Pero no habían sido ellas las que me habían dado aquella visión fugaz que me estremecía cada que la recordaba, aquellos dones que se disparaban y terminaban por enloquecerme cada que me disponía a soñar, pero que, por alguna razón seguía insistiendo en que no eran más que mi imaginación respondiendo a mi sugestión. Afuera algo había estado ocurriendo, pues se escucharon unos terribles estragos y un color intenso empezó a notarse, era un rojo vivo, semejante a sangre. Al intentar averiguar qué fue lo que había ocurrido, sólo pudimos encontrarnos con un montón de vidrios sangrientos y más y más sangre, el aspecto de aquella escena era escalofriante, incluso para los policías que se encontraban con nosotros, pues en ese mismo instante se miraron unos a otros y no pudieron expresar más que una inoportuna sonrisa nerviosa. Tan imprevista fue su reacción, que pude escuchar cómo entre ellos prometieron nunca más llevarse aquella misma impresión en un caso de suma gravedad como lo había sido ese. Nos encontrábamos investigando, cuando de repente pudimos sentir que todo a nuestro alrededor se detuvo dejándonos paralizados, la vestimenta de aquella víctima estaba salpicada de sangre, lo que me hizo recordar todo como si hubiese sido ayer. Aquella misma imagen, yo había quedado igual de salpicado en aquel homicidio ocurrido en la finca de San Bernardo. — ¿Quién se ha atrevido? —Pregunté con una voz ronca — ¿Quién se ha atrevido a insultarnos con esta ironía, ¡apoderándose de nuestros miedos!? — ¡Y que sepamos a quién debemos de ahorcar antes de que salga el sol! —Añadí Ya había pasado algún tiempo y yo me veía en la obligación de hablar, pues los policías se habían negado a seguir mis consejos, y sin saber él por qué, no encontré más remedio que contarles mis razones, todo lo sucedido aquel 24 de octubre en San Bernardo. Un caso peculiar, pero algo parecido al que vivenciamos, por lo que me sentía sumamente inclinado a hacerlo, pues a pesar de que mis advertencias pudiesen haber sido en vano, resultaba inevitable que se dudara de los hechos que había ocurrido y más como iba a revelarlos. —No obstante, si se suprime, por extravagante o increíble, no quedaría nada —Me decía en mi mente mientras divagaba de nuevo. — ¡MALDITO, MALDITO! ¡MIL VECES MALDITO! —Grité varias veces al sentir la necesidad de pedir ayuda. Pero todo no dejaba de ser un incierto, nada ni nadie había podido ayudarme ante aquella situación, y en esos instantes, me entraron unas ganas enormes de coger un cuchillo e irme encima de él.