Pasó un mes, un mes en el que Sabella logró sobrevivir bajo el mismo techo que Steven Romano.
Sabella colocó en la cabeza de su hijo un gorro de paja, el pequeño Sam sonreía, ya que estaba vestido como su madre. Los dos con monos de tirantes de color púrpura.
El corazón de Steven se llenó de alegría al verlos vestidos iguales con los monos que él confeccionó para ellos, había válido la pena pasar la noche despierto.
— Déjalo ya. — Pidió Sabella a Steven, que con su teléfono móvil en las manos les sacaba fotos y los grababa en vídeo.
— No me hables así. — Contestó Steven. — Samuel nos escucha y nos ve.
Samuel asintió junto a su mamá y Sabella le bajó el gorro de paja, cubriendo su rostro.
— Vamos a plantar girasoles. — Habló entonces Sabella. Sam se levantó el gorro y miró a su mamá, asintiendo ilusionado.
— Iré con ustedes. — Se ofreció Steven, casi con la misma ilusión que su hijo.
Sabella le clavó la mirada, negándose rotundamente, pero Sam se agarró a su padre queriendo que sí los acompañara.
— Samuel, papá tiene trabajo que hacer. — Le dijo Sabella a su hijo, colocando su mano sobre el gorro y haciendo que padre e hijo la miraran.
Steven se señaló a sí mismo y sonrió.
— Como CEO, puedo posponer la cita para mañana. — Respondió Steven, dejando claro que nada era más importante que pasar tiempo con su hijo.
Steven se agachó delante de Sam y Sabella suspiró, los dos se llevaban demasiado bien.
— Deberías pensar en el esfuerzo que tu madre dedicó a levantar la empresa y muérdete la lengua. — Contestó Sabella seria. — No eres un niño para dejar de lado tus obligaciones.
Steven y Samuel pusieron una mueca de desagrado por sus palabras, Sabella volvió a suspirar, parecía imposible que Steven fuera admirado por muchos y deseado por tantas mujeres cuando realmente se comportaba igual que un niño de tres años.
— Señor Steven, está por llegar la clienta para realizar la prueba del vestido de novia. — Escucharon a Antonio, el nuevo asistente personal, que se acercó con una tablet en las manos.
Steven se levantó y se acomodó bien la chaqueta de su traje para mirar después a su asistente con una actitud distinta, más calmado, más serio y más maduro de lo que demostraba en su vida personal y diaria.
— Está bien. — Habló Steven que subió unos pequeños escalones, seguido de su asistente personal. — Aunque te confieso que ahora mismo no tengo ganas de atender a esa señorita.
— Señor Steven. — Imploró Antonio, recordando lo que Martha le había dicho en varias ocasiones. "El señor Steven es como un niño grande, que no te confunda su apariencia de madurez".
— Te pediré un favor. — Steven se detuvo, mirando a Antonio y extendiendo hacia él el teléfono móvil que tenía en la mano. — ¿Podría sacarles fotos a mi hijo y a su madre? No creo que Sabella se enfade, ya que eres el padrino de Sam.
Antonio observó el teléfono, un teléfono móvil de última generación, su precio superaba la cantidad economía de tres mil euros.
— Señor… — Titubeó Antonio cuando cogió el teléfono.
Steven sonrió, colocando una de sus manos en el brazo de su asistente.
— Este teléfono era para Sabella, pero ella no lo ha aceptado. Te lo puedes quedar. Lo único que quiero a cambio es que les saques fotos para mí. — Habló Steven, luego caminó hacia el interior de la mansión y Antonio bajó la mirada observando el teléfono. Sabía a la perfección que nada más entrar por la puerta de casa, Hugo se haría con él.
Junto a su pequeño Sam, Sabella preparaba la tierra para plantar semillas de girasol, mientras, agachado frente a ellos, Antonio les sacaba fotos con el teléfono que le regaló el Ceo.
— Antonio, deja de sacarnos fotos. — Le pidió Sabella mirándolo y Antonio sonrió. — Por cierto… — Sabella soltó la pequeña pala y se levantó caminando hacia él. — Ese teléfono.
Antonio se levantó también y confesó.
— Me lo ha dado el señor Steven, quería que sacara algunas fotos de Samuel. — Contó con una sonrisa, evitando mencionar que también quería fotos de ella. — A cambio me ha dado el teléfono.
— Hugo te lo quitara. — Anunció Sabella quitándose uno de los guantes de jardinería. — Él todo lo quiere.
— Lo sé… Es demasiado caprichoso. — Se lamentó Antonio, intentando no reírse de su caprichosa pareja.
— Y aún así te casaras con él. — Apremió Sabella a su amigo. — Dile a Hugo que es el teléfono del trabajo. Creo que entenderá eso, aunque te lo coja para sacarse fotos.
Antonio asintió pensando que ello, era una buena idea.
— Mamá, una mariposa. — Escucharon a Sam y lo miraron para verlo perseguir una mariposa blanca.
Antonio aprovechó para hacerle algunas fotos y Sabella se quitó el otro guante.
— No corras, Sam. — Le dijo Sabella, dejando en el suelo los guantes. — Samuel. — Lo llamó cuando vio que se alejaba de ellos.
— Iré a reunirme con el Ceo, creo que tú deberías ir a por Sam. — Comentó Antonio.
Sabella asintió y lo vio caminar hacia la mansión mientras observaba las fotografías que había sacado de su sobrino y de Sabella.
Sabella escuchó el llanto de Sam al caerse al suelo, agarrándose en su caída a la falda del vestido de una mujer. El rostro de la dueña de aquel vestido mostró asco, ese niño se había atrevido a tocar su precioso vestido hecho por el mismísimo Steven Romano.
— ¡Niño insolente! — Gritó la mujer, que iba acompañada por unos guardaespaldas.
Sabella se acercó a su hijo agarrándolo del suelo, cuando se agachó y mirándolo por si tenía alguna herida.