De alguna manera asumí que tanto pánico se debía a que siempre me había caracterizado por mi buen comportamiento y la mente afable que en todo momento me había acompañado, no obstante, en mí era intrínseco ese don de aniquilar toda evidencia o malinterpretación que pudiese perjudicarme y, además, siempre había sido experto salvaguardándome de cada cosa mala que de algún modo había llegado a hacer. El tiempo pasaba y mis manos se congelaban cada vez más, nunca imaginé lo tediosos que podría llegar a ser los interrogatorios, las mismas preguntas una y otra vez, una escena del crimen que algunos no pueden resolver y que para otros a simple vista se puede descifrar. ¡Lo habían matado! Pero ese era el punto, ¿quién lo hizo y por qué? Si nos colocaban en tela de juicio a cada uno de los que estábamos ahí, no sabríamos qué responder, éramos simples jóvenes que habían salido a disfrutar y que de alguna extraña manera nos habíamos agradado de entrada y continuamos llevándonos bastante bien. Pero ahí estaba la gran pregunta, todos éramos desconocidos, nadie era tan allegado a nadie, ¿cómo es posible que a simple vista todo hubiese sido tan perfecto? ¿Que todos nos hubiésemos caído tan bien de inmediato? Si la verdad, es que los seres humanos tendemos a ser un poco introvertidos y a juzgar desde el principio a las personas.