No sé muy bien cómo comenzar esta historia. No soy escritora ni nada de eso, ni sé nada de lo qué es poner al lector en situación, ni cualquier otro tipo de las reglas básicas de narración. Ojalá tener un comienzo que te deje en el borde de tu asiento y poder dejarte con ganas de más, pero he de decir que es bastante dramático y repetitivo. Por lo menos el principio. Aunque prometo que intentaré hacerlo llevadero y llegar al centro de esta historia lo antes que pueda.
Para empezar, esta historia comienza en una habitación en una casa no demasiado grande en el este de Londres. Ni siquiera había cumplido los dieciséis años, y ya podía decir que había experimentado muchas más cosas que la mayoría de las chicas de mi edad. Puedes pensar que es petulante hablar así de uno mismo, pero realmente era así. Quiero recordar que eran finales de junio y por mucho que tan sólo fueran las malditas siete de la tarde, el cielo estaba como la boca de un lobo gracias a las espesas nubes que cubrían el cielo. Me imagino que estaría estudiando, porque era una chica "buena" y todo eso. Por lo menos, así tenía que aparentarlo para mis padres y los profesores del instituto al que acudía, demasiado caro como para jugar con mis notas. Pero, en secreto, no era algo que odiara demasiado hacer.
Te he avisado, no sé hacer nada de esto. El caso es que tuve que dejar de estudiar porque mi maldita blackberry no dejaba de sonar encima de la cama.
Me levanté de un brinco de la silla y con una sonrisa demasiado grande en la cara, y con la voz más cursi que te puedas imaginar, contesté con brillo en mis ojos.
—Hola.
—Hey, Jane.
Tuve que morderme el labio y rodé por la cama, llevándome un dedo al pelo.
—Hola, Dan.
Tenía novio y llevábamos saliendo alrededor de dos años, o algo así. No me acuerdo demasiado bien, pero sí recuerdo que estaba loca por él. Literalmente, estaba obsesionada con todo lo que tuviera que ver con él. El noventa por ciento del tiempo hablaba de él y el otro diez estaba esperando a que alguien me preguntara por él para que pudiera hablar de él todavía más. Ni siquiera estoy exagerando. Estaba convencida en su momento que él iba a ser el padre de mis hijos. Estaba completamente enamorada de él. O por lo menos, así lo creía.
—Quiero verte, ¿podemos quedar esta tarde?
—Claro, mi casa está vacía. Puedes pasarte cuando quieras —respondí sonriendo como una estúpida.
Titubeó.
—La verdad es que quiero pasar algo de tiempo contigo fuera de esa habitación tan bonita que tienes.
Me reí por unos segundos y me puse una mano en la cara, con una sonrisa de idiota siempre presente.
Tenía una relación perfecta, quería pensar. Teníamos nuestras peleas casi todos los días, pero justo ese día éramos capaces de arreglar esas diferencias que a mí tanto me gustaban de él. Una pareja no es una pareja sin discusiones, así como que no puede haber luz si no hay oscuridad y toda esa mierda. Ese tipo de leyes eran las que había aprendido durante esos años enteros que había pasado a su lado. No siempre era sano, pero siempre valía la pena.
—Paso a recogerte a las ocho.
Me había mudado a la capital inglesa hacía entonces cuatro años, justo el verano que yo cumplía los doce, desde un pequeño pueblo en el norte de España. Fue bastante raro al principio, nunca se me había dado bien hacer amigos y se me hizo todavía más difícil si se trataba de usar una lengua que no era la mía. Aunque todo fue bastante más rápido y sencillo de lo que pensé.
Yo era una niña tímida que se hundía en lo más profundo de la sala, y dejaba que la clase continuara deseando que nadie le prestara atención. Pero un niño bastante alto para tener doce años, con una mata de pelo castaño claro y con los ojos más verdes que había visto nunca, se acercó a mi mesa y simplemente pidió mi nombre. Al principio no le entendí, porque tenía un acento tan marcado y hablaba tan deprisa que tuve que pedirle que repitiera lo que acababa de decir. Su nombre era Ethan. Nos hicimos amigos casi al instante. En la actualidad, él era uno de mis mejores amigos, por no decir el mejor. Más tarde conocí a Ellen, mi otra mejor amiga, y a Dan, mi novio en esos momentos.
Lo mejor que puedo hacer es no entrar en detalles acerca de todo lo que pasó esa tarde. Lo único que necesitas saber es que me llevó a donde nos conocimos por primera vez, y rompió conmigo. Así, de la nada. Fue como si me abofetearan la cara con un trapo mojado; doloroso e inesperado.
—Jane, no llores por favor —decía mientras llevaba una mano hacia mi mejilla.
La aparté de un manotazo.
—¿Es lo único que se te ocurre decir? —me quedé sorprendida al escuchar lo estable que estaba mi voz, cuando en ese momento mi cuerpo parecía que iba a colapsar en cualquier segundo.
Tomé una larga bocanada de aire cerrando los ojos y traté de secarme la cara con las manos, cosa que fue inútil. Estaba llorando muchísimo.