San valentín a tu lado

C U A T R O

Lydia siempre había pensado que los labios de Xavier se veían suaves gracias al maquillaje y la edición en las revistas. Que, al tocarlos, tal vez no serían como los había imaginado.

Se equivocó.

Nada, absolutamente nada, le había hecho justicia a la suavidad y lo adictivos que eran aquellos labios que ahora devoraban los suyos.

Xavier le sabía a chocolate derretido bajo el sol de una tarde de verano: delicioso, tibio y embriagador.

La copa que sostenía Lydia chocó con la superficie más cercana en el instante exacto en que Xavier dejó de ser una estatua. Sus dedos firmes rodearon su cintura, atrayéndola con una contención precaria, como si intentara resistirse, como si aún tuviera dudas. Gran error.

El roce de la tela ligera de su vestido contra las yemas de sus dedos terminó de romper el hilo que sostenía su control. La calidez de su piel, la suavidad de sus labios, la forma en que ella se aferraba a él como si el mundo se fuera a acabar…

Xavier dejó de pensar.

Sus manos descendieron por los muslos de Lydia, deslizándose por su piel con un hambre apenas contenida. Y, sin previo aviso, la alzó entre sus brazos.

Lydia soltó un pequeño grito de sorpresa, apenas ahogado contra su boca.

Él aprovechó el momento para deslizar su lengua entre sus labios, saboreando el jadeo tembloroso que se escapó de su garganta. Un sonido que no solo le gustó.

Lo enloqueció.

Con una destreza que solo el deseo podía otorgar, la sentó sobre el mesón de la cocina y abrió sus piernas, acomodándose entre ellas como si fuera el único lugar donde debía estar. Sus labios abandonaron los de Lydia y descendieron por su cuello y hombros, desatando una cadena de escalofríos que la hicieron temblar entre sus brazos.

Las manos de Xavier tampoco se quedaron quietas.

Exploraron sus muslos con la desesperación contenida de quien ha esperado demasiado, de quien ha imaginado este momento tantas veces que la realidad parece un sueño febril.

Lydia, perdida en el torbellino de sensaciones, deslizó las manos bajo la camiseta de Xavier, buscando desesperadamente deshacerse de esa molesta barrera. Pero él no estaba listo para soltarla todavía. No cuando su boca estaba ocupada probando cada centímetro de su piel, marcándola, adorándola, reclamándola de una manera que le hacía perder el aliento.

Quería más.

Quería todo.

—¿Quieres esto? —La voz de Xavier era ronca, grave, áspera como el eco de un trueno a punto de estallar.

Lydia parpadeó, tratando de enfocarlo, atrapada en el vértigo de sus besos.

—¿Quieres que te tome, Lydia? —continuó él, con una sonrisa pícara en esos labios que ella había besado con tanta hambre—. Tu cuerpo me grita la respuesta, pero quiero escucharlo de esa boca que me ha enloquecido toda la maldita noche.

Para enfatizar sus palabras, deslizó un dedo lentamente por los labios de Lydia.

Ella exhaló un suspiro tembloroso.

Y sin apartar los ojos de los suyos, tomó su dedo entre los labios.

Lo chupó con deliberada lentitud.

Desafiante.

Atrevida.

Dispuesta a disfrutar hasta la última gota de lo que estaba a punto de suceder.

Los ojos de Xavier brillaban como oro fundido, una mezcla peligrosa de oscuridad y deseo, atrapándola en un abismo del que no estaba segura de querer escapar.

El cuerpo de Lydia vibraba bajo su mirada, cada terminación nerviosa cosquilleando por más de esos besos, de esas caricias que habían despertado un hambre latente en ella. Lo deseaba. Dios, cuánto lo deseaba. Pero entonces, las palabras de Xavier le recordaron exactamente lo que estaba haciendo.

Su realidad la golpeó.

Llevaba meses sin sentir el roce de otra persona sobre su piel, sin saber lo que era el sexo compartido. La única atención que su cuerpo había recibido en todo ese tiempo había sido la de sus propios dedos… o la del consolador que, cada vez que usaba, le recordaba que gracias a un hombre con pene terminó con deudas que la asfixiaban.

Y ahora, Xavier la estaba llevando a una encrucijada.

¿Seguiría siendo la misma mujer que, después de esa traición, se había refugiado en sí misma, cerrando su corazón y su cuerpo a cualquiera que intentara entrar?

O…

¿Se atrevería a dar el paso y disfrutar, sin restricciones ni miedos?

Xavier no iba a estar al día siguiente, eso lo sabía. Pero acostarse con él no era sobre lo que pasaría después, sino sobre demostrarse a sí misma que aún podía entregarse sin miedo, que aún podía sentir placer sin que eso significara un sacrificio.

No le debía nada a nadie. Mucho menos a ese idiota traidor.

Soltó un suspiro tembloroso.

Había salido esa noche con una intención clara: disfrutar. No amargarse otro 14 de febrero. Tener un recuerdo grato.

Y vaya que lo tendría.

Porque Xavier la había escuchado, la había hecho reír, le había regalado rosas (aunque a ella no le gustaran las flores) y se había comportado como un maldito caballero.

Ya tenía un recuerdo lindo de esa noche.

Pero podía ser mucho más que eso.

La vocecita en su cabeza fue suficiente para darle el empujón final.

Sin pensarlo dos veces, Lydia llevó sus manos hasta la camiseta de Xavier, aferrándose a la tela con fuerza. Con un movimiento decidido, se la quitó sobre su cabeza.

Ese era el sí que él necesitaba.

Xavier se movió con rapidez, haciéndola quedar de espaldas contra el frío mármol del mesón. Lydia soltó un jadeo cuando él la acostó sobre la superficie, besando sus clavículas con una parsimonia que la hizo estremecer.

Su boca se movía con una deliciosa lentitud, degustando su piel como si quisiera memorizar cada centímetro de ella.

Una de sus manos descendió hasta la pierna de Lydia, recorriéndola con una paciencia tortuosa. Sus dedos subieron con un toque suave pero firme, tomándose su tiempo, enloqueciendo sus hormonas, incendiando cada terminación nerviosa de su cuerpo.




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