Sábado 24 de octubre.
En el cielo un sol ardiente no paraba de brillar y
el calor se intensificaba cada vez más en la
ciudad, sin embargo, el día había llegado; todos
nos habíamos puesto de acuerdo para ir a
pasear, teníamos el plan perfecto para salir a
distraernos y pasarla realmente bien,
suponíamos que aquel viaje sería una gran
experiencia ya que compartiríamos con más
gente y entablaríamos nuevas amistades.
Cabe resaltar que esto último me extrañaba,
pues hacer amigos era algo poco común en mí,
pero bueno, a la final pensé que no caería mal
conocer y rodearme de nuevas personas.
El itinerario de dicho paseo era el siguiente:
Primero, debíamos llegar a la finca para
descansar mientras comíamos algo,
posteriormente, saldríamos a bailar y, por último,
acompañaríamos la noche con algo de licor, ¿y
por qué no? También un poco de sexo.
La verdad es que para mí esos planes
resultaban tan poco convencionales, que ni yo
mismo estaba convencido de que fueran a
suceder, pero terminé por reconocer que las
fiestas siempre eran así, llevaban de todo un
poco.
El plan pareció salir incluso más que perfecto,
pues al llegar, bastó de un instante para que
todos nos cayéramos sumamente bien, y al
cabo de unas horas, resultó increíble lo que
ocurrió.