Samuel El Hijo De Un Ceo

9. Peor Que Un Niño.

 

Sabella bajó las escaleras con Samuel de la mano, quería preguntar a Dorotea si podía preparar ella hoy el almuerzo. 

Nada más poner un pie abajo, Samuel se soltó de la mano de su mamá y corrió por la estancia con su oso de peluche. 

 

— Samuel, no corras. — Lo regañó Sabella, viéndolo pararse inmediatamente y mirarla. — Podías caer al suelo. 

Samuel negó, negó y negó, señalando después en dirección al estudio de Steven. 

 

— Iré con papá. — Dijo decidido, su profesor le había dicho que tenía la misión de unir a su mamá con su papá. 

Sabella se acercó a su hijo, poniendo una mano en su cabeza y agitando su cabello. 

 

— Sam, el señor Steven se encuentra ocupado con un vestido de novia. — Le explicó Sabella y Sam se quedó mirándola, sin entender lo que le estaba diciendo, ¿un vestido de novia? 

 

— Déjalo ir. — Escucharon a Dorotea, que corrió las cortinas de la estancia para dejar entrar la luz e hizo que a Sabella casi se le saliera el corazón por la boca. 

 

— Señora Dorotea. — Pronunció Sabella, acercando sus manos a su pecho y viendo a Samuel salir corriendo de la estancia. — ¡Sam! — Lo llamó, pero el pequeño se fue con su osito. 

 

— No te preocupes, a Steven le vendrá bien tomarse un descanso. — Comentó Dorotea, contenta por su niño Steven. 

Sabella la miró y se acordó. 

 

— ¿Le importa si la ayudo con el almuerzo? — Le preguntó Sabella, aburrida de estar en esa casa sin nada que hacer. 

Dorotea colocó una mano en el brazo de la joven. 

 

— Me sería de gran ayuda. He estado de vacaciones solo por un mes, pero la mansión está completamente desordenada. — Dijo Dorotea arrugando el entrecejo.

Sabella sonrió, cuando su teléfono empezó a sonar. 

 

— Disculpe. — Se disculpó con Dorotea. Sacó después su teléfono móvil de un bolsillo del jerseys que estaba usando y al ver que era una llamada de Antonio, contestó. — Antonio… ¿qué pasa? — Preguntó y escuchó un suspiro de alivio. 

 

— Gracias a Dios que contestas. — Agradeció Antonio al otro lado del teléfono. 

 

— ¿Pasa algo? — Insistió Sabella preocupada. 

 

— Se trata de Hugo, ha tenido un accidente estando de excursión. — Habló Antonio desde un pasillo y miró hacia la sala de reuniones en la que estaba teniendo una reunión con la secretaria de su nuevo jefe. — ¿Podrías ir a recogerlo al hospital? No deja de quejarse y yo no puedo abandonar la reunión. 

 

— Pero, ¿Hugo está bien? — Se interesó Sabella. 

 

— Sí, por suerte solo tiene una pierna rota, pero ya sabes lo llorón que se pone cuando no aparezco en su ayuda. — Dijo Antonio, lamentaba no poder ir a recogerlo y sabía lo furioso que Hugo estaría con él una vez en casa. 

Sabella miró a Dorotea que se había alejado y limpiaba los muebles de la estancia con un trapo húmedo. 

 

— Iré enseguida a por Hugo, no te preocupes y acaba pronto la reunión para poder regresar a casa. — Respondió Sabella a Antonio y le colgó la llamada. — Señora Dorotea. — La llamó Sabella caminando hasta ella. — Mejor iré a comprar la comida fuera de casa. 

 

— ¿Comida de la calle? — Preguntó Dorotea extrañada, pero no le pareció mala idea, además, ella era la madre de su señorito. 

 

 

En la zona de urgencia del hospital, Sabella se encontró con los compañeros de trabajo de Hugo. 

 

— Gracias por cuidar de Hugo. — Les agradeció Sabella y miró hacia la habitación donde estaba Hugo. 

 

— No es nada. Hugo tiene mucho carácter, pero ha resultado que a hora de la verdad no es más que un llorón. — Contestó uno de los profesores sonriendo. — No se preocupe por su prometido. 

Sabella sonrió simplemente. 

 

— Nosotros nos marchamos ya. — Avisó una profesora. 

 

— De nuevo, gracias. — Se despidió Sabella y caminó hacia la habitación. 

 

— La prometida de Hugo le tiene mucha paciencia. — Pronunció otro de los profesores y los demás asintieron, totalmente de acuerdo. 

 

 

Sabella tocó a la puerta antes de entrar en la habitación y al hacerlo, vio como Hugo colgó una llamada y arrojó su teléfono móvil al suelo. 

 

— Será idiota… — Se quejó Hugo poniendo hocico. 

 

— Ni Samuel tiene un comportamiento tan infantil como ese. — Le regañó Sabella, recogiendo del suelo el teléfono. — Nos podemos ir cuando quieras.

Hugo se agarró a la silla de ruedas en la que estaba sentado y miró su pierna escayolada. 

 

— Tenía que haber venido él. — Masculló Hugo arrugando el entrecejo. Sabella se acercó a él para empujar la silla de ruedas. 

 

— No te pongas tan dramático, Antonio está trabajando duro para poder casarse contigo. — Habló Sabella, llevándolo hacia la puerta. — Por cierto, ¿cuándo piensas aclarar que yo no soy tu prometida? 

 

— Ya, ya… — Hugo no le prestó atención y suspiró pensando en Antonio. — Quiero que venga por mí. 

Sabella sonrió, pareciéndole el comportamiento de Hugo igual o peor que el de un niño. Obviamente, Antonio no mentía al decir que Hugo era un llorón. 

 

— Antonio estaba en una reunión cuando me ha llamado, se paciente. — Volvió a regañarlo Sabella. 

Hugo se dejó caer en el espaldar de la silla, suspirando y llevándose una mano a la cabeza. 

 

— Dios. — Exhaló Hugo. 

 

— Lamentable. — Lo acusó Sabella viéndolo demasiado dramático y detuvo la silla para ponerse delante de su amigo. — Si sigues así parecerá que no te alegras de verme. 

 

— No, amiga. Claro que me alegro de verte. — Respondió Hugo y volvió a ser quisquilloso. — Solo que me imaginaba otra cosa. 

El rostro de Hugo se puso rojo y suspiró de nuevo. 



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En el texto hay: familia, romance, millonario

Editado: 27.05.2022

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