San valentín a tu lado

E P Í L O G O

—Lydia, vamos —la voz de su esposo la sacó de sus pensamientos, provocándole una sonrisa.

Xavier le extendió la mano mientras ella terminaba de bajar las escaleras. El anillo de matrimonio brillaba en sus dedos, un símbolo de la promesa que compartían, una alianza que aún generaba rumores entre la prensa y los fanáticos. Pero a ellos no les importaba. Lo único que importaba era el amor que compartían, un amor que había crecido con los años y que los había unido de maneras que ni ellos mismos podían haber imaginado.

—Espera, sabes que me tardo hoy en día —dijo ella con una sonrisa traviesa—. ¿Qué tal me veo?

Giró sobre sus talones, dejando que la falda de su vestido rojo ondeara con gracia. Le sentaba de maravilla, y Xavier no pudo evitar admirarla, su corazón latiendo con fuerza al verla. Había algo tan especial en ella, algo que lo seguía deslumbrando, como si cada día estuviera descubriéndola de nuevo.

—Más preciosa cada maldito día —susurró él, atrapando sus labios en un beso suave pero cargado de amor y gratitud—. Lydia Vaughn.

Ella rió con ternura, y Xavier, sin poder evitarlo, sonrió de vuelta. Había algo profundamente satisfactorio en recordar, una y otra vez, que ella era suya. Que la había encontrado en un mundo tan vasto, que había luchado por ella y que, al final, ella también lo había elegido. Cada día con ella era un regalo, y no había nada que deseara más que seguir construyendo una vida a su lado.

Gracias a él, Lydia había podido saldar sus deudas y retomar sus estudios universitarios. Pronto se graduaría, y aunque Xavier había insistido en ayudarla sin pedir nada a cambio, ella se había empeñado en devolverle hasta el último centavo. Xavier nunca lo admitiría, pero secretamente adoraba esa faceta de Lydia. Su independencia, su fuerza, su inquebrantable determinación. Cada uno de esos rasgos lo enamoraban más, día tras día.

De la mano, salieron hacia el coche. Xavier condujo mientras conversaban y reían, disfrutando de la comodidad que solo los años de amor pueden construir. No había prisas, ni estrés. Solo la certeza de que, pase lo que pase, siempre estarían juntos.

Cuando llegaron, Lydia reconoció el lugar al instante.

El mismo restaurante.

El mismo en el que, una noche de San Valentín, se habían encontrado por primera vez. Esa noche, un par de miradas habían sido suficientes para que sus destinos se entrelazaran de forma irreversible. Y ahora, aquí estaban, de nuevo, después de todo lo vivido.

—¿Mesa? —preguntó el anfitrión con cortesía.

Lydia intercambió una mirada cómplice con su esposo antes de responder con una sonrisa amplia.

—La mesa 10.

Xavier alzó una ceja, divertido. Por supuesto. La misma mesa en la que Lydia había hablado sin parar aquella primera noche, mientras él la escuchaba embelesado, sin saber que su vida nunca volvería a ser la misma. Todo había cambiado en aquel entonces, pero lo que había comenzado como un simple encuentro casual había dado paso a algo mucho más grande, más profundo, más esencial.

Se sentaron, y Xavier tomó su mano entre las suyas, sintiendo el calor de su contacto, la familiaridad que solo el paso del tiempo puede otorgar.

—San Valentín a tu lado —susurró él, una promesa que habían cumplido año tras año, desde aquel primer 14 de febrero hasta ese momento. Un recordatorio de que el amor verdadero no es algo que se espera, es algo que se construye, se cuida y se vive todos los días.

Lydia entrelazó sus dedos con los de él y se inclinó para besarlo con suavidad, sintiendo todo lo que las palabras no podían expresar.

—San Valentín a tu lado.

Porque en aquel mismo lugar, un 14 de febrero, sus caminos se cruzaron por primera vez. Y aquel día cambió sus vidas para siempre.

Porque él le dio sentido a su mundo. Y ella le dio sentido al de él.

Porque ambos encontraron algo real en el otro, algo que los hacía sentir vivos, completos, como si todo lo que habían vivido antes de conocerse hubiera sido solo una preparación para el momento exacto en que sus caminos se cruzaron. Había en ellos una conexión tan profunda que ni el tiempo ni las circunstancias pudieron quebrantar. Algo en su interior les decía que el otro era lo que faltaba para que su vida tuviera sentido, un reflejo de lo que siempre habían deseado, pero nunca habían imaginado que encontrarían.

Un encuentro casual, un solo destino y, de repente, se convirtieron en esos enamorados empalagosos que un día Lydia juró que nunca sería. Había sido una mujer que desconfiaba de las promesas, que temía que la vida le jugara malas pasadas, que pensaba que el amor era una ilusión. Pero desde que conoció a Xavier, todo cambió. Cada 14 de febrero, el día que antes había esquivado o ignorado con desgana, ahora se convertía en una fecha que esperaba con ansias, con la misma emoción con la que un niño espera la navidad.

Porque cada 14 de febrero ya no representaba solo una celebración comercial, sino un recordatorio de lo que habían construido juntos. Un día para celebrar cómo el amor puede sanar, cambiar y transformar, cómo un simple encuentro puede dar paso a una vida llena de momentos inolvidables. Para Lydia, ese día ahora era suyo, era suyo con Xavier, y ningún otro lugar o momento podría superar la intensidad de tenerlo a su lado.

Fin.




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