Sabella abrió el maletero de su coche y por un momento se quedó mirando dentro, las cajas y las maletas, hasta que Sam se agarró a su chaqueta, el pequeño tenía en sus brazos su inseparable oso de peluche.
— ¿Pasa algo, Samuel? — Le preguntó Sabella, agarrando la mano de su hijo y agachándose. — ¿Te preocupa que vivimos aquí?
Sam señaló unas flores y Sabella las miró.
— Son flores. — Dijo Sam. Sabella asintió y prestó atención al jardín de la mansión, luego sonrió a su hijo.
— Ve a verla mientras yo me encargo del equipaje. — Le acarició el cabello y Sam se rió, corriendo después hacia las flores.
Sabella se levantó entonces, encontrándose de frente con Martha.
— Pensé que te ibas a arrepentir. — Le dijo Martha con una sonrisa, mientras se agarraba las manos.
— ¿Tenía que haberlo hecho? — La interrogó Sabella y Martha se apresuró a negar.
— Claro que no, pero me disculpo contigo de antemano, el Ceo es como un niño. — Indicó Martha. — ¿No sé si recuerdas todo lo que te contaba de él?
Sabella sonrió simplemente, era cierto que Martha se desahogaba con ella cuando las dos trabajaban en la misma compañía, pero de ello hacía ya años.
— ¡Bienvenidos! — Escucharon a Steven que salió de la mansión para recibirlos y nada más verlo, Samuel corrió hacia él.
— ¡Papá! — Lo llamó Sam contento y Steven se agachó recibiendo a su hijo.
Sabella se sintió preocupada y miró a Martha, quien le sonrió.
— Martha, ¿cómo es la familia Romano? — Sintió curiosidad Sabella.
Martha cruzó sus brazos y se quedó pensando.
— No he tenido mucho contacto con ellos. Pero, si te preocupas por Samuel no tienes que temer. — La tranquilizó Martha. — Steven nunca hará que su familia te quite a tu hijo, por muy Romano que Samuel sea.
Sabella apoyó una de sus manos en su coche, dudando por si había tomado una decisión demasiado rápido, ¿se habría metido quizás en la boca del enemigo?
Sabella escuchó a su hijo y al mirarlo lo vio reírse con aquel que decía ser su padre.
— Te enseñaré tu habitación Sam. — Se ofreció Martha, acercándose a su jefe. — Usted señor, podría ayudar a la madre de su hijo.
Steven observó a Sabella y retomando la compostura, asintió.
— Samuel, mi secretaria te mostrará el magnífico dormitorio que papá ha hecho que preparen para ti. — Le dijo Steven a su hijo y Sam miró a su mamá, esperando una respuesta de ella.
— Ve con ella, Sam. — Le asintió Sabella.
Samuel asintió y se agarró a la mano que Martha le ofreció para caminar hacia dentro.
Steven caminó entonces hasta Sabella, deteniéndola cuando se disponía a sacar su maleta del maletero del coche.
— Déjame a mí, madre de Sam. — Habló Steven con una expresión tranquila, teniendo su mano encima de la mano de Sabella.
Sabella se quedó extrañada por la forma de llamarla, “madre de Sam”.
— ¿Madre de Sam? — Preguntó Sabella, haciéndose a un lado para dejar a Steven sacar la maleta y dejarla en el suelo.
— Será la forma cariñosa para llamarte y tú me puedes llamar, padre de Sam. — Explicó Steven. Dio después un paso hacia ella, dejándola atrapada entre él y el coche. — Ahora somos una familia aunque no nos guste. Bueno… En verdad puede que no te guste a ti, yo estoy encantado de tenerte aquí con nuestro hijo.
Sabella puso una mano en el pecho de Steven para apartarlo de ella, sin esperar que él se inclinara y le diera un beso en el cuello… El corazón de Sabella se aceleró al recordar que soñó con él.
— Yo… — Sabella se sonrojó.
— ¿Tú, qué? — Preguntó Steven con una descarada sonrisa. — Estás sonrojada. — Le pareció linda la actitud tímida de Sabella y siguió bajando el equipaje del coche, feliz de tener la oportunidad de convivir con su hijo.
De medianoche, Sabella dejó a Sam durmiendo en su dormitorio, una habitación amplia y con las paredes cubiertas con papel azul que tenía estampados de dibujos de aviones. La habitación también disponía de estanterías y cajoneras con libros infantiles y juguetes, muchos juguetes.
Todo lo que Steven pudiera darle a su hijo, se lo daría.
Sabella caminó por el pasillo, el dormitorio que Steven preparó para ella se encontraba a pocos pasos de la habitación de Samuel, pero se dirigió a la planta baja.
En la oscuridad que reinaba en la residencia, Sabella vio por debajo de la puerta que la luz del taller de Steven se encontraba todavía encendida.
Decidió prepararle una comida de medianoche y tras hacerlo, tocó a la puerta del taller llevando con ella una bandeja con un sándwich, un vaso con leche y unas galletas de chocolate blanco.
— Pase. — Habló Steven desde el otro lado de la puerta.
Sabella agarró la bandeja con una sola mano y abrió la puerta.
Steven estaba frente a un vestido de novia, la tela utilizada en la parte superior del vestido era negra, mientras la de falda era blanca y digna de una princesa. El vestido llevaba brillantes incrustados y brillaba por sí solo.
Al verlo, Sabella pensó que debía de valer una fortuna y Steven lo tenía en su taller sin ninguna vigilancia.
— Te he preparado una comida nocturna. — Dijo Sabella, dejando la bandeja en una de las mesas. Steven se giró hacia ella y le sonrió con la misma dulzura que su hijo. — Me iré ahora.
— No, quédate por favor, hasta que me coma la comida. — Le pidió Steven que se levantó de un taburete y caminó hasta ella, dejando en otra mesa el alfiletero que se quitó de la muñeca.
— Está bien. — Accedió Sabella y se sentó en un taburete junto a la mesa. — ¿Puedo hacerte una pregunta?