sus familias, se tomaba una hora para explicar cómo cruzar las vacías calles del pueblo y la importancia de respetar las luces de los semáforos alrededor del parque para evitar cualquier accidente.

Sin embargo, la relativa calma que la charla del director impregnó sobre Samantha se acabó cuando uno de sus amigos, Michael Kingsley, la asustó justo regresaba del gimnasio y entraba a la clase de Ciencias Naturales.

—¡Boo!— se escuchó desde adentro de la clase al mismo tiempo que Sam abría la puerta, seguido de una carcajada.

—Eres un tonto, Mike. Casi boto mis cuadernos — dijo Sam con severidad, aún impactada por el susto.

—No fue nada, solo fui yo. ¿Estás lista para hoy? Lucy, Sarah y yo nos veremos en casa de Sarah a las ocho, cuando nuestros papás vayan al baile, y así llegamos a tu casa, ¿te parece? —preguntó Mike.

—Sí, aunque tengo que convencer a mi mamá de salir a esa hora. Si hoy nos dejan tareas, va a querer que las termine hoy mismo para no estar preocupada durante el fin de semana. Así que espero no retrasarme más de las ocho.

Lucy Evans, Sarah Watsermint y Mike han sido amigos de Samantha desde que nacieron, pues sus padres se conocieron en la adolescencia cuando estudiaban juntos en la misma clase. Todos han vivido siempre en la misma calle, y su infancia se ha entrelazado de manera profunda. Se hacen llamar El Club de lo Inexplorado, pues adoran reunirse cada fin de semana a contar historias de miedo y suspenso de manera clandestina en la antigua torre del campanario del colegio, ya que los cuatro son amantes del misterio y el terror. En los últimos catorce años, han forjado una amistad tan fuerte que Sam los considera como los hermanos que ella nunca tuvo. Ha asistido a los cumpleaños de cada uno y ha celebrado con ellos desde la caída de su primer diente hasta sus primeros noviazgos, aunque para su edad, han sido muy pocos.

Cuando terminó la clase de Ciencias Naturales, Sam salió al pasillo rumbo a la biblioteca, mientras sus amigos se dirigían a la cafetería para esperarla allá. Sabía que ese día los profesores dejarían tareas, y quería adelantarse buscando uno de los libros de historia local que siempre necesitaban. Pero al ingresar, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. El lugar estaba silencioso, apenas iluminado por la tenue luz que entraba por las ventanas cubiertas con telarañas decorativas.

Se acercó a la sección de historia y recorrió con la vista los lomos polvorientos. Fue entonces cuando lo escuchó. Una voz. Grave, lejana, como un eco entre estanterías.




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