Los pensamientos y recuerdos no me habían podido quitar lo que ya no tenía, sólo había sido alguien que quiso pasarla bien y que terminó realmente mal. De nuevo la penumbra estaba asechando y las memorias de lo vivido ese día llegaban a mi cabeza, la verdad ya no sabía qué era verdad o mentira, sólo recordaba aquello en pequeños lapsos de tiempo. Por momentos cuando lo recordaba, sentía como si hubiese sido un día antes, pues las imágenes eran tan claras que incluso percibía la presencia de alguien cada que miraba en un espejo o me asomaba a través de mi ventana, ya no eran ideas o sensación, sentía que algo real me perturbaba y me preguntaba si en aquel momento ya resultaba necesario acudir a algún psiquiatra. Podía haber sido ironía, pero lo verdaderamente curioso de aquel paseo al que tantas veces me transportaba, era aquella observación que había hecho en todas nuestra aventuras, el monte era mucho, pero cada vez se hacía pues más intensa la vibra de un lugar desbastecido. Sin embargo, pasaba el tiempo y yo me seguía preguntando, ¿quién fue el que lo había matado? Pues a pesar de que el caso había cerrado como presunto suicidio, estaba seguro de que sí lo habían asesinado. Yo siempre fui consciente de que todo solía volverse vulnerable ante situaciones críticas, pero al pensarlo bien, tenía claro que no podía decaer, debía seguir fingiendo mi demencia, pues nadie, absolutamente nadie, podía saber todo lo que había ocurrido durante esa noche. Solo iba a decir aquello que querían oír, mi mente siempre había sido brillante y sé perfectamente qué debía decir, tenía claro que todo se podía solucionar con aceptación, había que ser convincente e insistir en olvidarlo todo y aceptarlo así. Antes de que ocurriera, lo que paso Guillermo y yo nos vimos en la habitación y. En ese momento él no quiso tener una conversación conmigo, propuso tenerla al otro día después de resoplar con fuerza. —Seguro allá afuera tienes a alguien mejor, ¿cierto? —algo molesto y también burlón añadí. —Muy bien hasta mañana pues. Así que me fui, crucé hacia la habitación con mucho frío y me había dispuesto a abrir la puerta, pude observar todo lo que él estaba haciendo. — ¡HOLA! —Dije mientras saludaba con mi mano. Resultó curioso para mí en ese momento percatarme de que por más bulla que hiciera, nadie podía escucharme, fue ahí donde me vi consciente de la soledad que atravesaba para ese entonces.