Mi corazón soló había querido justicia, por lo que me prometí que iban a llorar, iban a llorar tanto como yo lo había hecho, podía sentir el peso del odio que habitaba en mi mirada, pero de nuevo las voces en mi mente me hicieron creer que todos no habían hecho más que ponerme en ridículo ante aquella situación ficticia. Era consciente de que, si quería justicia, debía ponerme de rodillas ante lo que sucediera. Mi aliado ha salido por un momento y tardo un resto de tiempo en regresar — ¿Dónde has estado? —Pregunté. —Por ahí solo —me respondió. Mi ira apareció y él solo sonrió sutilmente, la humillación y desesperación me abrumaron, todo se tornó gris en ese momento y empecé a cuestionarme un sinfín de aspectos. Quizá la muerte puede causar algo de temor en cualquier persona y la vida después de ella era algo que ya había sido aceptado por los moralistas, no obstante, los humanos parecíamos haber abandonado toda creencia y habíamos optado por aceptar vivir sin la estrecha necesidad de creer en la eternidad. No obstante, resultaba imposible negar que todo había sido concebido, pues todos y cada uno de nosotros, al llegar al mundo había encontrado cada cosa establecida, por lo que el que llegara a interrogar su propia alma, sólo daría con las razones, o con la persona, por la que había hecho las cosas a lo largo de toda su vida. Nunca ha sido un secreto, que los humanos hemos tendido a obsesionarnos sin repliques. —Esa noche voy a matarlo —decía para mí mismo. —Un hombre puede tolerar las injusticias, las infamias, pero jamás la deshonra. Resultaba curioso que mi aliado no hiciera más que ver la manera en que preparaba aquella muerte, me había asegurado de que se iba a llevar una sorpresa. Por mi parte, continuaba imaginándome en una conversación en la que se mostraba tan sonriente, tan frágilmente, tan cordial y al imaginármelo, no hacía más que reír hacia mis adentros, cosa que para mí cómplice no fue imposible notarlo. —Yo conozco esa impresión en su rostro, es la que usted usa cuando comete sus crímenes — decía con un gesto de sobriedad que inundaba la atmósfera. —Nadie sospecharía que un pobre ayudante sería capaz de hacer algo tan tenebroso, salvo yo. Aquella afirmación hizo percatarme de su astucia y solté una carcajada.