San Bernanrdo, Un Misterio DetrÁs De Los Amigos

UN AÑO DESPUES

Los problemas habían terminado para todos, por lo que no tuvimos más que regresar a nuestras casas y continuar con nuestras vidas, sin embargo, unos días después de aquel incidente, empecé a sentirme sumamente mal, no dejaba de pensar en lo sucedido aquella noche y eso no había hecho más que indisponerme. Todo pareció mejorar con el paso del tiempo, hasta un año después, en el que algo empezó a perturbar mis pensamientos, a provocarme un gran número de pesadillas y a quitarme el sueño casi todas las noches. Algo en mí había cambiado desde que ocurrió aquella muerte, se repetía noche tras noche, la voz de ese chico retumbaba una y otra vez en mi cabeza mientras dormía, no hacía más que despertarme supremamente nervioso y asustado, y aunque lograba tranquilizarme y conciliar el sueño luego de repetirme que sólo eran pesadillas producidas por mi imaginación, aquellas malas noches comenzaban a pasar cuenta de cobro, pues cada que me veía al espejo en la mañanas, sólo podía ver mi cara de muerte súbita, semejante a un fantasma por lo pálida y demacrada que estaba. Mis pesadillas iniciaban con Guillermo llamándome constantemente, en ellas me transportaba nuevamente a aquella finca y escuchaba sus gritos pedir ayuda. Después de cada horrorosa pesadilla pasaba mi mano por mi frente y secaba el sudor que de ella caía, me repetía a mí mismo que sólo era un sueño, que no era posible que estuviese escuchando su voz de nuevo. Me levantaba de la cama y me dirigía al sillón intentando evadir el mareo que llegaba a mi cabeza cada noche, lo hacía esperando que, a la mañana siguiente, luego de haber despertado, toda zozobra y oscuridad desapareciera. Pero era inútil, la historia se repetía día tras día y sólo le preguntaba a Dios hasta cuándo duraría; una noche, después de haberme resignado a la eterna penumbra que me acompañaría, escucho un intenso suspiro, estando en pleno silencio, por lo que ansioso, me pongo de pie y en un fallido intento trato de dar con su emisor. Le daba vueltas y vueltas a todo el asunto y no encontré otra explicación que culpar a mi constante drogadicción, pues cualquier descuido, por más común, por más profundo, podría empeorar la situación; de vez en cuando, resultaba necesario para mí reconocer que la realidad era absurdamente sencilla, en ella sólo necesitaba considerarse cualquier error o calculo ordinario.




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