Sabella se agachó extendiendo sus brazos y recibiendo en ellos a su pequeño hijo de tres años, Samuel.
Para lograr quedarse embarazada, Sabella se sometió a más de dos tratamientos de inseminación artificial, no fue fácil y cuando estaba perdiendo todas las esperanzas de ser madre, resultó que se encontraba embarazada.
Y aunque su familia no quería a un niño que nació sin padre, Samuel tenía todo el amor de su madre.
— ¿Lo ves? No tenías de qué preocuparte. — Escuchó Sabella a Hugo, profesor de Samuel y también amigo suyo.
Sabella se levantó agarrando la mano de su hijo y se inclinó agradecida delante de Hugo..
— Siento llegar tarde, perdona, Hugo. — Le pidió Sabella una disculpa, y Hugo sonrió.
— No te preocupes, no has tardado tanto. — Respondió Hugo, colocó después su mano en la cabeza de Samuel y se la frotó cariñosamente. — Además, Samuel y yo lo hemos pasado muy bien mientras te esperábamos.
Sabella se quedó mirando a su amigo, tenía una perfecta sonrisa brillante.
— Bueno, si es así me tranquiliza. — Se relajó Sabella y Sam le apretó la mano, queriendo la atención de su madre.
Sabella bajó entonces la mirada hasta su hijo, quien le enseñó a su mamá una hoja con un dibujo hecho por él.
— ¡Mamá y Samuel! — Le contó Sam felizmente, con sus ojitos azules llenos de alegría. Sabella se inclinó mirando el dibujo y se sorprendió, solo eran unos garabatos que los representaban a ella y a su hijo y aunque no estaban bien hechos, Samuel se había esforzado mucho para hacérselo.
— Es hermoso tú dibujo. — Lo alabó Sabella cogiendo la hoja. Samuel sonrió, marcándose en su carita unos adorables hoyuelos. — Muchas gracias, Sam.
— Siento interrumpir, pero, ¿no deberíamos irnos? — Interrumpió Hugo y ambos lo miraron.
Sabella asintió mirando a Hugo y viendo como su hijo se agarró a la mano de su profesor. Hugo era una extraordinaria persona, siempre que Sabella lo había necesitado había podido contar con él y con su pareja masculina.
El restaurante hasta el que fueron estaba cerca de la guardería y preparaban ricas comidas caseras, por ello era habitual para muchos profesores de los centros de educación de la zona, uno de esos centros era la guardería.
Sabella miraba a su hijo hablando con Hugo y como él le prestaba atención, algo que a Sam le encantaba, ser el centro de atención.
— La próxima vez te invitaré a almorzar en casa y que venga Antonio. — Comentó Sabella, agarrando su copa con licor rojo.
— Antonio estará esperando esa invitación. — Señaló Hugo con una sonrisa y chocando su mano con la del pequeño Sam. — Hace mucho que no nos invitas a comer en tu apartamento.
Atento a las palabras de los adultos, Sam miraba a su mamá y a su profesor y asentía a su conversación.
— La comida de mamá es muy buena. — Dijo Samuel de pronto y Hugo como Sabella lo miraron.
— Claro que sí, siempre se le ha dado bien la cocina. — Respondió Hugo, mostrando una amplia sonrisa al pequeño Sam.
— Eso es porque a ti se te da realmente mal. — Aportó Sabella a la conversación. Hugo puso una mueca que hizo entonces a Sabella reírse y recordarle. — Debes agradecer por tener a Antonio.
— Hablas como si yo fuera un negado. — Protestó Hugo y Sam levantó las cejas señalando a su profesor con el dedo.
— Eres un negado. — Repitió Sam. Sabella agarró rápidamente la mano de su hijo para bajarla, mientras que Hugo se llevó su mano a la cabeza, hasta Sam creía eso de él. Pero Sam solo era un niño que ni sabía el significado de lo que dijo.
Samuel miró a su mamá y Sabella le habló, explicándole que nunca debía decir de nuevo esa palabra a su tío Hugo.
— Solo es un niño. — Escucharon y Hugo reaccionó a la voz de su pareja. — Buenas tardes. — Saludó Antonio.
Sam soltó la mano de su madre, y bajando de la silla se acercó hasta Antonio que lo cargó en brazos.
— ¡Tío… ! — Dijo alegre Sam y Antonio abrazó y besó a su sobrino. Hugo se molestó, su sobrino parecía querer más a su pareja que a él y mirando entonces a Sabella se señaló a él mismo en el pecho, dejando caer una réplica.
— Dime, ¿por qué yo soy el profesor y él es el tío Antonio? — Rugió.
— No sea niño. — Contestó Antonio dejando a Sam en el suelo, pero Sam se agarró a su mano. Sabella se rió por la actitud de Hugo señalando dolido sus manos agarradas y de repente la manita de Sam cogió también la mano de Hugo.
Sabella caminaba con su hijo rumbo a casa, levantando la mirada ya podía verse el bloque de viviendas donde madre e hijo vivían.
Por otro lado, Sam disfrutaba comiendo un pastelito.
— Sabella. — Escuchó como la llamaron y se detuvo al encontrarse de frente con Martha, que iba acompañada por un par de hombres vestidos de negro. — ¿Podemos hablar? — Le pidió Martha.
— ¿Quiénes son, mamá? — Preguntó Sam, que se agarró a la pierna de su mamá. Sabella colocó una mano en la cabeza de su hijo e inclinándose le habló.
— Ella es una vieja amiga de mamá. — Sabella miró entonces a Martha extrañada, ¿qué hacía allí? ¿Qué era lo que quería de ella?
Martha se acercó mirando al hijo de Sabella e inclinándose hacía él, le sonrió, el pequeño se ocultó aún más en su madre.
— ¿Es tu hijo? — Preguntó Martha a Sabella, recuperando la postura y poniéndole cara a cara frente a su amiga. Sabella acariciaba el cabello de su hijo, que parecía avergonzado.
— Sí, es mi hijo. — Afirmó y observó a los dos hombres que iban con ella, a simple vista parecían guardaespaldas. — ¿Ha pasado algo?
— El señor Ceo quiere hablar contigo ahora mismo. — Explicó Martha, que señaló con su mano la fachada de una cafetería. — Te está esperando.