Samsaya

Capítulo I

— La caída de un ángel —

No se podía distinguir que era más fuerte, los truenos infernales que venían desde el cielo, o los gritos agonizantes del nuevo caído en la tierra.

Su cuerpo estaba por completo sudado, no quería tocase la espalda, no quería sentir la cicatriz que habían dejado.

Su ropa está hecha un desastre. No tenía playera y solo quedaban restos de sus pantalones, no necesitaba necesitaba espejo para saber que se miraba horrible.

Las heridas le ardían como el demonio, todo había pasado tan rápido, en un momento estaba haciendo guardia y a la siguiente era arrastrado por dos arcángeles sin siquiera dirigirle la palabra. Él sabía a donde lo llevaban, por más que pataleara y luchará por quedarse era inevitable el detener lo que pasaría.

Sus alas. Mierda, acababan de arrancarle las alas.

Carajo— pronunció tratando de adivinar a donde lo habían mandado.

Estaba en medio de un campo abierto, lo único que se miraba a su alrededor era una preciosa manta de árboles y pequeñas flores de color rosado esparcidas en ciertas áreas. El cielo resonaba y parecía que un aguacero caería pronto, las nubes se miraban algo extrañas, no se limitaban a una gama de grises porque algunos toques de lila se filtraban entre ellas.

¿Acaso este era el color de su penitencia?

—¿Necesitas ayuda?

Samsaya se giró de inmediato y un muchacho de cabello castaño lo miraba a poca distancia con una risa algo absurda en la cara.

—Creo que necesitas ayuda, ven, sígueme— señaló el camino con la cabeza.

—No te conozco— se limitó a decir aún con las rodillas en el suelo.

No se quería levantar, porque ni siquiera estaba seguro de querer vivir.

El muchacho se acercó unos pasos y se puso en cuclillas junto a él, tenía el cabello ondulado y un poco largo de un marrón que le hacía relucir lo delineado en su perfil.

Soy como tú— le tomó la mano y Samsaya se soltó rápido del agarre. No confiaba en este tipo, no lo conocía; aunque no conocía nada del mundo humano realmente—. Tranquilo.

El desconocido comenzó a desabrochar los botones de su camisa para por fin darle la espalda y mostrar dos enormes cicatrices parecidas a las de él. Giró la cabeza para verlo a los ojos y le dedico una pequeña sonrisa.

—¿Ves? Yo sé por lo que estas pasando— se comenzó a abotonar la camisa mientras se ponía de pie y le extendió la mano para ayudarlo a levantarse—, ven conmigo, pronto va a llover y siempre se termina convirtiendo en una inundación por aquí.

Samsaya tomó su mano con cierta desconfianza. Su piel estaba suave y tenía una cicatriz que le rodeaba toda la muñeca como un brazalete.

Un trueno los hizo mirar las nubes y el desconocido tomó camino para que lo siguiera.

El camino había sido tranquilo, Samsaya siguiendo las pisadas del primer hombre que miró en la tierra. Siempre por delante mirando de vez en cuando para confirma que lo seguía.

La tierra.

Carajo, ya no era un ángel. Ya no estaba en el paraíso. ¿Siquiera se seguía llamando Samsaya?

Llegaron a una enorme casa color azul. Subieron algunos escalones y de pronto ya estaban dentro, con un desconocido que apareció de la nada y parecía tener cierta conciencia por lo que él estaba pasando. Samsaya estaba prácticamente estático, el desconocido retomó sus actividades y comenzó a rebanar un tomate.

—Quiero que te sientas como en casa— comenzó a decir—, sé que es algo difícil cuando acabas de caer, pero te vas a acostumbrar rápido al mundo humano.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Samsaya.

—Por favor, que descortés de mi parte— se limpió las manos en un trapo y le extendió un saludo—, mi nombre mundano es Issas.

—¿Mundano?

—Sí— respondió volviendo a sus actividades—, no necesitas permanecer con tu nombre de bautismo. Si te destierran, lo que menos que puedes hacer es cambiarlo si no te gusta.

—¿Cuál era tu nombre de bautismo?

—Ponifacio— Samsaya entabló una sonrisa—, me da gusto que al menos te hiciera sonreír. Ya me estaba preocupando que la caída te hiciera defectuoso.

—Ponifacio no suena tan mal.

—¿Cómo te llamas tú? Porque si te atreves a decir que mi nombre no suena a caballo con problemas oculares, debes llamarte aún peor.

Samsaya rio por primera vez, el desconocido, ahora ya no tan desconocido, le es pareciendo agradable. Cuando le quitaban las alas lo único que pasaba por su cabeza eran la incertidumbre de no saber cómo iba a lidiar con la transición, no conocía a nadie que la hubiera experimentado.

Samsaya— dijo sin pensar Issas parecía ser un buen tipo.

—Samsaya— repitió como si estuviera diciendo alguna palabra mágica—, no suena tan mal. Digo, aquí se podría ver algo raro, pero puede funcionar.

—¿Crees que debo cambiarlo?

—¿Te gusta tu nombre?

Samsaya. Samsaya. Samsaya.

Le gustaba su nombre, siempre que un arcángel le preguntaba él lo decía con orgullo por lo único que podía ser. Pero ¿Realmente seguía siendo Samsaya? ¿Por qué se sentía como alguien diferente?

—No lo pienses tanto— dijo dándole un pequeño toque en el hombro—. No tienes que elegir ahora, es normal sentirte extraño, sin identidad.

Vacío. Un vacío que iniciaba en su pecho y sentía como lo carcomía con cada segundo.

—Por eso la mayoría cambia su nombre, para tener un nuevo comienzo.

Iniciar desde cero, eso sonaba lindo.

Sam, me gusta Sam.

—Muy bien, Sam. Bienvenido a tu nuevo hogar.

-rain




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