"Happy Ending" de Mika sonaba con tanta fuerza por los altavoces que sentía la cama temblar al ritmo de la canción bajo mía. Trataba de tranquilizarme con el sonido del piano y de la lentitud de la canción, de pensar en cualquier cosa menos en todo lo ocurrido el día anterior, tumbada en la cama y mirando el techo de mi habitación. Como si fuera lo único que podía hacer en esos momentos. Cerré los ojos y dramáticamente, respiré hondo unas cuantas veces seguidas. Como llevaba haciendo toda la mañana.
La verdad es que estar tumbada sin hacer nada escuchando una canción sobre una ruptura ayudaba mucho a que las imágenes y las grabaciones de su voz diciéndome todo lo que me había dicho se reprodujeran una y otra vez en la pantalla de mi mente. Me estaba autosaboteando. Lo peor de todo era que era consciente de ello.
La puerta se abrió del golpe y la figura de mi hermana mayor me miraba desde el marco de la puerta con el ceño fruncido y con las manos en las caderas, dispuesta de nuevo a hacer que mi vida fuera más miserable de lo que ya lo era.
Antes de que pronunciara palabra, yo ya estaba poniendo los ojos en blanco. Ella soltó un resoplido y apagó la música agresivamente.
—¡Eh! —grité incorporándome.
La miré con el ceño fruncido.
Mi hermana, Emma, que recién había cumplido los dieciocho, era una copia de mí; rubia, con ojos azules y delgada de constitución, aunque algo más alta que yo. Hacía unos años había llegado a envidiarla en más de una ocasión por poder llevar vestidos cortos, aunque con los años, mi autoestima creció a la par que mis pechos y mi pelo, que en esos momentos me llegaba hasta el ombligo. Todos mis problemas quedaron resueltos, básicamente. No me habían educado para ser superficial, pero la gente con la que me juntaba casi a diario, sumándole el estilo de vida que más tarde tendría, me enseñó lo contrario, y no podía evitarlo.
—¿No te cansas de escuchar siempre la misma música? Has escuchado esta canción cinco veces en una hora.
Me encogí de hombros y me dejé caer de nuevo sobre mi colchón.
—Esta canción me calma.
Hizo un gesto con la mano.
—Lo que sea. Te están llamando al móvil.
Fruncí el ceño y miré a mi lado, donde mi blackberry yacía sobre la cama sin hacer ningún ruido.
—¿Qué dices?
Emma se encogió de hombros.
—Me da igual, quiero que bajes y que lo hagas callar porque me está dejando la cabeza hecha polvo, ¿eh?
Suspiré y me levanté de la cama. Emma avanzó su camino hacia su habitación y yo con toda la curiosidad del mundo bajé las escaleras y fui directa al salón, de donde suponía que sonaba ese teléfono del que hablaba.
No habían pasado ni veinticuatro horas desde que Dan me había dejado y yo no había salido de casa desde entonces, si contabas el hecho de que había cogido un resfriado de caballo y que mi madre me había obligado a quedarme en la cama, por mucho que fuera sábado. Aquello me dio pista libre para seguir torturándome acerca de la ruptura con mi novio. Exnovio. Era difícil acostumbrarse.
Llegué al salón, y sin saber muy bien dónde empezar a buscar, comencé a enredar entre los cojines del sofá, cuando pude escuchar un sonido estridente que casi me da un infarto salir desde el armario. Con una mueca extrañada en la cara, caminé sin prisa y con algo de miedo hasta él, donde saqué la chaqueta que llevé el día anterior. Cuando metí la mano en uno de los bolsillos y pude sacar un vibrante iPhone de color negro, el número que hacía brillar la pantalla desapareció y de nuevo reinó la calma. Parpadeé un par de veces sin saber muy bien qué hacer, por lo que guardé mi cazadora y subí las escaleras en dos saltos.
Una vez en mi habitación de nuevo, sentada en la cama me permití analizar la pantalla del móvil desconocido con más calma. El número que antes aparecía en ella había llamado ya como treinta y siete veces, sin exagerar, y también pude leer un par de mensajes de hacía unas horas que no pude ignorar.
10: 34 🐰Yina 🐰: hey
10: 34 🐰Yina 🐰: te echo de menos
10: 36 🐰Yina 🐰: cuando volvías?
De nuevo, el sonido tan estridente hizo que diera un brinco y que el teléfono volara de entre mis manos del susto que me había dado. Me puse nerviosa, me mordí el dedo mientras lo veía vibrar encima de la cama. Después de unos segundos, sujeté el móvil y contesté.
—¿Hola? —dije algo vacilante, todavía con la uña del pulgar entre los dientes.
Hubo un silencio detrás del auricular por unos instantes, y justo cuando estaba a punto de colgar con alivio, una voz grave me contestó.
—¿Quién demonios eres?
—Um...
—¿Y qué haces con mi teléfono?
Titubeé por unos instantes.
—Eso me gustaría saber a mí. Ha aparecido en mi chaqueta y—