Me sequé la frente con el borde de mi camiseta, contemplando mi maleta encima de la cama que tantísimo me había costado cerrar. Suspiré satisfecha.
Por mucho que me costaba creerlo, ya era jueves y el tren salía a unos escasos treinta y ocho minutos, y ya habían llamado al timbre unas seis veces.
—¡Jane! —gritó mi hermana por tercera vez, su voz llena de impaciencia.
—¡Que ya voy! —respondí, gritando a su vez, con un gruñido de exasperación.
Bajé las escaleras de dos en dos como de costumbre, y le abrí la puerta a una sonriente Jess y a su maleta, que era más grande que ella.
—Sabes que sólo vamos cuatro días, ¿verdad?
Se encogió de hombros y trató de arrastrar la maleta dentro de la casa.
—Tengo mucha ropa.
Por alguna u otra razón Ellen le había comentado a Jess la idea que íbamos a pasar un fin de semana en el pueblo de mi abuela y se había encargado personalmente de llamar a Harry y de poner al pobre chaval en una encrucijada, el cual no pudo negarse en invitar a una más. De todas formas, que ella viniera me gustaba mucho, ya que también tendría la oportunidad de conocerla a ella.
La casa de Ellen estaba más cerca de la estación de tren que mi casa, por lo que habíamos quedado las tres ahí, aunque Jess y yo tuvimos que esperarla unos buenos quince minutos. Ella no parecía agobiada por el poco tiempo del que disponíamos.
Al juzgar por el tamaño de la maleta de mi amiga, tal vez era yo la rara, ya que la mía era la mitad de grande que las suyas, en las que sin duda yo podría caber sin problemas.
Me senté con Jess una vez consiguieron meter sus cosas en el compartimento, con un suspiro y con el corazón inquietantemente tranquilo.
La idea de pasar un fin de semana entero con aquel chico que me ponía los pelos de punta, en el buen sentido. Me gustaba más de lo que quisiera admitir; se me abría un mundo lleno de posibilidades ante mis ojos. Jess parecía haberse dado cuenta.
Me dio un codazo antes de preguntarme, con una sonrisa picarona en los labios:
—Estás nerviosa, ¿eh?
Resoplé.
—Eso es lo que me preocupa, no lo estoy. O por lo menos no todavía.
Hacían ya casi dos semanas que Harry y yo nos habíamos visto, con tanta química en el aire que podríamos electrocutar a alguien. Desde entonces mis ganas de compartir paredes y habitaciones y espacios cerrados hacían que mi estómago se encogiera y mi corazón saltara por los rincones. No sabía muy bien qué era aquello que mi cuerpo estaba experimentando, ya que mi corazón no había latido con tanta fuerza tras pensar en alguien nunca, ni siquiera con Dan. Hasta ese momento lo había categorizado como felicidad y un poquito de excitación por unos rizos. O simplemente era que hacía ya mucho que me tocaban. Tuve que sacudir mi cabeza más de una vez para poder borrar esa imagen de mi cabeza, sin negar que estaba completamente ruborizada. Tal vez fuera por aquello de la duda, porque con Dan siempre habían estado claro las cosas, nunca habíamos tenido química antes. Harry realmente estaba revolucionando mis hormonas adolescentes, electrocutándome con tan sólo pensar en qué podría ocurrir.
Aunque, después de pensarlo y deliberarlo muy furtivamente, no sabía realmente cómo sentaría aquello que te tocase porque así le apetecía, o porque le atraía mi forma de ser. Sin pensar en ser la posesión de alguien. De forma sana.
—Eso es porque sabes que este fin de semana follas, sí o sí —soltó mi mejor amiga en el asiento de enfrente nuestra.
Mis mejillas se coloraron en seguida, pero fruncí el ceño, girando la cabeza.
—Posiblemente no —dije en mi defensa.
—Posiblemente —repitió la rubia con un canturreo bajo la voz.
Me crucé de brazos.
—Pues, sinceramente, no creo que me apetezca. Después de todo lo que he pasado los últimos meses me gustaría disfrutar y pasármelo bien y no... meterle prisa a nada —ni siquiera me atreví a mirarlas al decir eso.
Ellen y Jess compartieron una mirada cómplice entre ellas, sonriendo y conspirando en mi contra con sus ojos. Ellen comenzó a acariciarme el pelo, apoyando el codo en la mesa que nos separaba, obligándome a mirarla.
—Jane, no te tomes esta pregunta a malas, ¿vale?
Puse los ojos en blanco y continué contemplando el paisaje que se mostraba en la ventana del tren.
—¿Tienes miedo de enamorarte?
Traté de no reírme, pero tuve que llevarme la mano a la frente para ocultar la carcajada que salió por mis labios.
—No me voy a enamorar de nadie, Ellen —dije al final.
Mi corazón iba cada vez más deprisa y sentía el sudor correr por mi espalda. Ellen alzó las palmas de las manos en modo de derrota y frunció los labios. Se apoyó en el respaldo de su asiento.
—Vale, sólo era una pregunta.
Chasqueé la lengua y me agaché para agarrar mi mochila del suelo, escuchando las risas de las dos manipuladoras de mentes que tenía como amigas. Saqué los auriculares con agresividad y me los coloqué mirándolas a las dos con las cejas alzadas. Pasé el resto del viaje con los auriculares puestos para no escuchar ninguna de las palabras que pudieran manchar mi mente altamente influenciable.