San Bernanrdo, Un Misterio DetrÁs De Los Amigos

COMISARIA

Lo cierto era que cuanto más vulgar fuese un crimen, más difícil se tornaba solucionarlo, Y solo una pista en él, hubiese sido algo extraordinario, por lo que no había más que suposiciones, suposiciones que apuntaban a mí como el culpable… — ¿Están detenidos? – Preguntó alguien. Godoy no había dicho nada y se mantuvo callado mientras me llevaba a la multitud y posteriormente, hasta la patrulla. Cuando se abrió la puerta, pude notar a nuestro alrededor un enorme número de periodistas que estaban en revuelo mientras disparaban los flashes de sus cámaras. Habíamos llegado a la comisaría y también nos acompañaban unas personas que me guiaban hasta el lugar donde iban a tomar mi declaración. Al momento de entrar, un policía levantó su mirada y en ella pude ver reflejado un gran interés. —Llévalo a la sala de interrogatorio —indicó Godoy —Todo va a ir bien, no he hecho nada. Sólo quieren hacerme unas preguntas y luego me dejaran ir, ¿verdad? —Repliqué un poco nervioso —Así es —contesta Godoy —usted no está detenido, está aquí por su propia voluntad, de modo que puede irse cuando lo desee. Me había dispuesto a tomar asiento y observaba todo con mucho nerviosismo, la verdad era inevitable no sentir miedo en cada parte de mi cuerpo, pero me decía a mí mismo que estaba ahí sólo para ayudar a la policía a dar con el culpable. Tomaron mi declaración y sin importar nada me han dicho que debo de quedarme encerrado, tal parece que soy el principal sospechoso. Luego de varios meses me llevan ante un tribual —Sin embargo, debo confesar que la situación del joven me parece terriblemente comprometedora y es muy posible que sea el culpable —replicó el juez. Volvía y jugaba, estaba ante una situación que me estaba incriminando, no entendía la razón por la cual intentaba ayudar y quien terminaba siendo perjudicado era yo solamente. Pues bien, en aquel trágico paseo hubo muchas personas, éramos doce, de los cuales uno había muerto y tal parecía que alguno de los otros once era el asesino, pero la vida o el universo seguían conspirando en mi contra y yo y sólo yo, era el culpable, de los otro diez nada se decía. —Me temo que los hechos han sido muy obvios… En eso estriba mi oficio, y es posible que no sean de alguna utilidad en la investigación a la que vamos a consagrarnos. — Dijo el juez con una mirada fija y serena. — ¿A qué se refiere? —Respondí.




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