Luego de acomodarse su sombrero de copa y apoyarse con sus brazos sobre la mesa que tomaron ese día en la cafetería del colegio, Sam logró dormirse rápidamente, pero ese tiempo de sueño fue la primera pista de que ese 31 de octubre no iba a ser como ningún otro. Llevaba semanas soñando cosas extrañas durante el almuerzo, y esta vez no fue la excepción. Siempre eran sonidos extraños, lugares desconocidos, voces que le hablaban desde la oscuridad.
En el sueño, Samantha se encontraba en su propia casa, acostada en su cama, pero todo parecía diferente. Desde el techo, la observaba como si estuviera fuera de su propio cuerpo. La visión era inquietante; el cuarto se sentía vacío y silencioso. De repente, fue absorbida por el colchón, y la oscuridad la rodeó, envolviéndola en una sensación de flotación y vacío. El sentimiento era opresivo, como si estuviera siendo arrastrada hacia una profundidad sin fin.
Al caer sobre un césped verde bajo la luz de la luna, el contraste con la oscuridad anterior era casi surrealista. Se levantó lentamente, notando la presencia inquietante de lápidas amontonadas en una colina cercana, era el cementerio del pueblo. Los hilos que surgían de estas lápidas parecían tener un objetivo, como si los muertos estuvieran tratando de conectar con algo. El mausoleo al fondo del cementerio atraía su mirada, su puerta estaba entreabierta, emitiendo una luz roja bastante inquietante, que se mezclaba con la niebla, y que dejaba ver el resto de lápidas alrededor.
Cuando se acercó hacia una lápida para leer la inscripción, una voz gruesa y ronca rompió el silencio. —Vaya, vaya. ¿Qué es lo que tenemos aquí?. Se escucha como a una jovencita, ¡Qué bueno! Aunque, es un poco temprano. Este año se adelantaron mis marionetas, deben estar ansiosas.- pausó la voz. Sam intentaba encontrar de dónde venía exactamente la voz, pues la escuchaba desde todas direcciónes. Su mirada intentaba detenerse en la fuente de esta espeluznante criatura o persona que estuviera hablando con ella. —Mmm, interesante apellido. Bienvenida, Samantha Blackwell.— continuó la voz. —Ponte cómoda; tu estadía podría extenderse por un largo tiempo, tal vez para siempre.
Y de repente, una risa descontrolada proveniente del mausoleo retumbó a su alrededor, un sonido estridente que la hizo caer de espaldas, incapaz de soportar la intensidad del ruido. Sus ojos estaban cerrados, tratando de bloquear la horrible carcajada que le perforaba los tímpanos.
De repente, algo la tiró hacia el suelo, hundiéndose en el césped, y el sueño se desvaneció. Despertó de golpe con su corazón latiendo con fuerza. Era Lucy, quien con una expresión preocupada, la sacudía suavemente para despertarla. —Hey, ya terminó el almuerzo, vámonos o nos van a poner tarde otra vez.-
A pesar de la confusión, Samantha intentó ocultar su malestar. —Sí, claro.— Se levantó, sintiendo aún el peso de la pesadilla sobre sus hombros. Aunque intentó comportarse con normalidad en ese momento, la experiencia la dejó perturbada. Sabía que algo estaba mal, pero no podía entender completamente qué.
En el siguiente lapso de horas Sam no pudo concentrarse mucho pues no dejaba de pensar en todo lo que le ha sucedido en el día. Primero la biblioteca, escuchar su nombre susurrado prácticamente por la misma voz que minutos después escucharía en su pesadilla, no podía ser una coincidencia. ¿Era paranoia o de verdad había escuchado esa voz en la biblioteca? ¿Por qué esa voz ya no está solo en pesadillas sino también en el mundo real? ¿Se estará volviendo loca? Su mente no dejaba de generar preguntas que no tenían respuesta en ese momento.
Y luego, la pesadilla. Esta vez fue más real, sintió el frío de la neblina en sus brazos, escalofríos, inclusive el olor a tierra movida en el cementerio, pues pudo apreciar que varias lápidas tenían el nicho abierto, como si estuvieran esperando cuerpos para ser enterrados, o peor aún, los cuerpos enterrados hayan sido removidos de sus nichos y para terminar, cómo la voz sabía cuál era su nombre completo y por qué le llamó la atención que su apellido fuera Blackwell. Todo fue muy confuso y lo único que Sam quería era que sonara el timbre y así poder irse a su casa.
El tiempo pasó rápidamente y, al fin, llegó la hora de la salida. Samantha montó su bicicleta y se preparó para regresar a casa. Antes de partir, confirmó con sus amigos los planes para la noche: a las ocho en punto se encontraría con sus 3 amigos frente a su casa, para disimular que irían a recoger confites, aunque en realidad iban a entrar a escondidas a la abandonada casa de la bruja Jenkins para encontrar respuestas sobre el pueblo y finalmente entender qué relación tienen las pesadillas de Sam con todo esto.
Finalmente, Sam comenzó a dirigirse a su casa y, después de unos cuatro minutos de viaje por el centro del pueblo, se adentró en un recorrido que conocía de memoria. Las calles de Mistwood, cubiertas de hojas secas y decoradas con luces naranjas y telarañas falsas, tenían ese aire nostálgico y acogedor que se mezcla con una pizca de misterio durante la época de Halloween.
Pasó frente a la iglesia de piedra gris, donde un par de niños disfrazados de vampiros jugaban entre las lápidas del pequeño cementerio. La escena era pintoresca, pero algo en el ambiente le resultaba inquietante, como si el pueblo entero se preparara para algo más que solo una noche de disfraces.
Al cruzar el parque central, Sam disminuyó la velocidad. En el centro del parque, justo donde las veredas se unían, se encontraba la estatua. Siempre la observaba, aunque tratara de evitarlo.