— ¡JAJAJAJA! Posterior a todo lo planeado, a mi cabeza llegaba la imagen de mi aliado y yo torturando a nuestra víctima y yo sólo me percataba de que nadie creería que yo estaba obligando a otro a ocasionar aquellos actos letales, de nadie pensaría que la mente brillante de aquel audaz asesinato era yo. Mientras recordaba esa noche como la gran noche, el momento en que mi cómplice pareció ser el más tenebroso y gran autor de todo, escuché a lo lejos los ladridos moribundos de un perro. — ¿Bebemos un poco? —Me dijo cuando logramos entrar. —Sí, está bien —asentí. Entre trago y trago la noche se nos fue pasando. —Aún te falta beber un poco —escuché—y la reserva de la muerte la tengo para ti —Ah, pero no lo tomo, jeje —respondí —Si tú lo dices. En dicho momento no me costó nada lanzar un gran golpe, pero no con toda la fuerza que esperaba, pues no había sido letal y el desgraciado tuvo tiempo de escapar. No sentí culpa alguna al hacerlo, disfruté desmedidamente dicho confrontamiento y sólo podía observar algunas sombras pasar una y otra vez. Mi aliado había empezado a hacer preguntas sospechosas y sólo me vi humillado, pues no hacía más que responderle con excusas, eso sin mencionar los comentarios indescriptibles que lanzó durante aquella conversación. — ¡CANALLA! —Me gritó. Ese apenas había sido uno de los muchos insultos que hizo hacía mí, los había hecho con un lenguaje que nunca le escuché ni creí que pudiera tener, yo correspondí a su maltrato, por lo que calculaba que en algún momento iba a detenerse, retractarse e implorarme que lo dejara de tratar así. —No lo haga señor, se lo ruego —finalmente suplicó. Repentinamente, de nuevo me invadía el cuerpo esa sensación absurda que por más que intentaba no podía explicar, no lograba saber qué hacer, pues justo cuando sentía que la vida empezaba a marchar bien, de un momento a otro todo empezaba a tornarse gris otra vez. Las ilógicas pesadillas regresaban, los pasos acechando volvían a mis oídos y sólo podía apreciar sombras y más sombras, siluetas de algo que no buscaba ni hacía más que abrazarme, acariciarme y abarcar todo mi cuerpo, toda mi mente y sin excepción alguna, toda mi alma.