Cenaron en un silencio cómodo, interrumpido solo por el sonido de los cubiertos y la suave música de fondo. La luz cálida del restaurante envolvía la mesa, creando un ambiente íntimo en el que incluso el silencio tenía su propio significado. Lydia intentaba concentrarse en su comida, pero el calor de la mirada de Xavier la tenía inquieta.
Sin embargo, no tardaron mucho en sumergirse en una conversación animada.
—Entonces, ¿qué te gusta hacer? —preguntó Xavier, dejando el tenedor a un lado mientras la observaba con sincero interés.
Lydia sonrió, algo tímida al principio, pero esa chispa en sus ojos no tardó en encenderse.
—Bueno, me encanta escribir. Siempre me ha gustado crear historias, perderme en mundos que solo existen en mi cabeza. Supongo que soy una especie de contadora de cuentos frustrada —dijo, riendo mientras jugueteaba con su copa de vino.
Con una naturalidad encantadora, comenzó a contarle más sobre su vida, gesticulando con emoción, dejando escapar alguna que otra risa y, en ocasiones, haciendo pequeñas pausas para asegurarse de que no estaba aburriendo a su acompañante.
Pero aburrir a Xavier era imposible. Él la escuchaba con total atención, capturando cada palabra como si fuera un secreto valioso. No solo se interesaba en lo que decía, sino en cómo lo decía. La forma en que sus ojos brillaban al hablar de sus pasiones lo atrapó por completo. Era como si cada expresión suya estuviera compuesta por una melodía única que él no quería dejar de escuchar.
—¿Y qué haces cuando no estás escribiendo? —preguntó él, su tono suave pero lleno de curiosidad.
—Probablemente estar en modo desastre mientras intento cocinar algo comestible. —Lydia hizo una mueca cómica—. Mi relación con la cocina es… complicada. Pero bueno, siempre hay comida a domicilio, ¿no?
Xavier soltó una carcajada, una que retumbó en el espacio como si fuera la cosa más natural del mundo.
—Esa es una de las respuestas más sinceras que he escuchado en mucho tiempo —dijo, mirándola con una mezcla de diversión y fascinación.
Lydia se encogió de hombros, sonriendo de manera despreocupada.
—Supongo que es parte de mi encanto.
Lo atrapó sin que siquiera lo intentara. Había algo en Lydia que desarmaba sus defensas sin previo aviso. Mientras la conversación fluía, Xavier no pudo evitar pensar que esa noche había comenzado de forma inesperada, pero estaba terminando de la mejor manera posible: con una mujer fascinante que no sabía el poder que tenía sobre él.
Había conocido a mujeres de todo tipo en el mundo de la fama: actrices, modelos y socialités que parecían sacadas de una portada de revista. Todas deslumbrantes, con rostros perfectamente esculpidos y sonrisas ensayadas que jamás flaqueaban. Pero ninguna se veía como Lydia. Ninguna tenía esa dulzura genuina, esa mezcla de inocencia y fuerza que la hacía tan especial, tan auténtica.
No era solo su belleza física, aunque claro, sería un mentiroso si no admitiera que su cabello ondulado y esa sonrisa espontánea lo tenían un poco aturdido. Pero había algo más profundo, algo que Xavier no podía definir del todo. Era la forma en que ella llenaba el espacio con su energía cálida, haciendo que el mundo pareciera menos frío, menos lleno de artificios.
Era la forma en que lo hacía sentir.
Cómodo. Tranquilo. Como si no tuviera que ser el Xavier Vaughn que todos esperaban, sino solo un hombre compartiendo una noche con una mujer fascinante. Aunque, claro, verla como una niña inocente era lo último que pasaba por su mente. Había algo en Lydia que también despertaba una tensión más visceral, un anhelo que intentaba ahogar sin mucho éxito.
Confundido por el giro de sus propios pensamientos, Xavier intentó apartar la vista, pero no pudo. Había algo que lo mantenía atado a ella, como si cada gesto, cada palabra suya tuviera un hilo invisible que tiraba de él.
Era su voz.
Su voz suave y envolvente, con una cadencia que lo arrullaba como una melodía que no quería dejar de escuchar. Tenía esa cualidad especial, como si pudiera atravesar el ruido de su mente y calmarlo, algo que pocas cosas lograban.
Y luego estaban sus ojos. Grandes, expresivos, sin la artificialidad a la que él estaba acostumbrado. No había filtros ni pretensiones, solo una verdad desarmante que lo dejaba sin defensas.
Lydia era diferente.
Y lo peor —o lo mejor— de todo era que esa diferencia lo atraía de una manera peligrosa.
—Creo que hablé demasiado —susurró Lydia de repente, desviando la mirada hacia la pista de baile, donde varias parejas se movían al compás de la música.
Xavier inclinó ligeramente la cabeza, con una expresión divertida pero genuina.
—Tal vez ellos no saben escuchar bien —comentó, sus ojos fijos en los de Lydia.
Ese simple comentario la desarmó. ¿Desde cuándo las conversaciones eran tan peligrosamente íntimas? Lydia trató de no analizar demasiado el cosquilleo que recorría su piel ni el calor que se acumulaba en su pecho cada vez que Xavier le sonreía.
—Puede ser —dijo, intentando mantener la compostura—. Aunque a veces reconozco que me emociono demasiado. Ya sabes, me dejo llevar.
—Eso es algo bueno. Las personas que se emocionan suelen ser auténticas.
Lydia dejó la copa de vino sobre la mesa, consciente de que, si daba otro sorbo, podría perder más que su compostura.
—¿Así que eres un experto en autenticidad? —preguntó, entrecerrando los ojos con una pizca de humor.
Xavier se recostó en el respaldo de la silla, con esa postura relajada que solo hacía que pareciera aún más atractivo.
—No diría que soy un experto, pero reconozco algo especial cuando lo veo.
El tono suave de su voz hizo que el corazón de Lydia diera un salto. Sintió la necesidad de desviar la conversación antes de que el aire entre ellos se volviera más denso de lo que ya era.
—Entonces, ¿a qué te dedicas cuando no estás salvando a desconocidas de citas fallidas?
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Editado: 13.02.2025