Supongo que las cosas estaban destinadas a suceder de esa manera. Nunca había creído en el destino, y sigo sin hacerlo, aunque a estas alturas, es lo único que consigue hacer que todo aquello cobre sentido en mi cabeza. En cómo ese chico había aparecido de la nada, como si estuviese escrito sólo para mí, agarrándome de la mano cuando estaba tirada en el suelo y besándome las mejillas con una sonrisa. Aunque tal vez también fue uno de los problemas, hoy en día sigo sin estar segura de que hubiese sido capaz de superar a Dan si no hubiese sido por él.
Nunca se me había dado bien crear relaciones con las personas desde cero sin la ayuda de nadie. Con él fue todo diferente, tan sumamente distinto a lo que estaba acostumbrada. Después de aquella conversación, la cosa se hizo prácticamente diaria. Él me contaba qué tal le había ido el día, yo le contaba qué tal me había ido el mío, y así poco a poco comencé a saber de su vida, de cómo tenía una hermana mayor y de cuando sus padres se divorciaron cuando tenía tan solo siete años. Consiguió que mi sonrisa fuera cada vez más grande cuando veía su nombre sobre la pantalla.
—¿Te acuerdas cuando te burlaste de mí porque te dije que no me llamaste al skype?
Solté una carcajada y di una vuelta por la cama.
—A ver, ¿quién se llama por el skype? Sólo lo hago con mi abuela, porque vive en España.
—Yo lo uso mucho, perdona que te diga.
—Siento haberte ofendido.
Se rió.
—Saca el portátil.
Me incorporé de un brinco.
—¿Por qué?
—Porque te lo voy a demostrar.
Habiéndome puesto roja como un tomate, acerqué el portátil desde mi mesilla de noche y lo encendí, no sin antes comprobar en el espejo que la cara que tenía era lo suficientemente decente como para que me viera. Cuando me vio la cara, soltó una pequeña carcajada. Me coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja y recé por que no se viera que seguía colorada.
—Me haces vestirme y encima te ríes de mí —dije, cruzando las piernas encima de la cama.
—Perdona, me he puesto un poco nervioso. Se me había olvidado que eras tan guapa.
Solté una carcajada. No me daba ni un respiro, ya que seguía rojísima y me estaba costando mucho no ponerme a abanicarme descontroladamente de lo nerviosa que me estaba poniendo.
—Eres un ligón, Styles. Las debes de tener todas a tus pies.
Se rió y se encogió de hombros.
—No me quejo.
—Es increíble que ya haya pasado un mes desde que te conocí.
—Desde que fuiste una puta borde conmigo, ¿quieres decir? —respondió con las cejas alzadas y una media sonrisa que hizo que me quedase un ratito embobada hacia la pantalla.
Suerte de que tenía mi frase ya preparada.
—Supéralo de una vez.
La verdad era que sí que hacía mucho de que no le veía, y que también a mí se me había olvidado la manera que se hundían sus mejillas al sonreír de esa forma, que de alguna extraña manera conseguía desencajarme de mis casillas por completo, como un sentimiento novedoso que no había experimentado hacia él hasta entonces. También la forma en la que le brillaban los ojos, a pesar de la mala calidad de la imagen, empezaba a formar un remolino de aire entre mis costillas, poniéndome la piel de gallina. En aquel momento simplemente decidí ignorarlo, aunque extrañamente, no pude evitar quedarme dormida con el sonido de su risa bailando en mi mente.
No había superado a Dan ni aunque hubiese querido mentirme a mí misma. Lo había visto en ocasiones, siempre de lejos y nunca de cerca. Dos palabras como máximo. Porque era una cobarde, porque no era capaz de dirigirme a él sin que me temblaran las piernas o quisiera lanzarme a su cuello para besarlo. Por ahora había funcionado; ya no me encontraba a mí misma pensando en él a cualquier hora del día, ni mirando sus fotos en las redes sociales de cómo le iba de bien con la gente que había conocido las últimas semanas. Pero no, superarle lo que es la definición estricta de la palabra, no lo había hecho.
Tal vez fuera porque me pasaba el día fantaseando con otras cosas.
—Tiene una voz muy bonita —dije casi murmurando.
—¿El qué dices?
—Harry. Tiene un grupo.
Ellen soltó una carcajada de pronto y como si se hubiese vuelto loca, se llevó una mano al estómago mientas se tiraba por el pavimento. Ese viernes estábamos sentadas en cualquier plaza como hacíamos de costumbre aquellas tardes de verano tratando de no aburrirnos demasiado, con las mentes ocupadas en nuestras historias nocturnas. Era el primer verano en mucho tiempo que estaba soltera, y Ellen se lo estaba pasando en grande conmigo, compartiendo cosas entre nosotras como nunca antes habíamos hecho. Como lo eran esas excitantes conversaciones acerca del chico de rizos que se hizo paso por mi vida dando zancadas ruidosas.
—¿De qué te ríes? —dije contagiada por su risa.
—No me digas esas cosas, Jane. Con esos pelos y encima cantante —dijo continuando su risa tan estrepitosa que tenía.