San Bernanrdo, Un Misterio DetrÁs De Los Amigos

LO MATÉ

—Lo maté, asesiné al muchacho ¡Dios mío! ¿Cómo pude? —Exclamaba en medio de exasperación —Lo maté, lo maté, yo no quería, él me quería matar y me defendí, pero no era él, era el muerto y lo maté —repetía en mi mente la cual evidentemente de nuevo me estaba haciendo una mala jugada. —Pero se fue, asesiné a Juan, me voy a volver loco, ¿qué voy a hacer? —Yo no puedo ir a la cárcel —Me decía a mí mismo intentando hallar un tipo de conclusión o justificación. —Tú sabes que mi intención no era hacerte esto —dije finalmente al cuerpo mientras mis nervios parecían estar abandonándome. Aquel día fue demasiado gris y triste, para ese punto, ya había agotado mucho mi estabilidad física y emocional al igual que mis pensamientos. Durante dicho año, mi vida había sido un chiste mal contado, una broma bastante pesada, no había tenido ni un sólo momento de descanso desde que ocurrió todo en esa emblemática finca. Sin embargo, traté de no afligirme e intenté dejar de recordar una y otra vez el cómo corría la sangre de Guillermo justo en frente mío, cómo su vida se había escapado por entre su cuello y había terminado siendo una víctima de un meticuloso degollamiento. Intenté no recordarlo ni evocarlo y mucho menos pensaba darle cabeza a este nuevo suceso en el que el piso blanco de mi casa se tiñó de un profundo e intenso rojo, en la sangre que recorrió mi hogar aquel día. Todo terminaba por aterrorizarme en ese momento, incluso una voz susurraba una y otra vez a mis oídos que no era conveniente para mí contarlo, pues algo malo me pasaría en caso de hacerlo. ¿Qué pudo haberme hecho esa persona? Intentaba justificar mi odio, pero tenía más que claro que no podía seguir con miedos, debía planear muy bien lo que tenía pensado hacer, no podía cometer errores y debía encontrar algún aliado si resultaba necesario, pues fallar no estaba permitido. Era un hecho, quien se atreviera nuevamente a causarme miedo debía pagar las consecuencias y aunque aún escuchaba los horribles sonidos que perturbaban mi mente y conseguían erizar mi piel, estaba seguro y tenía claro cómo sería mi actuar de ahí en adelante. Todo estaba fríamente calculado, ya sabía qué iba a hacer con el asqueroso cuerpo, debía estar muy concentrado y mis manos tenían que encontrarse completamente secas, pues cualquier accidente podría ser completamente perjudicial para mí.




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