Con el café haciéndose y el desayuno de Samuel listo en la mesa, Sabella fue a despertar a su hijo, quien entró al salón con cara de sueño y abrazando a su osito.
Sabella lo ayudó a sentarse en el silla y le acarició después su cabello, negro y esponjoso.
— Anoche estabas bien despierto y ahora mírate, todavía dormido. — Le dijo Sabella que sonrió y caminó hacia su dormitorio para alistarse.
Medio dormido, Sam empezó a comerse su desayuno, hasta que recordó que tenía un papá y sus ojos se abrieron del todo.
— ¿Papá vendrá a verme? — Preguntó Sam más tarde, cuando los dos ya estaban arreglados para salir y Sabella lo ayudaba a ponerse su mochila en la espalda. — Quiero verlo.
Sabella prefirió no decir lo que realmente pensaba del Ceo, su hijo era aún un bebé.
Sam se agarró al jerseys de su mamá y Sabella solo le sonrió.
— No pienses demasiado en él. — Habló Sabella y se quedó pensando en su respuesta, ¿qué clase de palabras eran esas para un niño?
Sam, que no entendía porque no podía pensar en su papá, se quedó agarrado al jerseys de su mamá mientras la miraba con cara de pena, parecía que en cualquier momento iban a brotar lágrimas de sus ojos.
Sabella le acarició el cabello y Samuel se frotó los ojos no queriendo llorar.
— ¿A mamá no le gusta papá? — Preguntó Samuel. Sabella evitó suspirar, teniendo entonces que mentir a su hijo.
— Claro que me gusta papá. — Le dijo, ¿qué otra cosa podía hacer que mentir a su hijo? más cuando vio su carita iluminarse de felicidad.
Entrando a la guardería, Sam se despedía con la manita de su mamá y Sabella le devolvía el gesto, hasta que vio a Martha.
— ¿Qué? — Le preguntó Sabella seria y Martha sonrió amargamente, preocupada por el todavía latente enfado de su amiga.
— El Ceo quiere hablar de nuevo contigo. — Habló Martha. — ¿Nos podrías acompañar?
— Está bien, hablaré con él. ¿Dónde se encuentra? — Preguntó Sabella decidida, no quería perder la oportunidad de dejarle las cosas claras, Sam era su hijo y no tenía padre.
Martha le agarró las manos agradecida.
— Gracias, no sabes lo frustrante que es trabajar con él. — Le agradeció y soltando sus manos le indicó el vehículo que los llevaría hasta la residencia del Ceo. Oliver, el guardaespaldas de Steven, las esperaba.
— Espero no arrepentirme de esto. — Suspiró Sabella caminando hacia el coche. — Podía haber venido él si quería hablar conmigo.
— El señor Ceo se encuentra ocupado confeccionando un vestido de novia para una cliente especial. — Contó Martha que la siguió y Sabella se quedó mirándola, cuando trabajaba en la agencia ella misma había escuchado que a veces el Ceo diseñaba y confeccionaba él mismo los vestidos de novias para los clientes más exclusivos.
— ¿Sigues siendo su secretaria y asistente? — Le preguntó Sabella.
Oliver les abrió la puerta del coche y Sabella subió, moviendo su trasero a un lado para que Martha también lo hiciera.
— A partir de la próxima semana solo seré su secretaria, me ocuparé de los asuntos que él no pueda. — Explicó Martha, abrochándose el cinturón del vehículo mientras Oliver cerró la puerta. — Me voy a casar y no puedo seguir ocupándome de sus caprichos.
— ¿Te casarás? — Se sorprendió Sabella y Martha asintió con una sonrisa.
— Y no sabes la alegría que siento por poder alejarme de los caprichos del Ceo. — Reconoció Martha y Oliver se rió al subir en el asiento del conductor.
— Que no te escuche el señor Steven. — Comentó Oliver y Martha golpeó su hombro.
Sabella se acomodó en el asiento pensando en su hijo. Martha había dicho "caprichos" así que podía ser que para Steven ser el padre de su hijo solo fuera un capricho más. Definitivamente tenía que dejar las cosas claras a ese hombre.
El teléfono móvil de Sabella sonó cuando Oliver detenía el coche en su destino y Sabella lo sacó de su bolso, viendo que era Hugo quien llamaba. Preocupada, contestó la llamada mientras reparaba en Martha que salió del vehículo.
— ¿Qué es eso que Sam va diciendo? — Fue lo primero que Hugo soltó por su boca cuando Sabella descolgó el teléfono.
Sabella se quedó extrañada.
— ¿Y qué va diciendo mi hijo? — Preguntó Sabella, abriendo la puerta de su lado y saliendo también del coche. Sus ojos de color miel vieron una impresionante mansión estilo antigua.
Hugo se aclaró la garganta antes de comunicar lo que su sobrino iba diciendo.
— Sam dice que tiene un padre, ¿es eso verdad? — Habló Hugo, mirando a sus pequeños alumnos colorear fichas para niños de tres años.
— No le hagas caso. — Le pidió Sabella, dejando de admirar la belleza de la fachada de la residencia del señor Steven Romano. — Sabes la imaginación que tiene Sam.
— ¿Imaginación… ? Ya… — Dijo Hugo no muy convencido de ello. — Oye, ¿no estarás saliendo con alguien?
— Claro que no. — Soltó Sabella, mirando a Martha que la esperaba frente a las escaleras de cinco peldaños que subían hasta la puerta principal de la mansión. — Ocúpate de tu trabajo, después hablamos.
— ¡Sabella… ! — Gritó Hugo sin poder decir nada más.
Sabella guardó su teléfono móvil y caminó hacia Martha, quien cruzó algunas palabras con Oliver antes de que el guardaespaldas se retirara.
— Perdona la espera. — Se disculpó Sabella. Martha le negó y se interesó por el señorito Samuel.
— ¿Todo está bien con el señorito?
Sabella sonrió asintiendo, pero… ¿por qué asentia? Su hijo no era el señorito de ellos.