Era temprano en la mañana cuando Sabella se despertó debido al despertador, dándose cuenta de que no se encontraba en su apartamento.
Se levantó de la cama poniéndose una bata blanca encima del camisón que llevaba puesto y caminó hacia la puerta del dormitorios.
— Podría dejarlo dormir un poco más, hoy es domingo. — Pensó Sabella en su hijo y al salir al pasillo escuchó las voces de Samuel y de Steven.
Sabella caminó por el pasillo hasta las escaleras, aunque la residencia era enorme la risa de su hijo se escuchaba claramente debido al eco de la soledad de la mansión.
— Buenos días, señora. — La saludaron y Sabella se detuvo mirando a una mujer que cargaba con una cesta.
— Perdone, ¿usted es… ? — Preguntó Sabella. La mujer de unos cincuenta años se rió.
— Me puedes llamar nana, ¿te parece bien? — Le dijo Dorotea.
— Pero, usted… — No supo qué responder Sabella, agarrándose con la mano derecha su muñeca izquierda. Dorotea sonrió con calidez y se presentó con tranquilidad.
— Mi nombre es Dorotea y me he encargado toda la vida de cuidar a mi niño Steven. — Dorotea se acercó hasta Sabella y le agradeció. — Gracias por darle la oportunidad a mi niño de estar cerca de su hijo.
— Mientras que Samuel esté feliz no tiene que agradecerme nada. — Respondió Sabella, no era que ella hubiera permitido a Steven estar cerca de Samuel, más bien todo se había complicado desde que él apareció.
— Eres muy buena persona, no todos hubiera permitido esta situación. — Le dijo Dorotea y se marchó después por el pasillo.
Sabella suspiró, eso mismo tenía que haber hecho ella, no haber permitido esa situación.
Steven se había atrevido no solo a darle un beso en el cuello, también a decir que ese tiempo viviendo juntos podría volverse eterno. ¿Qué sería lo próximo?
Sabella siguió el sonido de las risas y las voces hasta la puerta de la cocina, dentro, Sam y Steven preparaban el desayuno. O por lo menos eso pretendían.
— Mamá. — La llamó Sam animado y corrió hacia ella lleno de harina. — Estamos haciendo un bizcocho. — Le contó y se detuvo de golpe cuando Sabella levantó su mano para que no la tocara.
Sam puso entonces una mueca con intención de ponerse a llorar, su mamá no quería que le diera un abrazo de buenos días.
— Sam, no llores — Le dijo Steven que se acercó, igual de lleno de harina que su hijo.
Samuel aspiró sus mocos, al tiempo que con manos llenas de harina intentó secar sus lágrimas y Sabella cogió sus manos. Sam se quedó mirando a su mamá, maravillado por ella.
— No te toques los ojos con las manos sucias. — Le indicó Sabella. — Podrías hacerte daño en los ojos.
San asintió a su mamá y miró luego a su papá.
— Tenemos que lavarnos las manos, es malo tener las manos sucias. — Le explicó Samuel a su papá.
Steven sonrió poniendo una mano en la cabeza de su hijo, mano que Sabella le golpeó dejándolo extrañado.
— Tus manos. — Le regañó Sabella. Steven simplemente sonrió. — Mejor daros un baño, yo me encargo de vigilar el bizcocho.
Sabella se agachó agarrando a su hijo de la cara y dándole un beso, beso que Samuel recibió con emoción.
— Gracias, mamá de Sam. — Agradeció Steven que se inclinó besando la mejilla de Sabella, quedando ella paralizada. — ¿Nos bañamos, Sam? — Alentó Steven después a su hijo y Sam se agarró emocionado a su mano.
Sabella llevó su mano hasta su mejilla, ¿qué estaba pasando?
Hugo se rió mientras se colgaba en la espalda su mochila y hablaba por su teléfono móvil con Sabella.
— Mujer, déjate llevar, ¿cuánto hace que no sales con un hombre? — Habló Hugo, cerrando la puerta de su coche y caminando hacia sus compañeros de la guardería.
Los profesores de la guardería, todos juntos, estaban haciendo una actividad para fortalecer sus lazos como compañeros. Para ello, habían elegido hacer una caminata por el bosque, con parada obligatoria en un local al aire libre.
— No me agrada tener pareja. — Bramó Sabella, que fregaba los cacharros que padre e hijo dejaron tirados por la cocina. — Mi prioridad es cuidar de mi hijo, por ello dejé mi trabajo.
— Que suerte tienes tú, que puedes estar sin trabajar. — Suspiró Hugo, mirando como sus compañeros peleaban por cual camino escoger.
— Por culpa de mi hermano no estoy sin hacer nada. — Respondió Sabella observando su teléfono móvil sobre la encimera.
— Solo no pienses tanto las cosas. Bueno, te dejó que empieza mi tortura. — Se despidió Hugo colgando de seguido la llamada.
Sabella cerró el grifo del fregadero y cogió un paño de cocina para secar sus manos.
Después del desayuno, Sabella se encerró en su dormitorio y se acomodó en la cama para ocuparse de unos asuntos en su ordenador portátil.
Sam jugaba en el dormitorio con los juguetes que Steven le había regalado.
— ¿Qué haces? — Preguntó Sam acercándose a su mamá, mirando con sus redondos ojos azules la pantalla del ordenador.
— Un trabajo para tu tío Tomás. — Le dijo Sabella y Samuel puso su hocico, intentando entender.
— ¿Tío rico? — Preguntó Samuel. Sabella se rió tocando el cabello de su hijo.
El color rubio del cabello de Sam era el mismo color del cabello de Steven, aunque el padre lo tenía más oscuro.
— Sí, eso mismo. — Le dijo Sabella. Sam seguía con la mueca en sus labios, cuando tocaron a la puerta del dormitorio y Sabella miró viendo entrar a Dorotea con una bandeja.
— Nana de papá. — La llamó Samuel, e inmediatamente se bajó de la cama y fue hasta Dorotea.