Sabella empacaba unas cajas algunas de sus cosas y miró a Hugo liado con su teléfono móvil.
— Aún no entiendo porque te marchas con Sam a vivir con un desconocido. — Habló Hugo, mientras deslizaba su dedo por la pantalla del teléfono.
Sabella pensó en Steven y suspiró, tampoco sabía porque aceptó la propuesta de irse a vivir con él.
— Estoy loca. — Dijo Sabella. — No hay otra respuesta a ello.
Hugo buscaba en internet toda la información que podía de Steven Romano, el heredero de la familia Romano.
— Loca no sé, pero a Sam le ha tocado la lotería. — Afirmó Hugo, mirando a su sobrino pintar con lápices de colores en un cuaderno. — Sam, tienes mucha suerte. — Le dijo al niño y Samuel lo miró confundido, sin entender lo qué decía su profesor.
Hugo se acercó entonces a él y se agachó a su lado.
— Déjalo, Hugo. — Le pidió Sabella y miró después a su hijo. — Sam, recoge los juguetes que quieres llevarte.
— Sí. — Contestó Sam con una marcada sonrisa.
— ¿Te llevarás muchas cosas? — Preguntó Antonio, acercándose a Sabella.
— No, no creo que haga falta. — Contentó Sabella, siguiendo guardando lo que pretendía llevarse a la mansión del Ceo Romano.
Hugo los observó hablando y prestó atención a Sam que seguía pintando con sus lápices.
— Samuel, tienes mucha suerte, tu padre es un hombre importante. — Habló Hugo a un niño que no entendía la palabra importante. — Es uno de los solteros de oro.
Sam contempló la pantalla del teléfono que su profesor le enseñó.
— ¡Papá! — Dijo Samuel al ver la foto de su papá, sin poder evitar sonreír contento.
— Sam, tu tío Hugo te dará una misión. — Le dijo Hugo agachándose a su lado y Sam lo miró con sus ojos azules bien abiertos. — ¿Quieres una misión? — Sam asintió sin saber que era una misión y Hugo sonrió, dejando su teléfono en la mesita para agarrar las manos de su sobrino. — Entonces, te daré la misión de acercar a tu papá con tu mamá. — Le indicó, asintiendo para que Sam también asintiera.
Hugo sonrió orgulloso. Steven era un hombre importante y era padre de Samuel, que mejor que él y Sabella estuvieran juntos. Además, su amiga hacía siglos que no tenía una relación, le vendría bien convivir con el soltero de oro.
Antonio dejó en el coche de Sabella la última de las cajas que se llevaría a la residencia de Steven y la miró cuando Sabella tocó su brazo.
— Gracias, Antonio. — Le agradeció Sabella con una sonrisa y observó después a su hijo con Hugo.
— ¿Estás segura de que quieres irte a vivir con un hombre que dice ser el padre de tu hijo? ¿No creés que es una locura? — Preguntó Antonio preocupado.
— No te preocupes, sé lo que hago y solo será durante un tiempo. — Contestó Sabella, quería conseguir que Steven Romano desistiera en su propósito, su hijo no era sustituto ni de él ni de nadie.
— Cualquier cosa que ocurra nos llamas, Hugo y yo estaremos allí rápidamente. Da igual la hora que sea, nos llamas. — Habló Antonio, no comprendía a su amiga, pero Hugo y él la apoyarían siempre.
Sabella asintió, estaba agradecida por los amigos que tenía, Antonio y Hugo eran más que eso, eran su familia.
— Lo haré, pero no creo que haga falta. El señor Steven Romano no parece tan horrible, lo único que quiere es conocer a Sam. — Contestó Sabella, cuando el teléfono móvil de Antonio sonó y él acudió a sacarlo de su pantalón,
— Disculpa. — Se disculpó Antonio con ella y se apartó.
Sabella miró entonces a un hijo que se acercó con Hugo, quien le agitaba el cabello aun cuando el niño se ocultó detrás de su madre.
— No me vuelvas a llamar profesor cuando no estamos en clase. — Le advirtió Hugo y dejó de tocarle el cabello.
Samuel puso una mueca de molestia, si era su profesor ¿por qué tenía que llamarlo tío? y si era su tío, entonces…. ¿por qué tenía que decirle profesor?
— Nos vamos ya. — Comentó Sabella a su pequeño y cuando Sam la miró con una sonrisa, recordó a Steven. Aunque ella no quería, su hijo se parecía a él.
— Aprovecha la situación. Dime ¿desde cuándo no has salido con un hombre? — La alentó Hugo y Sabella lo miró.
— Hugo, estás confundiendo las cosas. — Le contestó.
— Pero míralo, es realmente guapo. — Hugo le puso la pantalla de su teléfono móvil delante de la cara para que viera las fotografías del Ceo. Steven era joven, apuesto y con dinero, el hombre que toda mujer soltera quería. El soltero de oro. — Todavía tenemos la oportunidad de que pienses en el amor. — Pronunció Hugo, que no le quitó el teléfono de las narices cuando se inclinó hacia su sobrino. — Tenemos una misión, ¿verdad?
Sam asintió rápidamente, haría lo que su profesor le había dicho, que mamá y papá estuvieran juntos.
Cuando Sabella apartó el teléfono, Hugo se incorporó y miró a su pareja que hablaba por teléfono.
— ¿Es importante la llamada? — Preguntó Sabella.
— Al parecer le darán un nuevo puesto en su trabajo. Antonio no me ha dicho de que, pero lo ascenderán y eso hará que su sueldo también suba. — Contestó Hugo, frotando sus dedos pulgar e índice para referirse al dinero.
— ¿Qué pensarán los demás si te escuchan hablar así? Que te interesa el dinero y no tu prometido. — Le reclamó Antonio de pronto, agarrando a su pareja de la nuca y haciendo que Hugo se encogiera al sentir un escalofrío por el contacto de su mano fría.
Hugo se apartó rápidamente con cara de disgusto.
— ¡Tus manos! — Gruñó Hugo señalando a su pareja. — Detesto que hagas eso.
— Y yo que hables así de mí, como si fuera una cartera abierta. — Respondió Antonio. — Eres torpe, muy torpe, amor.